miércoles, 19 de noviembre de 2025

¿DÓNDE ESTABAS Y QUÉ MÚSICA ESCUCHABAS EN 1985?

 


Si hubiera que escoger una única imagen del rock en 1985 sería esta,

 que no necesita explicación

 

Aquel año vio infinitos y sangrientos sucesos en todo el mundo; en realidad como casi todos los años. En el apartado del rock aun hay mucho que recordar y, sobre todo, eventos tan masivos, tan memorables como el Live Aid, que dio fecha al día internacional del rock

 

EEUU y la URSS hablan de desarme tras décadas de guerra fría. Bangladesh sufre un ciclón que deja más de 10.000 muertos. El fútbol fue escenario de varias tragedias: en Bradford, Inglaterra, se incendia un estadio en pleno partido que produce 57 muertos; en el Heysel de Bruselas una avalancha de aficionados de la Juve y el Liverpool provoca 39 muertos y 600 heridos; en el Olímpico de México una estampida  causa la muerte de 11 personas y 60 heridos. España (y Portugal) firman su entrada en el Mercado Común Europeo, hoy Unión Europea. Se producen varios accidentes de aviones que dejan miles de víctimas, y secuestros y ataques terroristas con cientos de muertos en los cinco continentes (incluyendo el perpetrado por el gobierno francés contra Greenpeace en Australia); el volcán Nevado del Ruiz en Colombia mata a más de 30.000 personas. En septiembre se encuentran los restos del Titanic a casi 4.000 metros de profundidad en el Atlántico Norte. Se lanza el vídeo juego Super Mario y Microsoft pone en el mercado el sistema Windows.Y se siguen realizando pruebas y detonaciones atómicas. Año muy convulso… como todos.

 

En 1985 tuvieron lugar grandísimos eventos como el Rock in Río, con ocho bandas de alcance mundial, desde AC DC hasta Queen, además de algunas brasileñas. También se grabó el ‘We are the world’ por parte del ‘grupo’ Usa For Africa, compuesto por Ray Charles, Bob Dylan, Michael Jackson, Paul Simon, Springsteen, Tina Turner, Lionel Ritchie…, hasta 24 grandes de la música de EEUU; el tema, escrito por Jackson y Ritchie, fue un gran éxito mundial bajo la dirección de Quincy Jones.

 

Otro enorme acontecimiento tuvo lugar el 13 de julio de 1985: uno de los festivales más grandes y recordados de la historia del rock, el Live Aid (desde entonces ese es el Día mundial del rock), con escenarios en Londres y Filadelfia, y retransmitido vía satélite a todo el mundo. La interminable lista de artistas que colaboraron en este proyecto solidario de Bob Geldof incluyó a Queen, U 2, Dire Straits, Bowie, The Who, Elton John, McCartney…, y en EEUU Crosby Stills & Nash, Judas Priest, Beach Boys, Simple Minds, Santana… Gran éxito y gran recaudación para paliar el hambre en África.

 

Aquel fue el año en que David Bowie se convirtió en el primer músico en tener todo su catálogo en formato CD (que parecía destinado a quedarse pero pronto quedó obsoleto). Y el ‘Brothers in arms’ de Dire Straits fue el primer disco de la historia grabado íntegramente con tecnología digital, sin cintas magnéticas.

 

Michael Jackson se anticipa a Paul McCartney y compra los derechos de las canciones de Beatles; Paul se llevó un enorme cabreo y se enfadó con Jackson para los restos, despotricando de él en cuanto tenía ocasión, pues se sintió “engañado y estafado”. La sociedad de radiodifusión de Sudáfrica censura y prohíbe la música de Stevie Wonder porque éste dedicó el premio Óscar, ganado el día anterior, a Nelson Mandela; y es que en Sudáfrica hubo hasta 1992 segregación racial, racismo legal.

 

En diciembre dos fans de Judas Priest se disparan en la cabeza intentando suicidarse (uno lo consiguió, el otro quedó hecho polvo) porque, decían, en el disco había mensajes que así lo sugerían. El año siguiente se celebró el juicio, en el que la banda quedó exonerada; sus miembros dijeron que si fueran capaces de meter mensajes subliminales que obligaran a algo al público serían del tipo “comprad nuestros discos y venid a nuestros conciertos; jamás pediríamos a nuestros fans que se mataran; eso es estúpido”.

