Hay españoles que, al igual que los talibán, estarían encantados de poder destruir estatuas, monumentos, vestigios |
El caso de la retirada de bustos e imágenes que se viene observando en ayuntamientos y otros organismos oficiales en los últimos meses, no deja de recordar la ‘retirada’ de los llamados Budas de Bamiyán y muchos otros restos histórico-artísticos llevados a cabo por los islamistas fanáticos y descerebrados; y en el mismo saco caben pretensiones tan disparatadas como la de demoler monumentos o la de quitar del callejero nombres de personajes históricos en función del ideario de turno. Es más, uno de los que decidió tan eficaz y necesaria iniciativa (debe ser la más importante para los ciudadanos, pues ha sido la primera) vino a decir algo así como “al menos no lo hemos reventado”, que es como decir “si por nosotros fuera…”.
Esa acción, ese modo de pensar evidencia una conducta no sólo sectaria, engreída, sino surgida del convencimiento de poseer el monopolio de la verdad. Esa forma de pensar (¿), que anida en muchas mentes, tiene el convencimiento de que quienes vivieron antes han de ser juzgados hoy e incluso deben ser borrados de la Historia, como si la intención última fuera cambiarla para que todo hubiera transcurrido según la conveniencia del regidor o ideólogo de turno, o de quien tenga la fuerza.
Con esas intenciones los talibán dinamitaron estatuas, restos monumentales y construcciones milenarias, pues en su obtuso y opaco entendimiento, lo ajeno a su credo no merece la existencia, no tiene derecho a ser. Pues resulta que los recién llegados a las poltronas municipales que quieren derruir arquitecturas y borrar nombres están haciendo lo mismo, aunque sea con otros métodos y, lógicamente, procurando guardar las apariencias; pero al igual que en los mahometanos rabiosos y sanguinarios, lo que subyace en su imaginario perfecto es el deseo de reescribir la Historia y, si no se puede, al menos intentar destruir todo vestigio de aquello que no coincida con lo que su ideario impone.
Puestos a barruntar cómo será la montaña del absurdo y el disparate, se puede vaticinar qué será lo próximo que los catedráticos en ‘verdadología’ van a exigir. Por ejemplo, los animalistas extremos reclamarán la destrucción (o al menos la retirada de la vista del público) de las tauromaquias de Goya, e igualmente el raspado u ocultación de los bajorrelieves asirios (donde se cazan leones), o incluso el repintado de las pinturas rupestres cantábricas y levantinas, ya que todo ello muestra múltiples escenas cinegéticas y de maltrato animal; y también pedirían acabar con las estatuas de Felipe II, Los Reyes Católicos, El Cid, Don Pelayo… Otros Iluminados mesiánicos darían el siguiente paso al denunciar el machismo existente en muchas de aquellas representaciones prehistóricas, en las que el hombre caza y la mujer se queda en casa recogiendo miel. Llegando a la cima de aquella montaña de la estulticia: la vanguardia feminista denunciaría que la propia Naturaleza es machista, puesto que obliga a las mujeres a pasar por el trance del embarazo y el parto mientras exime al hombre de tales trabajos. Y haciendo cumbre en el Olimpo de la necedad, se tacharía de homófoba (por cierto, sería más preciso decir homosexófoba) a esa perversa Naturaleza, que impide que dos personas del mismo sexo conciban hijos.
A tales calamidades mentales podrían llegar algunos en caso de continuar por ese camino absurdo que lleva al intento de instrumentalizar la Historia, y rebelarse contra la obstinada realidad, con fines ideológicos.
Cuando el espacio exclusivo de la razón es okupado por posiciones ideológicas tan ofuscadas como inamovibles se llega al delirio.
CARLOS DEL RIEGO