OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 22 de agosto de 2012

RUIZ MATEOS, UN PÍCARO DE TRADICIÓN HISPANA Con traje y corbata, abogados y televisión, el singular personajillo no deja de encajar en la cultura picaresca

Véase el temible ataque de Ruiz Mateos
contra el ministro Boyer en 1989.
Ruiz Mateos vuelve periódicamente a la palestra informativa, ahora al ser detenido por no acudir a una cita judicial. El personaje no tiene desperdicio y, a pesar de las abismales diferencias en todos los terrenos, tiene no pocos factores que lo harían personaje destacado de la picaresca española más tradicional y novelesca. Es más, su trepidante y variopinta trayectoria vital, los tremendos vaivenes de su existencia, los episodios ridículos que protagonizó y que tantos chistes, chanzas y mofas provocó, sus enfrentamientos con los poderosos y demás correrías, harían un aprovechable y divertido argumento para engrosar ese género español tan literario como real.

José María (como su amado Escrivá de Balaguer) se convierte en permanente carne de noticia desde que en 1983 le expropian su grupo de empresas por unas minucias como que no pagaba a Hacienda desde hacía años o como que la mayoría de sus empresas estaban en bancarrota y con profundos agujeros contables. Evasión de divisas, apropiación indebida, fraude y otras cosillas lo llevan a la cárcel, pero al poco de salir protagoniza uno de los momentos más hilarantes, patéticos, ridículos y vergonzantes del final del siglo pasado. A la salida del juzgado, en 1989, este personajillo convertido a partir de entonces en un bufón del reino, se acercó al ministro Miguel Boyer (Psoe) y le propinó lo que debería haber sido un puñetazo pero que apenas se quedó en un ligero golpecillo con el puño en plan figura egipcia; y a todo esto, amenazando con un tembloroso “que te pego, que te pego, leche”, palabras que, seguro, hubieran aterrorizado al mismísimo Al Capone. Por su parte, Boyer hizo como que iba a repeler el ataque, pero el barullo que se formó les evitó a ambos el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, lo que les hubiera llevado no ya al ridículo más chusco, sino a la más violenta vergüenza ajena.

Quienes lo vivieran sonreirán al recordarlo, y quienes no sepan de qué va esto podrían buscarlo para hacerse unas risas. El caso es que en aquellos segundos inolvidables, Ruiz Mateos y Boyer demostraron ser dos auténticos mequetrefes, dos lechuguinos incapaces de armar el puño y el brazo, dos tipos atemorizados por la situación y que se agarraban de sus acompañantes para que éstos sólo tuvieran que decir “no, que te pierdes”, dos alfeñiques, en fin, que jamás se habían manchado las manos con otra cosa que no fuera la tinta con que firmaban; no en vano a los dos no les falta más que visera y manguitos para componer al perfecto chupatintas, al covachuelista (así llamaban a los oscuros y corruptos funcionarios en el siglo XIX) enfermo de papeleo. Lo curioso es que uno y otro quisieron aparentar ser tipos duros, uno con su ineficaz agresión, el otro con su amago de contraataque; sin embargo la cosa quedó en pelea de petimetres que se hubieran conformado con tirarse del pelo.  
    
Pero esta especie de cómico improvisado no se dejó dominar por la vergüenza, sino que, al ver que la gente se reía con él (en realidad, de él), empezó a aparecer vestido de Supermán y repitiendo el ya emblemático “que te pego, que te pego, leche”; luego se dejó ver con atuendo de presidiario, con una cruz a cuestas, acosando a los familiares del timorato ministro y en otras esperpénticas salidas de tono.

Y a la cosa picaresca contribuyó (contribuye) el gobierno y la justicia española, puesto que casi 30 años después no hay sentencia definitiva, de modo que en todo este tiempo unos tribunales han dicho una cosa y otros la contraria. Y gracias a eso, este espécimen tan hispano montó otra timba que, pocos años después, le volvió a llevar al cierre y la intervención. Entre medias, forma un partido político y representa a España en el Parlamento Europeo, compra un equipo de fútbol, huye de España, acumula más acusaciones… De haber nacido hace 500 años alguien hubiera escrito una novela picaresca que bien pudo ser “Sobre las andanzas, aventuras y padecimientos del astuto y sibilino monaguillo que terminó en mercachifle y prestamista que engañó a listos y tontos”. Pura esencia española.
 
CARLOS DEL RIEGO
                                                                                               


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