 

Entre los grandes discos publicados en 1985 (que los hubo, aunque el rock ya no era lo mismo) pueden destacarse el ‘First & last & always’ de Sisters of Mercy, una de las cumbres del rock gótico. El magnífico ‘Low life’ de New Order, que incluía piezas insuperables como ‘Love vigilants’, ‘Perfect kiss’ o la irresistible ‘Subculture’. El inolvidable  ‘Brothers in arms’ de Dire Straits, que sigue sonando igual de intenso. El injustamente olvidado ‘Phantasmagoria’ de The Damned, cargado de atractivo gótico y que en algunas versiones incluyó una particular versión del ‘Eloise’ de Barry Ryan (original de 1968). Imposible no incluir el ‘The head od the door’ de The Cure, con esa mezcla de post punk, new wave e incluso matices góticos, y con canciones tan brillantes como ‘The blood’, ‘In between days’ o ‘Close to me’. The Cult lanzaron ‘Love’, que merece ser recordado como muestra del rock más duro de los ochenta sin perder ese toque de la época, con piezas tan poderosas como ‘Rain’ y sobre todo ‘She sells sanctuary’. The Jesus & Mary Chain dejaron a todo el mundo de piedra con su ruidosísimo, aunque atractivo, ‘Psychocandy’.

 

Ese año también dejó algunos singles que nunca han dejado los altavoces. ‘The whole of the moon’ de The Waterboys, apasionante combinación de guitarras, violines, trompetas y otros instrumentos de viento; un tema deslumbrante. La elegante ‘The killing moon’ y la enigmática ‘Silver’ de Echo & the Bunnymen. Con un sonido verdaderamente explosivo salió ‘Machinery’ de los alemanes Propaganda, canción que sonó y llenó pistas en toda Europa con su tono apoteósico. Los noruegos ‘A-ha’ consiguieron un bombazo mundial que aun hoy sigue resonando, ‘Take on me’. David Bowie y Mick Jagger volvieron (por enésima vez) a lo alto de las listas, esta vez al revistar a dúo el ‘Dancing in the street’ (de Martha & the Vandellas, de 1964). ‘Don´t you forget about me’ de los Simple Minds, que no ha perdido chispa ni encanto. ¿Quién puede resistirse al ritmo de ‘Fresh’ de Kool & the Gang por más que hayan pasado 40 años? Aplastante y con un ritmo y ambiente únicos, ‘Love like blood’ de Killing Joke sigue impresionando. Típico de los ochenta es el ‘Shout’ de los Tears For Fears, aun con magia. Siempre que sale ‘Duffman’ en Los Simpsons suena el ‘Oh yeah’ de Yello.

 

En España hay que destacar canciones como la irreverente ‘Devuélveme a mi chica’ de Hombres G;  la no menos chula ‘Bailaré sobre tu tumba’ de Siniestro Total; la antibelicista ‘Querida Milagros’ de El Último de la Fila; el siempre combativo Rosendo con su ‘Agradecido’; ‘Olaf el vikingo’ de los ‘ramones de Algete’, o sea, Los Nikis; la cargada de ritmo e intención ‘Ni tú ni nadie’ de Alaska y Dinarama; la inolvidable ‘Cuatro rosas’ de Gabinete Caligari; la evocadora ‘No mires a los ojos de la gente’ de Golpes Bajos; los leoneses Los Cardiacos sacaron un maxi con dos canciones muy recomendables, las excelentes ‘La costa oeste’ y ‘Silencio en el dial’.

 

Sí, el 85 del siglo pasado aún dejó piezas y momentos inolvidables.

 

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 12 de noviembre de 2025

‘MI FE SE PERDIO EN MOSCÚ’, EL LIBRO QUE CUENTA LA EXPERIENCIA Y DESENGAÑO DE UN COMUNISTA ESPAÑOL

 


Enrique Castro Delgado, autor de 'Mi fe se perdió en Moscú', libro donde muestra su desencanto y decepción al conocer de primera mano el 'paraíso socialista'

 


José Diaz y Dolores Ibarruri, que se convirtió en secretaria del PCE

 tras el suicidio de Díaz

En marzo de 1985 llegó a Secretario General del Partido Comunista de la URSS Mijail Gorbachov, con lo que se inició el proceso de demolición del país del comunismo; la escenificación del colapso se produjo el 9 de noviembre de 1989 con la caída del Muro de Berlín.  El dirigente comunista Enrique Castro Delgado se exilió al acabar la Guerra Civil Española y llegó a Moscú el mismo 1939. Caído en desgracia, consiguió huir a México, donde escribió en 1964 el revelador libro ‘Mi fe se perdió en Moscú’

 

La primera parte del libro se titula ‘Mi llegada al país de la felicidad’. Al principio dice eufórico: “Ya estoy en Moscú. El mundo capitalista queda allá con su miseria y su explotación. He salido de un infierno. Ahora estoy en el país del socialismo, donde todos somos iguales. Mis sueños se han convertido en realidad. Ayer todo lo veía a través de los libros y revistas; desde hoy lo veré a través de los hombres y las cosas” (pág. 13).

