OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 1 de julio de 2015

¡QUÉ FÁCIL ES ADAPTARSE AL PODER! Asombra comprobar cómo quienes despotrican contra el sistema se adaptan al mismo nada más ocupar el sillón, con celeridad y gran desenvoltura. En España se está comprobando de manera irrefutable.

Cuando se está fuera se reprocha todo, y cuando se está dentro se hace aquello que  tanto se criticó
Hace unos meses criticaban todo, todos los poderes y todas las conductas de los poderosos, pero una vez colocados ellos en el sillón, actúan como si llevaran ahí toda la vida. Esto no hace más que demostrar que nada se parece más a un político que otro político, sin que ese parecido se malogre o distorsione en función de ideas y creencias.  
Los recién llegados apenas han tenido tiempo de sentarse en la poltrona, pero ya hablan, actúan y se conducen como todos. Debe ser algo así como un virus que penetra en cada persona en el momento en que toma posesión. De este modo, es verdaderamente cómico el modo en que los novatos asumen el lenguaje de los veteranos; por ejemplo, cuando uno larga su verdadero pensamiento creyendo que la cosa no pasará de Facebook, utiliza luego la manida disculpa del “se ha sacado de contexto”; del mismo modo, en el momento que afloran las corruptelas, se declaran excusas tan viejas como “yo no sabía nada”; e igualmente se tira mucho de aquello de “esto es una persecución planificada contra mi persona”, “esta denuncia tiene fines políticos”, “tengo la conciencia tranquila porque nunca he cometido ilegalidad alguna”, “pretenden desacreditarnos pero no lo van a conseguir”…, y así sucesivamente.    
También resulta portentoso cómo entienden lo de los favores a familiares y colegas; una coloca al marido y otra a la sobri, pero proclaman que en estos casos no hay nepotismo, ya que los cargos asignados a dedo “son de confianza” o “no son de confianza”, como si no fuera lo mismo enchufar así que asó. Eso sí, la medalla de oro de la desfachatez se la lleva una que, siendo concejal, adjudicó contratos a la empresa de su hermano y su padre, y cuando se le piden explicaciones pone cara candorosa y se disculpa diciendo que no sabía que esa empresa era de sus familiares más directos… En definitiva, los recién llegados recurren a lo que los políticos pillados in fraganti han recurrido desde que se inventó esta dudosa pero imprescindible actividad.
Igualmente, cuando los que hoy asumen el cargo eran ciudadanos de a pie, renegaban de todo el sistema y voceaban contra las instituciones, contra el capitalismo, contra los bancos…, pero ahora que  ellos se ven en donde nunca pensaron verse, ahora que tienen ingresos con los que jamás soñaron, ahora que sus cuentas corrientes danzan de alegría…, ahora resulta que los organismos del estado son necesarios y respetables, el dinero tiene otro color y los bancos son necesarios.  
Y así, reproducen sin pudor aquello que echaron en cara a los que estaban antes que ellos; por ejemplo, una neocasta de Navarra desahució a una familia con todos en paro porque no le pagaban el alquiler; y otro en Cádiz movió Roma con Santiago y fotógrafos contra una anciana enferma a la que sus inquilinos no pagaban el alquiler desde hacía años; y la nueva jefa del ayuntamiento envía a los municipales para que desalojen mendigos del centro de Madrid… ¡Qué no dijeron hace apenas unos meses acerca de sucesos similares!

En fin, si se piensa detenidamente, no están haciendo nada que quienes los precedieron no hubieran hecho ya…, y nada que no vayan a hacer quienes los sucedan. Y esto es así en cualquier parte del mundo, puesto que (dejando a un lado escasas excepciones, que las hay) los que acceden por primera vez al cargo político tratarán de maniobrar siempre en beneficio propio; así, muchos españoles creen que su país es el paraíso de los trincones y el enchufismo, pero basta echar un vistazo por foros y medios de todo el mundo para comprobar que en todas partes cuecen habas: los últimos presidentes de Francia se han sentado en el banquillo por aprovecharse personalmente o favorecer a allegados; en Italia están los casos sangrantes de Berlusconi o de Bettino Craxi; ni siquiera la modélica Alemania se libra, pues Helmut Kohln se vio salpicado por asuntos financieros, y el primer ministro Christian Wulff dimitió en 2012 al descubrírsele prácticas fraudulentas; en Rusia se afirma que la corrupción supone el 50% de su producto interior bruto; lo que pasa en Grecia es consecuencia de la generalización de las trampas en todos los estratos de la sociedad; en Centro y Sudamérica los casos son tantos que la población ya se lo toma a broma; en China ejecutan todos los años a políticos acusados de meter la mano en la caja, aunque los altos mandos del partido (el comunista, el único permitido) viven en la opulencia; en los países del sudeste de Asia o en África cunde la deshonestidad, el soborno, el amiguismo y el envilecimiento más sangrante. Y no importa que se renueven los nombres que ostentan el poder, pues en muy poco tiempo los novatos calcan las costumbres de sus predecesores. E invariablemente recurrirán a equivalentes explicaciones y pretextos, casi a las mismas palabras.

La experiencia lo dice: puestos ante situaciones similares y con la vara del poder en la mano, la mayoría de las personas actuarán de idéntica manera sin que sus acciones tengan que ver con sus ideologías. Los casos que en España están escenificando los nuevos políticos son ilustrativos, paradigmáticos, pues los que acusaban de ‘casta’ a los que estaban antes se han convertido en eso mismo apenas instalados. Debe ser fácil acostumbrarse.

Es como si al recibir destino en la administración el ciudadano se sintiera impulsado a reproducir aquello que tanto criticó.    


CARLOS DEL RIEGO

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