El equipo de relevos de Sudáfrica fue incomprensiblemente calificado para la final a pesar de que no llevó el testigo hasta la meta.. |
Terminados los Juegos de la XXX Olimpiada, quedarán para el
recuerdo sensacionales logros olímpicos, sobre todo los conseguidos en el
estadio (que son, al final, los que más trascendencia y duración tienen), pero también
algunas colosales meteduras de pata, decisiones verdaderamente vergonzosas y
unos cuantos errores organizativos ciertamente sangrantes.
Los errores de los jueces de las contiendas son algo que
forma parte del deporte, es decir, son factores con los que hay que contar, sin
embargo, ha habido árbitros que se han obcecado en el fallo y exhibido una
soberbia inaudita al no querer rectificar a pesar de estar plenamente seguros
de que su decisión era injusta; y ello apenas terminados los encuentros, es
decir, pudiendo rectificar, pues aún estaban en el terreno de juego y las actas
sin redactar, pero su orgullo, altivez y mediocridad se lo impidió.
Asimismo fue absolutamente impresentable lo que decretaron
los distintos comités que, además, no tienen siquiera la disculpa de hacerlo en
momentos de máxima tensión, pues fueron decisiones consensuadas, masticadas durante mucho
tiempo por unos cuantos “expertos” (habría que ver cuántos de éstos se
vistieron alguna vez de corto y saltaron a una pista) que, finalmente fallaron,
erraron, en el más estricto sentido del término.
Hay dos casos que resultan insultantes. Uno es el de la
tiradora de esgrima coreana, quien fue derrotada por un tocado claramente fuera
de tiempo; presentada la reclamación, los integrantes de ese comité comprueban
la realidad: el tiempo estaba cumplido cuando la alemana toca a la coreana, sin
embargo, adoptan una decisión incomprensible, pues dicen que sí, que la que
reclama tiene razón, pero que no hay vuelta atrás y mantienen la injusticia (la
protagonista, además, hubo de quedarse en la pista durante las deliberaciones).
Fue algo pasmoso, irritante, insultante, ya que, con el tiempo cumplido, anular
ese punto ilegal de ningún modo hubiera sido rearbitrar.
Otro caso esperpéntico se produjo en el estadio. El equipo
sudafricano de 4x400 metros queda eliminado por lesión de uno de sus
integrantes, es decir, no llevó el testigo hasta el final; luego presenta una
reclamación acusando a otro equipo de haber provocado aquella lesión, demanda
que el comité correspondiente atiende y toma en consideración, decidiendo
recalificar al equipo sudafricano y metiéndolo en la final… ¡un equipo de
relevos que no entrega el testigo al juez compite en la gran final! Un
auténtico dislate, un absurdo impropio de quienes deben velar por la limpieza
de la competición, un contrasentido que parece perpetrado por quienes están más
atentos a la corrección política que a la justicia, pues injusto fue que un
equipo que no llega a meta en la semi alcance una final. En resumen, una
trampa. Y también podría hablarse del paso incorrecto de los marchadores, todos
y durante casi toda la prueba, pero sólo algunos fueron descalificados…
Y por último hay que mencionar algunas chocantes medidas
tomadas por la organización. Por un lado, el asunto del pebetero, sustraído a
la vista de todo el que no estuviera dentro del estadio. Y por otro lado (y
mucho peor), el hecho de que las carreras de más largo aliento (marcha y
maratón) fueron expulsadas del estadio, hurtándoles así, tanto a los ganadores
como a todos los que alcanzaban la meta, el aplauso y reconocimiento del centro
de los juegos: el estadio olímpico. Y es que, tras horas y kilómetros de
esfuerzo, entrar en el estadio y recibir la ovación del público que espera a
los atletas, debe poner la carne de gallina al más frío. Da la impresión de que
ciertas decisiones se dejaron en manos de los expertos en marketing que,
lógicamente, no tienen en consideración ningún aspecto deportivo.
CARLOS DEL RIEGO
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