 

Poco a poco va viendo por sí mismo. “También aquí existe el principio religioso de pecar y hacer penitencia (…) pero no se admite pecar, hacer penitencia y volver a pecar. Aquí la penitencia empieza y nunca termina… Y para no tener que hacer una penitencia que se transmite de padres a hijos, lo mejor es no pecar nunca (…). Es fácil: decir que el mundo capitalista es un infierno, que Stalin no se equivoca nunca y aplaudir siempre que en se pronuncia su nombre; creerse las estadísticas, la democracia y el bienestar soviético… Es una ley general. Y quien la cumple sube y sube y sube. Y quien no la cumple baja y baja y baja (69). “Me habían hablado de muchas cosas (…). El socialismo no es sólo la eliminación de las clases. Debe ser el bienestar de los hombres (…). Pero el bienestar sólo ha llegado a unos cuantos (…): a los funcionarios del Partido, a los del Gobierno, a los de los sindicatos, a los miembros del ejército y de la NKVD” (96).

 

Miembros españoles de la Komintern visitan a sus compatriotas que trabajan en las fábricas de Jarkohv, Krematorsk y Vorochilogrado: “¿A qué obedecerá que la mayoría de directores de fábricas, altos funcionarios del gobierno, del partido, de los sindicatos y generales del ejército estén tan excesivamente gordos? (99). En la fábrica de Krematorsk (donde viven y trabajan cientos de españoles) de catorce niños que nacieron en un año sólo quedan vivos dos. Ambos son un estudio anatómico. ¿Cómo es que han muerto tantos? ‘Con nuestro salario (responden) no podíamos pagar la ‘casa cuna’, donde reciben la leche necesaria para que nuestros niños vivan’ (101). Hemos hablado con el director de la fábrica… Que trabajen más y ganarán más (dijo)” (102).

 

El autor describe a los obreros como harapientos, famélicos, encorvados, cansados y tristísimos en varias ocasiones. E insiste en que nadie, ni el gobierno, ni los sindicatos, ni los directores de las fábricas, ni los delegados del Socorro Rojo hacen nada de nada. Como mucho redactan informes que se van pasando unos a otros sin que nada cambie para los desdichados españoles que se creyeron que emigraban al “país de la felicidad, al país del socialismo”. Dicen los funcionarios del gobierno, de los sindicatos, de Socorro Rojo…: “No tenemos ropa de invierno que darles. Las peticiones de ayuda económica debe aprobarlas el Comité Ejecutivo. Estamos estudiando la situación y la forma de solucionarla. El Socorro Rojo no puede dar dinero siempre…” (105). “Nuestros compatriotas tratan de mantener a sus familias (…), tuberculosis, mortandad, perdida la esperanza después de haberla perdido en otros… (…) ¿Qué piensan de la URSS, del régimen soviético, del socialismo? (…) Se limitan a pensar en la hora de regresar a España… a esa España de la que se habla poco y se quiere más que nunca” (106).      

 

El secretario del PC de España, José Díaz, va a exponer su informe sobre la situación política y económica de España ante los integrantes de la Komintern, es decir, de la Internacional Comunista, el órgano que agrupa en Moscú a todos los representantes comunistas de los países donde el comunismo fue derrotado y expulsado: Alemania, Italia, Checoslovaquia, Ucrania, Polonia, Francia , Hungría, Bulgaria, España…; los jefes son el ucraniano Dimitri Manuilski y el búlgaro Gueorgui Dimitrov, que son los que mandan e informan al Kremlin y a la NKVD (policía política). Díaz lee su informe. Cuando terminan los traductores pregunta si alguien quiere decir algo. Dolores Ibarruri se levanta, mira su cuaderno de notas en el que no hay escrita ni una palabra y dice: “Estoy totalmente conforme con lo expuesto por el camarada Díaz (…) refleja la situación real, política y económica de nuestra patria”. Jesús Hernández (otro dirigente del PCE) discrepa: “No estoy conforme (…) los datos son muy dudosos (…) lo que se dice sobre la crisis del fascismo español (…) es una fantasía”. Los jefes Manuilski y Dimitrov asienten a lo dicho por Hernández. Ibarruri los ve, vacila y se vuelve a levantar para decir: “Estoy de acuerdo con Hernández, si antes me expresé de otra manera fue por no contradecir al camarada Díaz”. Todos los presentes quedan perplejos ante el cambio radical de opinión de ‘Pasionaria’. José Díaz vuelve a tomar la palabra dirigiéndose a Ibarruri: “¿Por qué no has dicho esto en tu primera intervención o en mi despacho cuando antes te leí mi informe y te pedí tu opinión?” (88-89). Esta situación deja en evidencia que llevar la contraria a los jefes puede acarrear trágicas consecuencias y, por tanto, más vale decir lo que sea para mostrarse de acuerdo con ellos; y que Ibarruri estaba muy pendiente de los jefes para estar de acuerdo con ellos aun cuando acabara de decir lo contrario.

