Cada día aparecen nuevas palabras en el idioma castellano,
muchas importadas de otras lenguas y adaptadas a la pronunciación española;
también se popularizan otras de nacimiento autóctono pero totalmente bastardas;
y del mismo modo también se da el caso de otros vocablos cuyos significados se
retuercen y, gracias a las modas, están temporalmente en boca de todos, hasta
el punto de que hay quien las utiliza como medio de demostrar que está en la
onda.
Cuando los advenedizos se refieren al cantante, compositor y
guitarrista estadounidense Bruce Springsteen, y quieren hacerlo dando a
entender que entienden, dicen ‘El Boss’, puesto que el artista de Nueva Jersey
es conocido en su tierra como ‘The Boss’, o sea, ‘El Jefe’. Así, en castellano
lo suyo sería decirlo en castellano, aunque si se quiere forzar podría decirse
en inglés, pero en ningún caso mezclar los dos idiomas y soltar ‘El Boss’, que
sería algo así como decir ‘el champion’ para referirse al campeón o ‘el singer’
para el cantante. El mismo puñetazo al idioma se produce cuando se señala que
“hay una fanzón para entretener al público”, queriendo decir que hay una zona
para hinchas, seguidores o incluso fans; es decir, la ‘fan zone’ (en inglés) se
castellaniza y pare un barbarismo risible y chusco que, paradójicamente, quien
lo pronuncia se cree el más moderno, un poco como la espantosa ‘jitazo’. Aquí
también entran los nombres de ciudades y personas de otros países que, los que
se creen a la última, meten en la conversación cual morcilla en guión de
teatro; por ejemplo los que dicen Beijin al referirse a Pekín (una ciudad tiene
un punto más de prestigio si tiene su propio nombre en otros idiomas), pero no
hacen lo mismo cuando hablan de Londres, Nueva York o Moscú; o nombran a un
extranjero en el idioma de éste, por ejemplo, dicen ‘Mary’ por el tenista Andy
Murray, y pronuncian seguidamente de modo castellanizado a otro, por ejemplo
cuando se dice ‘Suarseneguer’ por el actor Swarzenegger.
Otro caso es la creación de engendros absolutamente
terroríficos como ‘precuela’, cosa que usa el que tiene ínfulas de gran
cinéfilo cuando habla de una película cuya acción es anterior al de otra previamente
estrenada; como existe secuela para nombrar al filme que es continuación de
otro, algunos petimetres que se creen la monda crearon aquella monstruosidad
fonética.
Y también están los que dicen “miles de tropas
desembarcaron…” (entre ellos algunos locutores de radio y televisión), cuando
quieren decir “miles de soldados…”, pues una tropa es un conjunto de soldados,
o civiles; de modo que si se dicen “miles de tropas” se está diciendo algo
similar a “miles de ejércitos”. También se usa mucho el término complicado
cuando se quiere decir difícil; así “fue una carrera de 100 metros lisos muy
complicada”, con lo que se está indicando que la carrera tenía muchos
recovecos, desniveles, bifurcaciones…, cuando en realidad lo que se quiere
decir es que lograr buen puesto fue muy difícil porque los otros corrían más; o
sea, la dificultad estaba sólo en los rivales, no había ninguna otra duda. Hoy
también se usa mucho ‘truculento’ cuando se quiere decir sangriento, cruel,
brutal. Y en el ámbito del cine y el teatro la palabra preferida, que vale para
todo cuando no se sabe qué adjetivo utilizar, es ‘maravilloso’, del mismo modo
que en el terreno del deporte (aunque no solo) abunda el ‘espectacular’, que
también vale para todo: accidentes e incendios, peleas y agresiones, lesiones y
enfermedades, comidas y vinos, explicaciones y discursos.
Pero lo peor del asunto es que, en no pocas ocasiones, la
Real Academia Española les da carta de naturaleza, se baja los pantalones ante
las corrientes mayoritarias y, demostrando debilidad acomodaticia, ridícula
corrección política y total desprecio por aquello que debería cuidar hasta el
extremo, termina por incluirlas en el diccionario; claro que viendo el
currículo de más de un académico se comprende mejor la cosa.
CARLOS DEL RIEGO
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