OPINIÓN

HISTORIA

sábado, 24 de marzo de 2012

¿HAY ALGUIEN DE IZQUIERDAS?

KARL MARX

Todos tenemos amigos o conocidos que suelen afirmar, casi siempre muy ufanos, cosas como “yo soy comunista”, “yo socialista”, o “yo es que soy muy rojo”, “yo muy de izquierdas”... Sin embargo, cuando uno compara cómo viven, cómo actúan o cómo se conducen en su día a día los que tal cosa aseguran con los que no, queda objetivamente claro que no hay diferencia real. Así, quienes se piensan tan rojos tienen hipoteca, automóvil, sueldo, trabajo o cuentas corrientes iguales o muy similares a los del resto; es decir, unos y otros son burgueses capitalistas más o menos acomodados.
Cuando se les hace ver esto, casi todos destacan, por un lado, que ser de izquierdas es un sentimiento, algo que se lleva dentro, algo que está en la forma de pensar; y por el otro que lo que reivindican son conceptos tan deseables como justicia social, reparto de la riqueza..., cosas que jamás han negado muchos que no se creen de izquierdas; asimismo integran actos de solidaridad al decálogo del buen rojo. Pero si ser socialista o comunista está sólo en la cabeza del interesado habría que dar la razón al enfermo que se cree Napoleón, pues en su cabeza es Napoleón. Si la cosa se concreta en deseos e intenciones loables (como mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos), sin duda coincidirán con la mayoría de la población, pues ser buena o mala persona nada tiene que ver con convicciones políticas. Y si lo único que se hace como buen izquierdoso son actos de solidaridad, hay que decir que la gente viene dando de comer al hambriento desde varios milenios antes de que apareciera cualquier concepto político. Por ello, cuando se les pregunta qué han hecho positivamente de izquierdas últimamente, apenas señalarán actos de solidaridad, presencia en cierta manifestación, apoyo a partidos pretendidamente rojos, expresar opiniones y muy poco más, es decir, nada verdaderamente de izquierdas.
En el mismo sentido se dan casos verdaderamente sonrojantes, como el gran industrial o el gran magnate de la comunicación que se dicen socialistas mientras en su actividad cotidiana incitan al consumo, ¿y qué hay más capitalista que el consumo?, cabe preguntarse. Y del mismo modo los líderes sindicales o dirigentes de partidos presuntamente socialistas que exhiben artículos de lujo idénticos a los de los capitalistas a los que dicen oponerse o, más aun, que forman parte de consejos de administración de entidades financieras, esencia del capitalismo. Si la base del comunismo es el reparto equitativo de la riqueza ¿por qué esos líderes no reparten sus mansiones y posesiones y renuncian a todos sus privilegios?
Al mismo carro ideológico se suben ciertos modos de pensar en torno a temas como el terrorismo (hay quien siempre hallará más o menos disculpa si la banda se dice comunista), el nacionalismo (cuando pocos sentimientos hay más de derechas que el patriotismo militante, y sin embargo muchos se creen de izquierdas y a la vez nacionalistas), el aborto (es de izquierdas matar y de derechas tratar de proteger al no nacido) y muchas otras cuestiones en cuya posición coinciden los buenos rojos.
En realidad, hoy día, en las sociedades occidentales no se puede ser más que capitalista, ya que nadie renunciará a sus posesiones ni pedirá la dictadura del proletariado ni cualquier otra de las exigencias que impone el socialismo en sentido estricto. Y para suplir esas imposiciones ideológicas se instaura opinión respecto a ciertos temas (opinión tomada, ante todo, en contra de la conservadora); así la inmigración: se pide total apertura de fronteras, la adopción: exigiendo derecho a adoptar para todos, los animales: se llega a reclamar derechos para estos, la política penal: hay que hacer siempre lo mejor para el preso, al que no debe faltarle nada, la religión: la Iglesia Católica ha de ser perseguida, no así la Musulmana u otras... Comulgando con este tipo de opiniones, casi siempre coincidentes con lo políticamente correcto, se es un buen socialista (eso sí, cuando éste se ve afectado en primera persona no siempre actúa siguiendo aquella opinión). De hecho poco más hace falta, si acaso dejar bien claro, incluso con ostentación, a qué partido se vota, para ser el perfecto “sociata”.
DINERO
Si uno dice que es budista pero es de misa y comunión diaria miente o se miente, igual que quien se dice del Barça y va a todas partes con la camiseta del Real Madrid, igual que quien se dice patriota pero siempre está hablando mal de España y jamás le otorga ningún mérito, igual que quien se dice pacifista y pega a su mujer, igual que quien se dice demócrata pero apoya a gobiernos no surgidos de las urnas, igual que quien se dice contrario a la pena de muerte pero busca justificación de algunas, igual que, en fin, quien se dice comunista o socialista y presume de reloj de oro, coche deportivo, propiedades inmobiliarias, pertenencia a sociedades para ricos o poderosos y otros símbolos cien por cien capitalistas, neoconservadores, ultraliberales... Es decir, en realidad, lo que determina cómo se es no es lo que se dice sino lo que se hace y, en todo caso, si lo que se dice coincide con lo que se hace; y si no es así uno miente o se miente a sí mismo.