 

Cuando ya ha comenzado la II Guerra Mundial. En Moscú un grupo de gente habla en la calle. Se acercan uniformados con pistola y preguntan: “¿De qué hablan camaradas? De la guerra, camarada (contestan). ¿Y qué decían? Silencio. ¿Qué decían? Que la situación es grave, camarada. ¿Quién decía eso? Yo camarada… Un hombre muerto en el suelo, y en el suelo un charco de sangre… Al poco, la sirena de una ambulancia” (189).

 

En la página 330, Enrique Castro Delgado, que ya ha caído en desgracia ante los delegados españoles de la Komintern (encabezados ya por ‘Pasionaria’) explica que le han ofrecido redimirse trabajando de obrero en una fábrica: “14 horas de trabajo; tres platos diarios de agua caliente con algunos trozos de berzas; ritmos de trabajo que hacen pensar que Ford y Citroën eran buenas personas (…); 10 rublos diarios de jornal; 30 por ciento de descuentos por diferentes conceptos; vigilancia odiosa de seis ojos entrenados para ver qué pasa e interpretarlo: los del secretario del Partido, los del secretario del sindicato y los de la NKVD…, que te pueden acusar de producción escasa y sabotaje (…) y teniendo que responder siempre que soy un ciudadano del país de la felicidad”. Varias veces Castro Delgado y su mujer, Esperanza, repiten: “El socialismo es un inmenso campo de concentración”.

 

Pequeñísimo extracto del muy recomendable y revelador ‘Mi fe se perdió en Moscú’, libro que explica cómo era la vida en el país del socialismo, donde no había clases sociales y todo era felicidad. Contado de primerísima mano por uno que en 1939 llegó convencido de la perfección del comunismo.

 

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 5 de noviembre de 2025

BILL WYMAN HABLA DE BRIAN JONES Y LOS ROLLING STONES, HENDRIX, KEITH MOON, THE BEATLES

 


Bill Wyman con Keith Moon, de The Who, de quien decía que era capaz de 
las mayores locuras


Bill Wyman y Ringo Starr siempre fueron muy buenos amigos

 

Es bastante habitual que, cuando los músicos de rock cumplen años, muchos años, se suelten la lengua y cuenten recuerdos, anécdotas y chascarrillos variados de sus colegas. Durante sus treinta años con los Rolling Stones, Bill Wyman se cruzó con innumerables iconos musicales y acumuló un sinfín de historietas memorables con figuras como Hendrix, Keith Moon, Beatles…

 

Bill Wyman dejó su grupo de siempre 1993, pero se mantuvo activo en la música con su proyecto personal Bill Wyman's Rhythm Kings, banda que fundó en 1997. De todos modos, sus tres décadas como bajista de los Stones dieron para mucho, tanto en lo artístico como en lo personal, y dejaron en su memoria infinidad de situaciones compartidas con otros músicos legendarios.

 

Contó hace unos años: “Vi por primera vez a Jimi Hendrix en un club de Queens, Nueva York, en 1966, cuando era conocido como Jimmy James. Hacía cosas que la gente normal no hacía, aunque se sabía que ya se habían hecho antes: tocar la guitarra en la nuca o con los dientes. Jimi era un buen tipo y todos los Stones se llevaban muy bien con él. Cuando volvimos de Estados Unidos me encontré con The Animals en un club de Londres. El bajista Chas Chandler me dijo que se iban a EEUU a tocar, y entonces le recomendé que, si iban a Nueva York, fueran a ver a un tal Hendrix, un guitarrista fantástico. Me hizo caso, lo conoció, lo contrató y lo trajo a tocar a Londres. Fui de los primeros en verlo en el The Bromel Club en 1967. Había muy poco público, pero dio igual, roció su guitarra con gasolina y le prendió fuego”.

