Muchos creyentes entienden que El Génesis es una sucesión de metáforas para comprensión de aquellos hombres. Por su parte, la ciencia tampoco puede explicar los inicios del universo y del hombre. |
En algunos colegios de Estados Unidos se han desechado las
teorías evolucionistas y lo que se imparte en clase es el creacionismo con la
Biblia como libro de texto, es decir, una creencia que precisa fe se está
estudiando como si fuera ciencia, la cual exige siempre demostración empírica.
El disparate es de proporciones cósmicas.
La postura mayoritaria en la comunidad científica
internacional es que estamos aquí gracias a la evolución, pero aunque también
entre los científicos hay quien niega totalmente la intervención superior, gran
parte de aquellos sabios admiten carecer de elementos para posicionarse con
base científica (o sea, con prueba evidente), dejando a un lado sus creencias,
su fe o carencia de ella.
En los colegios religiosos de finales de los sesenta y
principios de los setenta del siglo pasado, los profesores que también eran curas
enseñaban que El Génesis no había que tomárselo al pie de la letra, sino que
había que entenderlo como una forma para contar los comienzos de todo de un
modo que aquellos hombres pudieran entenderlo, que cuando El Libro habla de un
día se refiere a larguísimos períodos de tiempo y que cuando se crearon el mar
y los animales no fue algo instantáneo… Es decir, el relato bíblico no se puede
tomar como históricamente preciso, sino como una sucesión de metáforas
adaptadas a su tiempo. A pesar de todo, muchos creyentes están convencidos de
que lo que dicen aquellos textos sagrados es justamente lo que ocurrió, o sea,
es así, como lo cuentan, como comenzó todo; y del mismo modo se creen que
primero fue Adán y de su costilla surgió Eva… Incluso aseguran que el planeta
no tiene más de cinco o seis mil años, negando por tanto todos los métodos de
datación de los fósiles, o sea, cerrando los ojos y la mente a la evidencia
científica. La evolución para este modo de pensar es una tontería, pues se
preguntan, por ejemplo, cómo un dinosaurio se convierte en ave o un simio en
hombre. Ya han aparecido muchos fósiles de dinosaurios con plumas que vivieron antes
que las aves; si a lo largo de los milenios las plumas llegan a cubrir todo el
cuerpo, si el peso se simplifica al máximo, si esos cambios son beneficiosos
para la especie… el destino parece claro (por cierto, aun hoy hay lagartos que
planean). Cabe explicar también que la evolución se ve a diario: cuando una
mujer queda embarazada, al principio sólo hay una aglomeración de células
idénticas que, poco a poco, evolucionan y se convierten en neuronas, células
hepáticas, óseas…
Por su parte, los evolucionistas excluyentes, los que sólo
creen en lo demostrado, están convencidos de que todo es proceso natural, que
todo comenzó con el Big Bang (que aunque probable no puede salir del plano
teórico) y que antes de esa gran explosión no había nada, y como no había nada
ni siquiera había tiempo, y que el tiempo comienza justo en el gran bombazo.
Sin embargo, han de callar cuando surgen preguntas como ¿y qué pasaba antes del
Big Bang?, ¿y cómo surge esa pequeña porción de materia y energía que lo hizo
posible si no había nada?, ¿acaso por un milagro?, ¿y cómo saber si ‘nuestro’
Big Bang no fue el noveno o hizo el número tres mil? ¿y cómo saber si no se
están produciendo ahora mismo otros cien mil ‘bigbangs’ a quinientos mil
millones de años luz? ¿y el universo es finito o infinito? En fin, ¿alguien
tiene respuestas científicamente probadas? No, porque los tamaños, cantidades,
distancias y otras dimensiones del cosmos son de tal envergadura que jamás
podrán caber en un cerebro limitado, como el humano. En resumen, la ciencia no
puede explicarlo todo.
Entre ambas posturas podría argumentarse: tal vez Dios (o
Ente Superior) proporcionó ese punto de infinita energía que dio paso a nuestro
universo y, posteriormente, fijó una serie de reglas físicas, químicas,
biológicas, genéticas, bioquímicas…, de modo que todo funciona según esas
reglas, que pueden cambiar en estados de la materia, tiempo y espacio que el
hombre desconoce. Y también hay teoría intermedia capaz de engranar la creación
y la evolución por lo que a la aparición del hombre respecta; así, los simios o
prosimios (descendientes de mamíferos primitivos) evolucionan y aprenden a caminar
erguidos, luego su anatomía se va modificando milenio tras milenio hasta que,
en un momento determinado, uno o varios individuos de la especie Homo Habilis
reciben algo así como una “chispa divina” que equivaldría a la simiente de la
inteligencia, una descarga en su cerebro que los aleja definitivamente de los
irracionales, un don que les llegó de fuera, ajeno a sí mismos, una cualidad
que les permitió hacer herramientas de piedra usando otras piedras como
herramientas (cosa que jamás ha hecho ningún animal irracional) y, unos 2,3
millones de años después, enviar ingenios al espacio. Darwin era creyente, y
Newton dijo “La admirable disposición y armonía del universo no ha podido salir
sino del plan de un Ser omnipotente”.
Claro que todo esto tampoco pasa de la simple teoría, de la
mera especulación.
CARLOS DEL RIEGO
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