En fin, que los que se dicen de izquierdas en realidad sólo se lo creen, y es así porque piensan que así se es mejor persona, como si esto dependiera de la postura política, como si no hubiera buena y mala gente a un lado y a otro, como si todos los buenos fueran quienes piensan como yo y todos los malos el resto. Aquí, hoy, quien se diga comunista o socialista engaña o se engaña. 


DIOS


El enfrentamiento entre ciencia y fe se viene produciendo desde hace siglos sin arrojar jamás una solución que se ajuste a ambas. Ello es así porque una y otra residen en mundos distintos, como si jugadores de fútbol y balonmano fueran a disputar un encuentro, pero antes del inicio unos exigen jugar sólo con las manos y los otros con los pies, enzarzándose entonces en la discusión: “es mejor jugar con las manos; no, es mejor con los pies”. El resultado es que no comenzaría el juego, pues la regla principal de cada uno de esos deportes excluye radicalmente al otro. Pues lo mismo sucede con ciencia y fe, no pueden jugar una contra otra, no pueden enfrentarse porque tienen reglamentos totalmente opuestos: una se basa en la prueba empírica, es decir, la ciencia sólo puede afirmar lo que puede probar; mientras que, por su parte, la fe no precisa pruebas, es más, si hubiera pruebas ya no tendría cabida la fe y sí la ciencia.
A principios de este año (2012) un científico y un teólogo debatieron sobre la existencia de Dios. Como es lógico, no llegaron a ningún acuerdo, puesto que, en realidad, es como si hablaran idiomas distintos. Sorprende, eso sí, que reputados científicos y personas ilustradas y razonables afirmen con total convencimiento que “Dios no existe”..., o simplemente “no hay nada después de la muerte”, sin tener una prueba concluyente que avale tal aserto. Y si un científico afirma que “Dios no existe” sin tener una prueba concluyente está faltando al rigor científico. Así, la respuesta científicamente correcta a la pregunta ¿existe Dios?, ha de ser “no lo sé” o “no tengo pruebas”, o sea, el agnosticismo. Por tanto, quien afirma (evidentemente sin pruebas) que Dios no existe, en realidad está diciendo “estoy convencido de que Dios no existe”, o lo que es lo mismo, “no creo en Dios”, es decir, está entrando en el terreno de la fe, que nada tiene que ver con el de la ciencia. Para hablar de Dios hay que olvidarse de la ciencia; además, si la mente humana no es capaz de abarcar el tamaño del universo, ¡cómo podrían entenderse científicamente conceptos tan incomprensibles como infinito, eterno o todopoderoso!
Por otro lado, podría preguntarse a aquellos científicos si creen que hay vida inteligente extraterrestre, a lo que probablemente respondieran que tal vez, que es posible que pueda existir, a pesar de no tener pruebas ni en un sentido ni en otro, pero dando como indicio la posibilidad estadística: si hay tantos miles de millones de estrellas, es posible que en alguna se hayan dado las mismas circunstancias que en la Tierra y surgido formas de vida que desemboquen en la inteligencia. Sea como sea, no negarán ni afirmarán con rotundidad, pues carecen del más leve indicio. Además, en la Tierra han vivido miles de millones de especies animales y sólo una posee inteligencia y conciencia de sí misma; por tanto, la simple posibilidad estadística no constituye ni siquiera un indicio. Así pues, para negar la existencia de Dios hay que salir del terreno de la ciencia y entrar en el de la fe, de modo que desde el punto de vista científico sólo se puede afirmar “no lo sé”  o “no tengo pruebas para opinar”, y pasando al campo de la fe se podrá decir “yo no creo”, pero en ningún caso se puede afirmar “no, Dios no existe” o “no hay nada tras la muerte”.     
Curiosamente hay quien afirma haber perdido su fe cuando un familiar padeció por una u otra causa a pesar de sus muchas oraciones, dando a entender que si la catástrofe afecta a otros, Dios sí existe, pero si me afecta a mí...
También abundan los que niegan la existencia de Dios basándose en la idea de que un Ser Superior no permitiría que los inocentes sufrieran masacres, desgracias o cualquier calamidad que afecte al Hombre. Sin embargo, esta cuestión se refuta fácilmente. Las desgracias las producen la naturaleza o los hombres. Por un lado, Dios (si existe) proporciona las leyes físicas, químicas, biológicas..., que se mantienen inalterables (en este mundo) y muchas veces ocasionan víctimas humanas. Por otro, Dios (si existe) ha otorgado a los hombres la libertad de decisión, el libre albedrío. Ahora bien, si Dios interviene violando las leyes de la naturaleza (por Él impuestas) para salvar a unos, habría de intervenir para salvar a todos y tendría que estar apareciendo continuamente; y si Dios interviene para impedir la acción de “los malos” o de la naturaleza, la raza humana viviría sabiéndose permanentemente vigilada, abrumada por un ojo que todo lo ve, por una presencia superior que coacciona y que, por lo tanto, coarta la libertad para elegir cómo actuar, en cuyo caso el Hombre dejaría de ser Hombre.
Finalmente, hay que aludir al reconocido astrofísico Stephen Hawking, quien afirma haber demostrado la inexistencia de Dios basándose en la teoría del Big Bang, con lo que comete dos errores: uno tratar de explicar fe a través de la ciencia, y otro basarse en una teoría. Afirma Hawking que como el tiempo empezó con el Big Bang, nada ni nadie podía existir antes (¡), es decir, Dios es imposible antes del comienzo del tiempo. Para empezar no se sabe (si tal teoría es la cierta) si ha habido muchos big bang o si hay continuos big bang por todo el Universo, ya que lo más lejos que se ha “visto” es hasta trece o catorce mil millones de años luz de distancia, pero tal vez haya otros big bang produciéndose a diez billones de años luz... Asimismo, Hawking sostiene que toda la materia y energía de universo procede de la explosión (el Big Bang) de una partícula extremadamente densa y extremadamente pequeña que salió... ¡de la nada! O sea, de sus afirmaciones se deduce que aquello (el Big Bang) fue un milagro, es decir, un hecho inexplicable de origen... divino.  
La ciencia (en realidad los científicos) ha asegurado muchas veces la inexistencia de Dios, pero jamás ha aportado una prueba irrefutable, concluyente, evidente..., siendo esta la única cuestión en la que muchos prestigiosos científicos se permiten saltarse una regla básica de la ciencia: no se puede presentar una tesis sin pruebas que la demuestren. Sin embargo, la fe sí puede saltarse esa regla.