 

Sobre sus compis: “Siempre que los Stones salíamos de gira Brian y yo compartíamos habitación. Podía ser muy dulce y encantador, era más inteligente que cualquiera de los demás y se expresaba con mucha claridad. Pero a veces también podía ser un pequeño cabroncete. Tenía un lado malvado, que es por el que mucha gente lo recuerda. Un día se fue con mi  novia y, esa misma noche en la habitación, lo perdonabas porque ponía esa sonrisita inocente y angelical: «Lo siento, tío, decía, no era mi intención». Así que lo amabas y lo odiabas a la vez. Siempre he hablado bien de él porque fue el creador de los Rolling Stones. Me da igual lo que digan de Mick y Keith o lo que ellos digan, pero si no hubiera sido por Brian probablemente habrían tenido una banda diferente en Dartford, allá en el campo donde vivían. No eran londinenses aunque Mick siempre intenta imitar el acento cockney, algo que, la verdad, no se merece. Los únicos de clase trabajadora en los Stones éramos Charlie y yo. Cuando dejé los Stones, tardé unos meses en reconstruir mi relación con ellos. Fue bastante estresante, pues no querían que me fuera. Así que se pusieron muy desagradables. En vez de ser amables y decir: «¡Han sido 30 años geniales! ¡Un saludo, colega!», Mick decía las cosas más absurdas y estúpidas con esa actitud de niño mimado que tenía, como: «Bueno, si alguien tiene que tocar el bajo, lo hago yo. No puede ser tan difícil». Y Keith: «Nadie deja esta banda a menos que esté en un ataúd». Pero hay que entenderlos y, al fin y al cabo, compartimos mucho durante mucho tiempo”.

 

Raro es el músico de aquella época que no cuenta algo de Keith Moon: “Solía ​​quedarme mucho en casa de Moonie. Era un tipo estupendo pero ¡madre mía!, cómo se pasaba con la bebida. El médico venía y le recetaba un montón de cosas, y tres días después Keith se las había tomado todas. Había Valium 10, pastillas para dormir, estimulantes, anfetaminas..., y él lo tomaba todo sin parar. Y por las mañanas, champán con brandy. Yo lo miraba incrédulo. Una vez, mientras me preparaba una taza de té por la mañana, bajó su encantadora novia sueca (Annette Walter-Lax); yo los había oído discutir arriba y ella bajó se me presentó con arañazos ensangrentados a ambos lados de la cara. Le pregunté: «Annette, ¿qué ha pasado?». Y ella respondió: «Oh, nada. Keith me tiró el gato»… Hacía las cosas más descabelladas. Si quedaba conmigo y con Ringo en Tramp, llegaba vestido de cazador de pies a cabeza. Había alquilado todo el equipo necesario para la caza del zorro: sombrero, abrigo, fusta, pantalones de montar. Una vez le compró un cementerio en el suroeste de Inglaterra como regalo de cumpleaños a John Entwistle, bajista de The Who”.

 

También tiene cosas que contar de Beatles: “Solía ​​ver a John Lennon bastante a menudo en Estados Unidos; nos encantaba sentarnos y charlar. Recuerdo que una vez, en Los Ángeles, me dijo: «Me encantaría ir de gira contigo y con Charlie como sección rítmica algún día». Pero, claro, nunca sucedió. También pasaba mucho tiempo con Paul McCartney; de hecho, le regalé un montón de recuerdos de los Beatles que nunca habían tenido, como películas de ellos tocando en el Shea Stadium en1965 u otra de ellos tocando en Washington en febrero de 1964, que fue el primer concierto que dieron en Estados Unidos. Luego le di a Ringo un montón de cosas del cómico Tony Hancock. De todos ellos era con Ringo con quien tenía una relación más cercana. Lo veía mucho en los 70, cuando él vivía en Montecarlo y yo en el sur de Francia. Íbamos a discotecas, bebíamos, íbamos a Montecarlo, cenábamos…, luego venía a mi casa y veíamos videoclips. Eran buenos tiempos. Todavía lo veo de vez en cuando. George Harrison tocó en uno de los discos de Rhythm Kings (grupo en solitario de Wyman) justo antes de morir, el ‘Double Bill’, de 2001. Lo llamé y le dije: «¿Puedes grabar una parte de guitarra en este tema?». Me respondió: «¿Para qué me llamas? Tienes a dos de los mejores guitarristas del mundo en tu banda: Albert Lee y Martin Taylor. ¿Para qué me quieres?, yo sólo sé tocar  una nota». Y le dije: «George, esa es la nota que quiero”. Entonces me dijo: «De acuerdo. Envíame la cinta». Y así lo hice. Su parte de guitarra fue genial. Después me escribió una carta preciosa agradeciéndome que le hubiera pedido que lo hiciera. La firmó como ‘Bert Weedon’ (¿)”.

 

Pocos pueden contar batallitas así con tipos así.

 

CARLOS DEL RIEGO