Piel curtida de una víctima de La Vendée, a tanto llegaron los ejércitos de la Revolución Francesa. Museo de Nantes
Hace 150 años, en 1875, se publicó en
España la única novela censurada de Julio Verne. Se trata de ‘El conde de
Chanteleine’, que había sido editada por entregas en Francia en 1864 y que el autor
de ‘La vuelta al mundo en 80 días’ quiso lanzar como novela en un volumen único
en 1879. Sin embargo, su editor, apoyado por el gobierno francés, la censuró,
la enterró hasta que en 1971 fue finalmente publicada en Francia. ¿Verne
censurado?, ¿por qué?
La respuesta es sencilla: el gobierno
de la ‘tolerante’ Francia, la de la libertad, igualdad y fraternidad, no
soportaba que el famoso escritor denunciara y sacara a la luz en esa novela las
atrocidades cometidas menos de cien años antes por el ejército surgido de
la Revolución Francesa de 1789 contra
los habitantes de la región de la Vendée, quienes no se plegaron a la tiranía
de los gobernantes, generales y soldados de la recién impuesta República. En
esa narración, la única de carácter histórico que escribió el que ya había
asombrado al mundo con títulos inmortales como ‘Veinte mil leguas de viaje
submarino’ o ‘La isla misteriosa’, deja bien a las claras que el lema es cien
por cien falso: no hubo libertad, hubo tiranía, no hubo igualdad, hubo discriminación,
no hubo fraternidad, hubo odio.
Las barbaridades, degollinas, masacres
y matanzas ordenadas por los políticos y generales y ejecutadas por los
soldados del ejército republicano contra los habitantes de La Vendée impulsaron
al genial escritor. Pero, ¿qué ocurrió en ese territorio de Francia entre 1793
y 1795? Los sanguinarios líderes de la Revolución no pudieron soportar que
aquel territorio francés deseara seguir siendo creyentes y se obstinara en no
aceptar las imposiciones anticatólicas republicanas. No hay que olvidar que los
católicos fueron perseguidos con saña (torturas y asesinatos) en toda la
Francia de la ‘libertad’: se persiguieron a los curas que no se plegaron a los
deseos de la ‘igualitaria’ república, se suprimieron las órdenes religiosas, se
confiscaron todas las propiedades de la Iglesia, se profanaron iglesias y
robaron todo lo que de valor se encontró, se prohibieron las cruces en las
tumbas… en todo el territorio de la ‘fraternal’ República Francesa.
Los propios autores galos lo cuentan.
Se formaron las ‘Doce columnas infernales’ para acabar con cualquier habitante
de La Vendée que no se plegara a los deseos de la ‘libertad’ recién impuesta.
“Entramos en territorio insurrecto. Os ordeno entregar a las llamas todo lo que
pueda ser quemado y pasar por la bayoneta todo habitante que encontréis a
vuestro paso”, dijo el general Louis Grigñon según los historiadores Nicolas
Delahaye y Pierre Marie Gaborit. Grignon (jefe de la ‘Segunda columna
infernal’) siguió al pie de la letra la orden del general en jefe Louis Marie
Turreau: “Masacrar, fusilar e incendiar a todas las personas y pueblos que la
columna encuentre a su paso”, afirma Reynald Secher en libros como ‘Del
genocidio al memoricidio’.
El Ministro de Guerra, Lazare Carnot
ordenó, y así consta escrito: “Es necesario masacrar a las mujeres para que no
produzcan niños y a los niños porque serían los futuros rebeldes”. En 1794-95
miles y miles de franceses fueron masacrados en La Vendée en aras de la ‘libertad
republicana’.
El general François Rouyer aseguró:
“Fusilamos a todo el que cae en nuestras manos, prisioneros, enfermos y heridos
en los hospitales”. Según Antoine Boulant, que cita a un oficial de la policía
aterrorizado por la barbarie del general Françoise P.J. Amey: “Cuando los
hornos están calientes Amey mete en ellos a mujeres y niños, y cuando les hemos
afeado sus odiosas acciones nos han dicho que así es como la República cuece su
pan. Los gritos de las mujeres divertían tanto a los soldados que, cuando todas
estaban muertas, fueron a por las esposas de los republicanos, a por las
mujeres de los patriotas, y las sometieron a tan terrible suplicio… sólo para
divertirse. Cuando hemos querido imponer nuestra autoridad nos han amenazado
con la misma suerte”.
Un cirujano llamado Thomas escribió:
“He visto quemar vivos a hombres y mujeres. He visto cómo 150 soldados
apaleaban y violaban mujeres, incluyendo niñas de 14 y 15 años, matarlas a
continuación y después lanzarse de bayoneta en bayoneta a los niños de meses o
pocos años que quedaban al lado de su madres” (cuenta Auguste Billaud). Según
este autor, en enero de 1794 el general Josef Crouzart (jefe de otra de las
‘columnas infernales’) ordenó enterrar vivos a 30 niños y dos mujeres, y acto
seguido fusiló a 200 hombres. Uno de los soldados al mando de esta bestia
francesa cuenta, con todo lujo de detalles cómo el 5 de abril de 1794 quemaron
a 150 mujeres para fabricar jabón (explica el historiador Félix Deniau)…
La enumeración de las atrocidades
ordenadas por los políticos revolucionarios y cometidas por los generales,
oficiales y soldados del ejército revolucionario francés (lo mencionado es sólo
una muestra) se equipara fácilmente a las de los mismísimos nazis, aunque con
un siglo y medio de adelanto. Y todo en nombre de una República que pregonaba a
grandes voces que “todos los hombres son libres, iguales y hermanos”. En total
se estima que fueron asesinadas en torno a 120.000 personas en aquel territorio
francés (aunque hay autores que sitúan la cifra en más del doble). Comparado
con esas cantidades, los entre 15.000 y 30.000 guillotinados en París parecen
cosa de poco para una República Francesa recién instituida en torno al lema
‘libertad, igualdad, fraternidad’, que en realidad fue tiránica,
discriminatoria, abominable.
La novela ‘El conde de Chanteleine’ de
Julio Verne trata de todo esto, de esta interminable y vomitiva serie de
barbaridades y monstruosidades (curtieron piel humana y la exhibieron sin
pudor). Por ello el editor de Verne (chauvinista hasta la médula), apoyado,
impulsado y casi amenazado por el Gobierno Francés enterró esa novela, que en
Francia no vio la luz hasta 1971, más de cien años después de escrita. Libertad,
igualdad y fraternidad en estado puro.
CARLOS DEL RIEGO
(Con información de las obras de
Marcelo Gullo)