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A pesar de su solemnidad, de sus ritos y sus símbolos, de la
seriedad y rigidez de los jueces y las reglas, los Juegos Olímpicos también han
sido escenario de algunos momentos absolutamente disparatados, aunque muchos de
ellos hay que entenderlos en su contexto, en su tiempo.
Desgraciadamente (o afortunadamente, según se mire) los
juegos son una fuente inagotable de hechos asombrosos por una u otra razón. La
lista sería interminable, por eso apenas se pueden mencionar unos pocos casos
de las primeras ediciones.
En San Luis 1904 se trató de humillar a indios, negros, africanos... |
En los juegos de París 1900, nadie se ocupó de construir o
preparar pistas y recintos; así, para el atletismo se usaron unas instalaciones
particulares en estado calamitoso, con un árbol en medio al que habían de subir
los lanzadores de martillo para recuperar su artefacto, igual que los de disco,
que horas después de la competición seguían buscando sus proyectiles entre los
árboles de los alrededores. Y qué decir de la natación, en el Sena y sin que
nadie detuviera el tráfico de barcos, por lo que fue una suerte que no hubiera
ahogados. En fin, que también hubo carreras de sacos, soga-tira, cometas,
carreras de burros…, claro que en vez de medallas dieron a los ganadores pipas
de fumar, carteras, platos, paraguas, peines. Y para rematar, el campeón de
maratón ni siquiera sabía que estaba corriendo una carrera olímpica, de modo
que al terminar se fue a su casa…, no extraña que Coubertin, francés, dijera “…
los franceses no han comprendido mis ideas…, se han esforzado siempre para
evitar el triunfo de los juegos”. No se puede decir que fuera chauvinista.
En San Luis 1904 se organizaron paralelamente los ‘Días
antropológicos’ para ridiculizar a pigmeos (acompañados de monos, que se
comieron allí mismo para alegría de aquellos estadounidenses), indios
mexicanos, nativos filipinos y de muchas otras etnias, y todo para demostrar la
superioridad de la raza blanca; Coubertin, previendo el futuro, afirmó “esta
farsa ultrajante terminará cuando negros, pieles rojas y amarillos aprendan a
correr, saltar y lanzar; entonces los blancos llegarán detrás de ellos”. La
profecía del barón no tardó en cumplirse. Lo del maratón fue de chiste; por un
lado, quien primero entró en meta había hecho la mayor parte del recorrido en
coche, aunque el engaño se descubrió a tiempo, y por otro, el ganador
auténtico, Hicks, fue ‘dopado’ por sus entrenadores con una explosiva mezcla de
estricnina y coñac, pero como no había regulación antidopaje no se puede decir
que hiciera trampas. Y un zulú sudafricano que participaba, tuvo que huir de
dos perros que empezaron a perseguirlo, pero cuando les dio esquinazo corriendo
campo a través, ya era tarde para volver a la carrera.
Pero el mayor disparate llegó en Munich 1972, cuando la
tregua olímpica fue violada por terroristas con resultados fatales y conocidos
por todos.
CARLOS DEL RIEGO
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