Como en cualquier otro negocio, en el del rock & roll también se hacen trampas. |
Todo el mundo hace trampas antes o después, pequeñas o grandes, pero parece que la picaresca es consustancial a la persona (y no solo aquí, donde surgió ese concepto). Y esa debe ser la razón por la que los que adquieren poder terminan por participar en intrigas, componendas o tejemanejes de cualquier tipo; tal cosa puede comprobarse a diario en la prensa, donde se informa de algunos (no todos) de los fraudes, estafas y jugarretas sucias de peces gordos de la política o la economía. En el terreno del rock & roll el poder suele estar en manos de los grandes sellos discográficos y empresas de distribución, es decir, son éstos los que más tienden al engaño, al montaje fraudulento.
Uno de los cadáveres que
tiene el rock & roll en el armario desde sus comienzos consiste,
esencialmente, en sobornar a las emisoras de radio para que programen una y
otra vez determinados temas. A finales de los años 50 del siglo pasado estalló
en USA el escándalo Payola: las discográficas ‘untaban’ a las radios para que reprodujeran
sus discos hasta la náusea. Como esa especie de engañifa ‘cantaba’ mucho, desde
entonces se ha perfeccionado el sistema, pero básicamente la trampa sigue
siendo la misma. Así, entre las grandes discográficas y las cadenas de radio ha
aparecido un intermediario, algo así como un productor independiente que es el
que recibe los fondos (efectivo, encargos publicitarios u otros
beneficios-chanchullo) y los distribuye en función de las necesidades
específicas de las discográficas. ¿Por qué, si no, en las radiofórmulas hay
títulos que se repiten invariablemente tantas veces al día durante un tiempo
concreto y luego, repentinamente, desaparecen? Además, en España saltó no hace
mucho el escándalo ‘La rueda’: ciertos músicos tocan en la tele a las tantas de
la madrugada y muy en segundo plano, casi no se les oye; y lo que tocan son piezas
conocidas pero ligeramente modificadas que pasan por originales, cosa que
genera derechos, o sea, dinero. Y si esto ocurre aquí, seguro que también en
otros sitios.
Otra práctica muy socorrida
para dar un buen empujón a una nueva producción es la autocompra; así, la propia disquera compra masivamente la canción o
el disco que acaba de lanzar, con lo que éste adquiere notoriedad, consiguiéndose
de este modo una valiosa propaganda que, casi siempre, resulta un cebo
irresistible para muchos compradores. Antaño la cosa era más burda: una
furgoneta recorría las tiendas de discos y se llevaba la mayoría de las
existencias del Lp, single o CD en cuestión, de modo que en las listas de
ventas ese producto subía de modo imparable, cosa que se anunciaba a bombo y
platillo (superventas), con lo que se generaban conciertos, apariciones en
televisión y radio, entrevistas…, lo que a su vez redundaba en nuevas ventas;
en realidad no es más que una inversión adicional que proporcionará mayores
beneficios; si la cosa funcionaba los discos volvían a las estanterías de las
tiendas, y si no, pronto pasaban a ofertas, saldos, liquidación... Hoy la cosa
se hace de modo virtual, o sea, las discográficas se bajan tal canción cientos,
miles de veces, convirtiendo a su artista en el más vendedor de la semana, del
mes, del año. En todo caso, lo que se hace (igual que en el fraude anterior) es
falsificar la realidad, engañar al consumidor y denigrar todo el proceso de una
producción musical. Los sitios de descarga tienen unos catálogos monstruosos,
casi infinitos, de canciones, la mayoría de las cuales nunca o casi nunca salen
del olvido, por lo que cuando se producen esas descargas masivas se coge el
dinero sin hacer preguntas. Y todos contentos.
Uno de los sueños que tiene
todo aspirante a estrella del rock es firmar un contrato discográfico. Sin
embargo, son muchas, muchísimas las veces en que esa firma es poco menos que la
entrega incondicional de vida y trabajo. Las cosas suelen o solían ser más o
menos así: con el contrato la discográfica suele entregar al artista una
cantidad a modo de adelanto, y también invierte en la grabación, difusión y
promoción del disco, vídeo-clip y gira promocional, e igualmente desembolsa
para administración, impuestos y tasas, abogados…; es decir, en el contrato
figurará que el artista ha recibido un adelanto de (por ejemplo) medio millón
de euros, y aunque en la cuenta del músico no se ingresen más de quince mil, en
los libros de la empresa figurará como deudor de esos quinientos mil. En otras
palabras, el contrato ha significado para el artista un pesado endeudamiento. A
partir de ese momento, la compañía
empezará a tratar de recuperar la inversión y, lógicamente, a buscar beneficios,
mientras que el grupo o solista se verá obligado a ir produciendo para ir
pagando. Hace diez años el sello X demandó al grupo Y por una deuda de 25
millones de euros; la banda Y declaró que nunca habían visto un céntimo de las
ventas de sus discos (decenas de miles) y derechos de autor, a pesar de lo cual
la deuda no bajaba… Por la misma época, una cantante de country manifestó en
una revista que a pesar de haber vendido cuatro millones y medio de discos a lo
largo de su carrera, jamás había visto más que pequeñas cantidades, y lo peor,
no podía hacer nada, pues la discográfica tenía papeles y abogados…UB40 es el
grupo de reggae más vendedor de la historia, sin embargo, “siempre estábamos
justos de dinero”, dijo Ali Campbell.
Pero también ciertos músicos
suelen recurrir a tretas y trucos que enluzcan artificial y fraudulentamente sus
canciones; eso sí, seguro que estas triquiñuelas se dan mucho menos en los
dominios del rock que en otros géneros musicales más dependientes de la moda del
momento. Y no se trata sólo de usar herramientas electrónicas que escondan las
deficiencias musicales del cantante de turno, o incluso que el ‘cantante’ no
sea quien cante. Se trata de que en los lanzamientos más mediáticos, destinados
a grandes masas, se suelen utilizar recetas y recursos que han probado su
eficacia comercial, e incluso algoritmos y estadísticas para determinar qué
tipo de arreglos, ritmos o voces van a funcionar mejor. Tampoco es raro que se
tomen melodías existentes y, mediante el programa adecuado, se modifiquen lo
suficiente para eludir la acusación de plagio. Y se podría mencionar la
frialdad de muchas de las grabaciones de la actualidad; una vez diseñada la
canción según indica el ‘soft ware’, se entrega a un arreglista bajo la supervisión
de un productor, quienes deciden lo que cada músico tiene que tocar, luego se
envía su parte a guitarristas, teclistas o trompetistas (que pueden estar en
distintos continentes), los cuales graban y reenvían, el productor manipula
convenientemente, añade efectos, modifica y, finalmente, se llama al cantante,
quien mete la voz antes de que se den los últimos retoques; es decir, cada uno
de los que han intervenido en el proceso ha trabajado de modo aislado, ni el
cantante ni los músicos se han visto las caras, no han compartido estudio, no han
intercambiado ideas entre ellos ni con el productor… Es un proceso de
fabricación, tan frío como una cadena de montaje.
Sí, es difícil no recurrir a
la trampa o al truco si con ello se logra lo que se pretende, especialmente en
el terreno de la música más comercial, donde se suele hacer la vista gorda. Pero
esto pasa en todas partes y con todos, ya sean presidentes, empresarios o
cantantes.
CARLOS DEL RIEGO