miércoles, 21 de marzo de 2012

COLONIZACIÓN ESPAÑOLA DE AMÉRICA

CRÁNEOS DE BÚFALOS EXTERMINADOS POR LOS AMERICANOS




Uno de los puntos básicos en que se apoya la funesta Leyenda Negra es la actuación de España en América, asunto que merece reflexión.
Para empezar, parece fuera de duda que tarde o temprano europeos o asiáticos iban a ‘descubrir’ América. Llegaron antes españoles y portugueses (es probable que antes fueran los nórdicos, pero no socializaron su hallazgo, no se lo dijeron a nadie, no lo aprovecharon, no volvieron) y a estos correspondió la colonización, que por muchos ha sido calificada de asesina como poco; sin embargo, cabría preguntarse ¿comparada con cuál otra colonización fue asesina la realizada por España? Se puede echar un vistazo a cómo colonizaron otros: los ingleses en la India o en Sudáfrica, los franceses en Argelia, belgas en el Congo, holandeses en Sudáfrica... y así se podría ir revisando la historia de todos los países colonizadores para encontrarse con actuaciones mucho más graves y nocivas para los colonizados. Por otro lado, a la lista se puede sumar la colonización de Norteamérica por parte de los estadounidenses de las trece colonias en su continua expansión hacia el oeste, que se basó en el exterminio sistemático, planificado, de los indígenas americanos, para lo cual se comenzó por agotar su principal fuente de sustento: el bisonte; existe una escalofriante foto de una inmensa montaña de huesos de bisontes muertos sin otro fin que arrebatárselos a los indígenas. 


