A pesar de ser el artífice del triunfo en 1982, Felipe González fue un monigote al que todos en su partido engañaban, y nunca tuvo alguien de confianza que le informara. Según reiteró él
Cuarenta años hace del triunfo del Psoe que encumbró a Felipe González. Él fue el principal artífice de aquella victoria histórica que lo mantuvo catorce años en el poder. Sin embargo, nadie en su partido le tenía el mínimo respeto, puesto que todo el mundo hacía y deshacía a su antojo, trincaba, sisaba y engañaba sin que el pobre secretario general se enterara…, según él mismo reiteró en infinidad de ocasiones
Los casos de corrupción que desde 1982 hasta 1996 protagonizaron ministros y altos cargos del Psoe fueron muy numerosos y repartidos por casi todas las instituciones del Estado. A pesar de ello, nada se puede achacar al histórico líder Felipe González, puesto que el ingenuo personaje nunca fue consciente de nada, sino que, como el más tonto y ciego de los cornudos, jamás tuvo conocimiento de las intrigas, maquinaciones, estafas, sobornos y corruptelas de la mayoría de sus inferiores políticos.
No deja de sorprender que muchos de los que estaban alrededor de Felipe González, Presidente del Gobierno, se refirieran a él como ‘dios’, ‘el number one’ y apodos similares, y a pesar de ello, a pesar de que un dios lo ve todo y los sabe todo, el pobre Felipe vivía en la inopia, algo que él repitió una y otra vez. En todo caso, produce lástima que el ‘honesto’ y teóricamente poderoso Felipe González no tuviera nadie de quien fiarse, nadie en el partido que le informara de lo que sucedía en las alcantarillas del mismo, ningún amigo que le contara los entresijos, mangoneos y tejemanejes de sus subordinados, nada, el pobre señor estaba solo, aislado, carente de toda información, ignorante de lo que se hacía en los despachos y ministerios donde él era ‘dios’. ¡Pobre, siempre rodeado de delincuentes y granujas que se aprovechaban de su infantil credulidad y robaban a sus espaldas!
Es curioso comprobar cómo a los políticos de cualquier país, partido e ideología, no les importa pasar por estúpidos integrales, incluso presumiendo de ello, cuando las acusaciones los señalan.
Los escándalos que sacudieron al Psoe en aquellos años fueron incontables, no había mes, incluso semana, que la prensa no diera cuenta de los trapicheos y maquinaciones de los que estaban alrededor del infeliz ingenuo que lideraba el partido y el país. Los hubo de todo tipo (como bien recordarán los que estaban allí entonces). Se crearon empresas para ingresar dinero fraudulentamente con el que gestionar y financiar al partido (seguro que suculentas cantidades se iban perdiendo por el camino), como Flick, Filesa, Malesa o Time Export. El jefe de la Guardia Civil se llevaba en crudo el dinero de los huérfanos del cuerpo, entre otros provechosos chanchullos y de tópicos tan vulgares como montar orgías con drogas y mujeres; incluso huyó de España. El ministro de turno se repartía suculentas cantidades de los fondos reservados con colegas y camaradas. El hermano del vicepresidente tenía montado un chiringuito para repartir favores, puestos y destinos. Desde el gobierno se organizó un grupo terrorista, los GAL, una especie de seudo policía que tenía como misión pagar con la misma moneda a los terroristas etarras, y que fue de chapuza en chapuza. Tampoco se escaparon de las insaciables manos de los hombres de confianza de González (sin que él tuviera conocimiento) instituciones como el Banco de España o la Cruz Roja. Y eso sólo son los casos más conocidos y recordados, puesto que la lista total sería kilométrica.
Por aquellos casos de corrupción de todo tipo (económica, moral, social) fueron condenados unos cuantos cargos públicos muy cercanos a González. Todas las causas fueron probadas de un modo inequívoco por los tribunales, pero Felipe González, ¡incauto cantamañanas!, nunca fue salpicado por ninguno, puesto que el peso de la ley cayó sobre ministros, secretarios, diputados, senadores, jefes de gabinete y otros altísimos cargos públicos que estaban siempre muy cerca de Felipe, pero (según él repetía incansable) sin que jamás sospechara nada de lo que se hacía en la cocina del partido, sin que ningún compañero socialista se apiadara de él y le hiciera tocarse los cuernos que le estaban poniendo sus ‘fieles’.
En realidad el caso de Felipe González es idéntico al de cualquier político de cualquier país, partido o pensamiento, puesto que todos recurren a ese pretexto: antes pasar por imbécil que por la cárcel, antes hacerse el idiota que admitir y pagar. Los políticos son lo que son: corruptos vocacionales y embusteros expertos que, por si acaso se le escapa alguna, toman pastillas diariamente para no decir nunca la verdad.
En fin, este Felipe González, apodado ‘dios’ y el ‘number one’, era en realidad un pobre tontaina, un pelele, un hombre de paja al que todo el mundo en su partido engañaba. Tal es lo que él afirmaba entonces y ahora, cuarenta años después de su histórico triunfo electoral.
CARLOS DEL RIEGO