Los vinilos y sus portadas permitían todo tipo de extravagancias y desvaríos artístico |
Los incondicionales de los discos de vinilo no dejan
de encontrar y degustar los atractivos de los añejos singles y elepés. Y es
que, además de lo que se entiende como pieza de coleccionista, más allá de las
ediciones limitadas e incluso de los valiosos discos históricos, esas finas
rodajas que almacenan sonido ofrecen inusitadas posibilidades para materializar
las ideas más locas y, aparentemente, disparatadas. Así, aunque la inmensa
mayoría funcionen de modo idéntico, hay ejemplares que no se pliegan a la norma
y encuentran el modo de convertirse en auténticas singularidades.
Como todo aficionado sabe, ese emblemático soporte
no tiene por qué ser exclusivamente negro, sino que existen infinidad de
ediciones en todos los colores; es más, no son tan inhabituales los denominados
fotodiscos, que reproducen las canciones igual que los demás pero exhiben
vistosas ilustraciones (fotos, logos, diseños de todo tipo) que deslumbran
mientras giran sobre el plato giradiscos; de hecho, casi todos los grupos
importantes (y muchos que no son tanto) han lanzado al mercado ediciones
especial de algunos de sus discos en llamativos colores o con una colorida
ilustración sobre esa rotonda fabricada con derivados del petróleo.
El color y la foto impresa sobre el sonoro círculo
dejaron de ser rarezas hace mucho. Tampoco son tan extraños los discos
flexibles (muchos se publicaron como regalo o con fin publicitario) ni los que
abandonan la redondez y adoptan formas diversas…, aunque siempre conservando
una parte central circular en donde imprimir el surco sonoro. Asimismo se
recuerda el primer disco de una nueva compañía, el cual no tenía surco, ni por
un lado ni por otro, totalmente liso, y que anunciaba que “esta es nuestra
primera edición, la siguiente ya tendrá surcos”.
Las ideas extravagantes, más o menos originales, no
tienen otro fin más que la propia excepción. Así, entre lo más llamativo se
puede citar una curiosa edición del maxi-single ‘Pop Muzik’ que el grupo
británico M lanzó en 1979; la particularidad reside en que una de sus caras no
tiene un único surco que lleva la aguja desde la primera hasta la última nota
de la canción, sino que ofrece dos surcos paralelos en la misma cara que
contienen un tema distinto cada uno, de manera que si se coloca la aguja en un
punto suena una melodía (‘Pop Muzik’), pero si se coloca medio milímetro antes
o después se escucha otra totalmente distinta (‘M Factor’); como quiera que una
es más larga, al terminar la corta sólo hay silencio a pesar de que la aguja
apenas está a la mitad...
Sorprendentemente, podía decirse que este ejemplar
tenía caras A, B y C. No era algo necesario, ni siquiera algo que aportara
utilidad o eficacia, nada de eso, fue un simple capricho sin más objetivo que provocar
la curiosidad y la sorpresa del personal. Nada más.
El espectador desprevenido se llevaría un buen susto
al colocar en el plato el maxi ‘Destination Zululand’ de King Kurt (uno de los
grupos más divertidos, enloquecidos y disparatados), ya que comprobaría que la
aguja no sólo no emprende el camino desde la parte externa a la interna del
plástico, sino que parece obstinarse en abandonarlo. La clave del asunto es que
la edición en cuestión fue impresa con el principio del tema al final, cerca
del agujerito central, de modo que ahí es donde hay que poner la aguja lectora
para escuchar la canción; sí, la aguja se dirige al borde externo. Es una
muestra del gusto por la locura, la querencia por el absurdo. Sin más
explicación.
Las portadas de los elepés han dado mucho de sí, y
no sólo desde un punto de vista artístico (no pocas son auténticas obras de
arte). Puede recordarse, por ejemplo, la del ‘Double album’ de los alemanes
Ledernacken, cuya primera edición (en 1985) constaba de sólo 3.000 copias, cada
una de las cuales había sido pintada a mano por un artista, con lo que cada
ejemplar es absolutamente único en el mundo. Otra pieza sorprendente es el
‘Blue Monday’ de los británicos New Order; resulta que la primera edición
(1983) presentaba una portada troquelada que imitaba un disquet de ordenador
(formato totalmente en desuso hoy) y, además, la funda interior plateada era
también muy costosa; es decir, una edición carísima, tanto que, según afirmaban
los dueños de la discográfica (Factory Records), con cada venta se perdían
entre 5 y 15 peniques; al comprobarlo, esos empresarios pensaron que la pérdida
no sería tan importante, pues era una producción independiente y, por tanto, las
ventas no serían millonarias, sin embargo, el disco se convirtió en un
superventas; lógicamente, las ediciones posteriores abandonaron aquellos
excesos artísticos.
Nada de esto, ninguna de estas extravagancias y
desvaríos (tan propios de la música rock y derivados) es posible con los
actuales dispositivos de reproducción de música, ya que al carecer de soporte
queda eliminada toda posibilidad de intervención imaginativa.
CARLOS DEL RIEGO