Los conquistadores españoles buscaban riqueza, oro, la gloria y la fortuna, pero no el exterminio sistemático para apropiarse de las tierras y quedarse. De hecho, se puede comparar el estado actual de las poblaciones indígenas de Norteamérica y de Sudamérica: queda patente que los indios del norte constituyen poblaciones residuales y marginadas, cuando no extinguidas, mientras que en el sur abundan en todo el continente; además, el grado de mestizaje es incomparablemente superior en Iberoamérica, lo que denota ausencia de prejuicios raciales, al contrario que en muchos estados norteamericanos, donde la discriminación racial fue ley hasta hace unas pocas décadas. Además, hay que recordar que Isabel la Católica promulgó una ley que subrayaba el hecho de que los habitantes de Nueva España eran tan españoles como los de la península.


Por otro lado, la llegada de los conquistadores fue vista como una liberación por muchos pueblos, que estaban sometidos a otros más fuertes. Los aztecas asaltaban con regularidad los territorios de Centroamérica con el fin de tomar prisioneros destinados a la esclavitud o a los sacrificios humanos (hay datos arqueológicos que hablan de orgías de sangre con el salosdelriegocrificio de 10.000 víctimas seguidas en las pirámides sagradas). Por eso, al llegar Cortés se le unieron muchos miles de enemigos de los aztecas (¿cómo se explicaría si no que unos cientos de soldados conquistasen un imperio de varios millones de habitantes?). Masacres, luchas por el poder, intrigas asesinas, guerras interminables..., fueron tan abundantes en América como en Europa antes del siglo XV. En fin que los imperios precolombinos no eran precisamente el paraíso. 


Finalmente, hay quien está convencido de que los conquistadores debieron actuar según conceptos como Derechos Humanos, igualdad, justicia social..., que en aquellos tiempos eran tan conocidos como ordenadores, televisores o móviles. Es más, a quienes critican la conquista cabe preguntarles si piensan que, en caso de haber estado allí en aquel momento, hubieran actuado de modo distinto a como se actuó; la respuesta ha de ser no, porque no se pueden exigir Derechos Humanos antes de que se “inventen”.


carlosdelriego

 

                     

