Andy Warhol llegó a Madrid para ver por sí mismo qué era eso de la movida. En la foto, con Carlos G. Berlanga y Bernardo Bonezzi
En los primeros años setenta del siglo
pasado había quien afirmaba que cuando muriera Franco habría otra guerra civil.
Pero murió y no hubo guerra. Al revés, llegó la apertura, la libertad y la
democracia; la gente, la juventud, las calles fueron hervideros de libertad.
Ese fue el contexto en el que surgió lo que se llamó ‘la movida’, que no sólo
fue madrileña aunque la capital fuera su centro. Quienes estaban allí entonces
recordarán aquel entorno en el que se podía pensar, actuar y cantar cómo y lo
que a uno le saliera, sin la inquisitorial censura que impera en la sociedad
actual
Al morir Franco apareció un horizonte
de libertad, incluso de libertinaje y exceso. De repente todo el mundo podía
decir y hacer lo que le saliera, sobre todo en el mundillo de la música, del
arte. La música pop y rock (y todos sus derivados), siguiendo el camino abierto
por la ‘new wave’ (la nueva ola) que llegaba de Inglaterra tras la irrupción
del punk, permitía todo, desde el rock & roll clásico hasta el tecno,
pasando por el estilo mod, el rock duro, el rock-folk o el pop combinado con
cualquier estilo. Todo era válido y todo tenía sus seguidores porque por encima
de todo estaba la libertad creativa y de pensamiento.
A principios de los años ochenta
Madrid se convirtió en una especie de Meca de la renovada juventud española. De
las cuatro esquinas del país acudían al ‘Rock-ola’, al ‘Sol’ y tantas otras
salas donde actuaban los nuevos grupos, españoles y extranjeros. Sin duda allí
ocurrió algo, puesto que si el mismísimo Andy Warhol quiso conocer por sí mismo
qué era aquello…
Casi cada día se tenía noticia de un
nuevo grupo, de un nuevo disco que ofrecía, ante todo, novedad, espontaneidad,
autenticidad…, libertad de creación. Y así era prácticamente en toda España. De
este modo, en uno de sus primeros conciertos, un grupo se presentó diciendo
“Hola, somos Gabinete Caligari y somos fascistas”. Sin duda hoy habrían sido
acusados, señalados, acosados, cancelados e incluso denunciados, pero entonces
la cosa se entendió como lo que era: una provocación, una forma de
distinguirse, no una postura ideológica de Urrutia y compañía, pues ninguno de
ellos tenía nada que ver con el fascismo. Y aquello sucedió porque en aquellos
tiempos existía verdadera libertad, porque se podían decir cosas que hoy los
nuevos inquisidores no permiten; por otro lado, que tire la primera piedra el
que a los veinte años no soltó más de una gilimemez de la que hoy se
avergonzaría. Quien estuviera entonces tendrá en su memoria aquellos recuerdos
de libertad.
Desde hace unos años los autores de
canciones de rock y géneros afines tienen un enorme cuidado con las palabras y
las frases, han de analizar si eso que dice este o aquel verso puede ser
interpretado como una ofensa y ocasionar problemas de cancelación, insultos en
las redes, declaraciones de políticos… Es decir, los que escriben canciones se
autocensuran para que luego no les caiga encima el peso de la censura, esa que
se siente poseedora de la verdad absoluta y, por tanto, legitimada para dividir
entre buenos y malos, o sea, entre los que coinciden con el pensamiento
‘verdadero’ y quienes se atreven a llevar la contraria.
Los mencionados Gabinete Caligari
cantaban a los toros y a la España castiza e incluso cañí. Los hoy olvidados (y
efímeros) Polansky y el Ardor tenían una canción titulada ‘Negra’ que decía
“Hoy por fin lo conseguí, tengo una negra, solo para mí…”. Siempre
irreverentes, divertidos y provocadores, los gallegos Siniestro Total cantaban:
“Ayatola no me toques la pirola (…) sólo vine a comprar pan y me enseñasteis el
Corán”; y otras de letra explícita como ‘Mata hippies en las Cíes’ o ‘El sudaca
nos ataca. La Orquesta Mondragón desvelaban que “Ellos las prefieren muy muy
gordas, super gordas, gordas, gordas y apretás”. En su versión del ‘You really
got me’ de los Kinks, Cardiacos amenazaba: “Tú te reías de mí. Nadie se burla a
mis espaldas. Te vas a enterar. Quiero leerte la cartilla. Te voy a aplicar mi
ley”. Un Pingüino en mi Ascensor y su ‘Atrapados en el ascensor’, ‘La mataré’
de Loquillo, ‘Sí sí’ de Los Ronaldos… En fin, eran letras más gamberras que
otra cosa que sólo buscaban provocar, incomodar, desafiar, y estaban hechas
(con mal gusto en muchos casos) desde una atmósfera de libertad inexistente
cuatro décadas después. Si estos títulos hubieran salido en la actualidad las
redes sociales arderían de ira e indignación, y los políticos y campeones del
pensamiento único se rasgarían las vestiduras exigiendo juzgado para todos
ellos.
Pero por encima de los fantásticos
grupos de pop y rock, por encima de los discos y los conciertos, lo que más
añoranza y nostalgia provoca es que fueron tiempos de libertad de expresión.
Hoy parecen tan lejanos.
CARLOS DEL RIEGO