OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 5 de julio de 2015

YES SE QUEDA SIN SU ETERNO BAJISTA: MUERE CHRIS SQUIRE Fallecía hace apenas unos días el que fuera bajista del grupo británico Yes desde el debut de la banda en 1968. Un cáncer acabó con él cuando sólo tenía 67 años. Pocos sabían de él, pero muchos en todo el mundo han expresado su reconocimiento

Chris Squire, como el resto de Yes, era un auténtico virtuoso, innovador, atrevido, perfeccionista
Al leer la noticia podría pensarse que Yes era, hoy día, un viejo dinosaurio prácticamente olvidado, por lo que muy pocos serían quienes sabrían de Chris Squire; sin embargo, a los pocos minutos de divulgarse la noticia en los medios generalistas españoles, empezaron a llegar comentarios, de modo que en poco tiempo eran decenas y luego cientos; para sorpresa de muchos, eran legión los amantes del rock que recordaban tanto al icónico grupo de rock sinfónico como al poderoso bajista. Lógicamente, en medios ingleses y estadounidenses, los amantes del género que querían dejar constancia de su tristeza por el deceso se contaban por miles; pero además de expresar su pena, el personal también recordaba las múltiples virtudes artísticas de la banda en general y del malogrado en particular. Y es que, viéndolo desde hoy, no cabe la menor duda: Yes y Chris tenían toneladas de talento: sí, estaban a la vanguardia de la música rock, eran lo máximo que uno podía escuchar si se pretendía estar enterado de lo que se cocía en la punta de la evolución y la exploración.     


La primera impresión que un españolito jovenzuelo se llevaba al toparse con un disco de Yes en los primeros setenta del siglo XX era de estar ante algo verdaderamente grandioso, puesto que ya desde la portada el aficionado quedaba petrificado: ¡qué maravilla!, las preciosas ilustraciones de Roger Dean impactaban a primera vista, sí, de modo que el arte de este pintor (“yo me siento un paisajista mucho más que un dibujante de ficción”, afirmó) dejaba huella en el espectador. Desgraciadamente, hoy no merece la pena (ni artística ni económicamente) lanzar discos con carátulas tan elaboradas y creativas como la que presenta, por ejemplo, el triple Lp en vivo ‘Yessongs’, que despliega hasta ocho caras y exhibe panorámicas asombrosas, surrealistas, oníricas (copiadas luego en la película ‘Avatar’).

Tras el efecto producido por las portadas, el oyente volvía a quedar sobrecogido con la propuesta musical, puesto que, en realidad, Yes era un grupo integrado por solistas, por auténticos virtuosos que, en cualquier momento, dejaban evidencia de un talento deslumbrante; esto fue así sobre todo en los años gloriosos de la banda, cuando el teclista era nada menos que Rick Wakeman, el guitarrista Steve Howe (que mantiene vivo al grupo) y el bajista el malogrado Chris Squire; sin olvidar la inconfundible voz de Jon Anderson. Por cierto, es curioso que Yes haya tenido media docena de teclistas, otros tantos guitarristas, tres baterías, cuatro cantantes y, sí, ¡un solo bajista!

Quienes tengan cierta edad (la suficiente para estar allí entonces) y ya supieran algo de rock en la primera mitad de la década de los setenta, recordarán el nombre de Rick Wakeman como el de un pianista y teclista superlativo, y recordarán su imagen: melena rubia, una larga capa brillante y un corro de teclados a su alrededor. Sus extensos solos llevaban al espectador de un lado a otro, de un estrato clásico a un terreno rocoso sin que la cosa chirriara (por cierto, su hijo Oliver también se hizo cargo de los teclados de Yes durante unos años). Por su parte, Steve Howe era lo más parecido a un guitarrista de clásica que pudo haber nunca en el escenario del rock; las introducciones de las canciones, con sus manos sobre el mástil, resultaban antológicas; entonces era casi imposible verlo (salvo que se tuviera la suerte de asistir a sus conciertos), pero hoy, con cientos de grabaciones, se puede comprobar de cerca la dimensión de su talento. También hay que recordar, sí, el poderoso hilo de voz del solista, Jon Anderson. Cuando se dice que Yes fueron los mejores y más lúcidos representantes del rock sinfónico, no es afirmación baladí: todos ellos hubieran brillado, sin la menor duda, en cualquier otro género musical, incluyendo el exclusivo terreno de la música clásica.

Y Chris Squire, bajista y letrista de enorme carácter y personalidad. Era de esos que no se conforma con repetir cíclica y monótonamente la línea de bajo diseñada para la canción, sino que era capaz de meter ‘minisolos’ donde apenas cabían las notas obligatorias a las cuatro cuerdas gruesas. Excelente escritor de letras, Squire siempre mantuvo una posición inquieta en cuanto al sonido y propuestas del grupo, no quería anquilosarse, sino evolucionar, desarrollar la idea; baste recordar que fue él quien convenció a Trevor Horn y Geoff Downes (o sea, The Buggles, los del ‘Video kill de radio star’) para que se incorporaran a la banda y dieran nuevo impulso a unas ideas que, superadas por los acontecimientos, exigían profundas actualizaciones; y eso que aún no habían terminado los setenta. Su figura longilínea, su vistosa capa, sus continuas visitas al micro en medio de una gran nube multicolor, componían una emblemática silueta de los años clásicos del rock; sí, tal vez tenga menos fama que otros, pero Chris Squire será ya siempre una pieza insustituible de la época más legendaria de la historia de la música rock.

Sorprende y gratifica comprobar que hay en todo el mundo muchos miles de aficionados que están en la misma sintonía que el ya histórico Chris Squire.   
          
CARLOS DEL RIEGO

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