domingo, 18 de marzo de 2012

FALSOS DEPORTES

FALSOS DEPORTES

ATLETISMO DEPORTE

Los Juegos Olímpicos se han convertido en el evento de mayor impacto entre la población a escala mundial, primacía sólo discutida por otras citas deportivas. Y tal vez sea por esto que el calendario de los juegos no deja de crecer: cada vez son más las disciplinas que se convierten en olímpicas.
Hay que reconsiderar, en mi opinión, la presencia de ciertas competiciones en el programa olímpico. Por un lado están los deportes nuevos que surgen al albur de la moda, y por otro las modalidades que, en sentido estricto, no deberían ser consideradas deportes.
Entre las actividades que no deberían entrar en el planeta del deporte están algunas con tanto seguimiento como la natación sincronizada, la gimnasia rítmica y el patinaje artístico, disciplinas que en ningún caso han de ser consideradas olímpicas. Tal afirmación les parecerá a algunos una barbaridad, pero existen argumentos que la sustentan. El más contundente es el hecho de que ninguna de las tres está sometida a la dictadura del centímetro, del segundo, del marcador, sino que lo que cuenta en ellas es la belleza, la sincronización, la coreografía, la elegancia..., conceptos que nada tienen que ver con el verdadero deporte, en el que no importa si lo has hecho bonito o feo, elegante o desgarbado mientras el balón entre o llegues a meta antes que tus rivales.
PATINAJE ARTÍSTICO, DANZA
Por ejemplo, una de aquellas casi imposibles canastas de Michael Jordan valían lo mismo que una “pedrada” que entró cuando se trataba de dar un pase; el gol de Maradona a Inglaterra en México 86 tuvo el mismo valor que el que metió el defensa al que su portero envió un balón mientras estaba descuidado, le golpeó en la espalda y el rebote se coló; en los triunfos de un atleta no influyen para nada si su correr es elegante como el de Carl Lewis o crispado y trabajoso como el de Emil Zatopek. En fin, en el terreno deportivo cualquiera puede ganar por muy feo que lo haga, cosa que no ocurrirá en las disciplinas mencionadas, pues éstas bien pueden incluirse en el terreno artístico, donde lo que importa es cómo se lleva a cabo la actuación, si transmite o no.
Por otro lado podría discutirse, no sin base, si la otra gimnasia, la antes conocida como gimnasia deportiva y ahora como gimnasia artística, se mueve en los mismos parámetros y, por tanto, si tampoco es deporte y si no debiera estar en los Juegos Olímpicos. Sin embargo hay matices que diferencian una y otras modalidades. En primer lugar que la gimnasia deportiva está en los juegos desde el primer momento, siendo este un factor determinante; en segundo lugar que ningún aparato del programa masculino y sólo uno del femenino precisa música (de hecho ningún deporte se realiza con música, salvo descansos); y finalmente que en la gimnasia deportiva cuenta lo lejos y lo alto que llegues en los saltos y piruetas, el tiempo que el gimnasta aguanta “el cristo”, las sueltas... 
Nadie negará el mérito que tienen aquellos patinadores, gimnastas y nadadoras, nadie negará el deleite que producen la belleza y elegancia de sus movimientos, como tampoco su esfuerzo, su constancia y dedicación, su capacidad de sufrimiento y superación..., pero no se puede olvidar que también los acróbatas y malabaristas del circo se ejercitan duramente, que los bailarines de danza clásica practican hasta la extenuación, que los toreros se entrenan con disciplina y entusiasmo (de hecho todas las actividades de la vida exigen estos valores); y sin embargo, nadie pensaría en llevar nada de esto a los Juegos Olímpicos.
En el ámbito olímpico, en todos los deportes de su calendario, debe imperar el lema ‘más rápido, más alto, más fuerte’ (el evocador ‘citius, altius, fortius’), pero no ‘más bello, más elegante, más artístico’. Las tres modalidades mencionadas deberían salir del programa olímpico y organizar sus propias pruebas y exhibiciones, pues lejos de ser verdaderos deportes sí que han de ser consideradas arte, ya que en realidad se trata de danza o baile sobre hielo, agua o suelo. Por eso, en tanto que disciplinas artísticas, no persiguen un resultado objetivo, un marcador, un registro, una marca, sino que lo verdaderamente importante, lo que cuenta en ellas es la belleza de los movimientos, la expresividad, el ritmo, la emoción que transmiten, la sincronización con la música... Es decir, en realidad, la natación sincronizada, la gimnasia rítmica y el patinaje artístico no pretenden la victoria propia o la derrota del rival más que a través de la perfección en el desarrollo de la actividad, y esto está muy alejado del deporte en sentido estricto, donde lo único que al final cuenta es el resultado, lo que indique el marcador, sin que tenga la más mínima bonificación la perfección de la ejecución  del ejercicio.
Incluso cuando se practica deporte en el patio del colegio o en competiciones de veteranos siempre se persigue anotar más o llegar antes que el rival, y en absoluto se tiene en cuenta la forma de correr o la postura que se ponga al ejecutar el golpe, si se menea la cabeza en cada zancada, como un pato, o si se gana el punto golpeando la bola con el marco de la raqueta. Esta es la verdadera esencia del deporte: lo importante es superar a los rivales anotando más o llegando antes o más lejos, no haciéndolo más bonito o más artístico; es por eso que muchas veces se producen resultados deportivos que se señalan como injustos al entenderse que el derrotado ha hecho más méritos o mostrado más gracia o refinamiento que el vencedor, pero nadie se indignará por ello, pues se entiende que lo importante es que éste hizo un punto más, una décima menos, y es lo único que cuenta.
Y por otro lado, finalmente, están los deportes y competiciones que no deberían entrar en los Juegos Olímpicos, como el voley playa, el snow board (tabla de esquí), la cama elástica y otros surgidos en los últimos años, al igual que algunos ya tradicionales como la doma clásica o el curling. Unos no deberían ser olímpicos porque caen en el problema anteriormente mencionado, y otros porque conducen a la vulgarización de los juegos, ya que de seguir así las cosas (añadiendo especialidades según vayan apareciendo y ganando practicantes) se volverá a incluir el soga-tira (que ya fue olímpico a principios del siglo XX) y se podrían añadir las carreras de sacos, los concursos literarios, el wrestling (lucha libre americana), la lucha de brazos, el breakdance, el monopatín, el parkour, la capoeira, el rodeo..., el fútbol sala, el fútbol playa, el futvoley, el fútbol australiano, el hurling, el padel..., actividades que también exigen esfuerzo y dedicación, pero que jamás deben estar en los Juegos Olímpicos.