Huelgas y manifestaciones son los últimos recursos de los sindicatos para demostrar su existencia |
Los partidos políticos se han convertido
en algo muy parecido a las sectas. Hay un líder absoluto (el candidato a las
generales) al que todo el mundo obedece y al que todo el mundo adula y pelotea;
luego están los lugartenientes y hombres de confianza que están en casi todos
los secretos y que, aunque vean en el líder decisiones o posturas equivocadas,
jamás osarán contradecirle o señalarle error, pues pueden caer en desgracia;
después siguen los que realizan las labores de propaganda, infraestructura y
oficina, que están en el partido a tiempo completo y aspiran a ir subiendo en
el escalafón, que son los que se creen (o lo simulan) todas las patrañas pseudoidealistas
y demagógicas, que son capaces de tragar embustes de tamaño cósmico porque se
lo ha dicho el secretario general, en quien tienen depositada su absoluta
confianza más allá de pruebas y evidencias; y por último están los afiliados,
las bases, defensores a ultranza de las siglas en cuestión, fuerzas de choque
cotidiano siempre dispuestas a actuar de un modo cercano al fanatismo, negando
cualquier acusación a sus superiores y subrayando la misma si va contra las
siglas rivales.
Así es y se comprueba a diario. Cualquier
militante, votante o simpatizante de unas siglas defenderá con convicción
fanatizoide esas iniciales, de modo que primero negará las acusaciones poniendo
el grito en el cielo y señalando maniobras oscuras del partido rival, y cuando
no tenga más remedio disculpará y justificará cualquier conducta reprochable de
cualquiera de los nombres de peso del partido; de hecho, antes de juzgar una
conducta, el adicto a unas letras se informará de la preferencias políticas del
interfecto para, en función de ellas, manifestar su opinión. Y la razón
exclusiva es que esos acusados pertenecen al partido, a mi partido, y por tanto
son muy buenas personas, lo que les imposibilita para realizar cualquier
actuación reprochable; y por otro lado, puesto que son integrantes del partido,
de mi partido, sus faltas siempre serán vistas con mayor comprensión. En este
sentido no puede extrañar que se escuche, en boca de algunos militantes y
simpatizantes, cosas como “yo votaré siempre a este partido aunque le quiten la
comida de la boca de mi hijo”, o sea, fanatismo. En realidad, ese
comportamiento coincide con el de los hinchas de los equipos de fútbol, que
insultarán y menospreciarán a un jugador o entrenador rival..., hasta que un
día se integre en el equipo propio; y viceversa, se adora al integrante de
nuestro equipo ensalzándose sus virtudes, pero si se pasa a otro equipo sus
cualidades deportivas irán desapareciendo.
Partidos y sindicatos funcionan como las sectas, con líderes adorados y seguidores fanatizoides |
Esta forma de entender la política,
sectaria e incapaz de ver la viga en el ojo propio, no tiene ninguna razón
verdaderamente objetiva, puesto que no se puede ser una gran persona, honrada,
capaz, trabajadora, sólo por pertenecer a un partido, del mismo modo que no se
es un corrupto, inútil y vago sólo por pertenecer a un partido. Sin embargo,
todos los que votan siempre al mismo partido están convencidos de que eso es
así, que el hecho de estar integrado en el partido, en mi partido, convierte
instantáneamente a la persona en persona ejemplar. Es verdaderamente asombrosa
la adicción, la adoración, la sumisión que provocan las iniciales políticas. Y
ello a pesar de que da igual a qué siglas y logos pertenezca el político, pues
en unos y otros bandos el fin último es siempre el mismo: agarrar puesto,
ocupar sillón, trincar cargo..., y quedarse para siempre en la esfera política.
Prácticamente sucede lo mismo en el mundo
de las organizaciones sindicales, sobre todo en las más grandes. Para empezar,
no dejan de perder afiliados año tras año, pero los que están en lo alto de la
pirámide se niegan a perder protagonismo e influencia. En la cumbre está el
secretario, presidente o como se le quiera llamar, bajo él los ayudantes y
lugartenientes dispuestos a rasgarse las vestiduras, luego vienen los que
mantienen la estructura burocrática y por fin los afiliados siempre listos para
echarse a la calle a demostrar lo enfadados que están.
Pero la realidad es que tanto en los
partidos como en los sindicatos el fin último es ir subiendo dentro de la
estructura interna, ir colocándose poco a poco cerca de los que tienen
capacidad de decisión, de los que señalan a los que van en las listas o a los
candidatos a tomar puestos de relevancia; para ello lo mejor es ser ‘más
papista que el papa’, o al menos parecerlo. Y así es casi desde que se inventaron esas estructuras políticas,
no han variado un ápice sus modos de actuación interna y de cara al exterior,
siguen funcionando igual que hace años y años y se niegan a dar el mínimo paso.
Y por eso, partidos y sindicatos funcionan de modo similar a las empresas, pero
a empresas que no producen ni fabrican ni venden productos o servicios, por lo
que requieren subvención continua. Por eso, unos y otros se han convertido en
trampolines profesionales que llevan a lo más alto de la política, la banca, la
empresa..., por eso quien pilla un buen puesto (jefe de sindicato o partido,
ministrable o alto representante sindical, encargado de política de esto o lo
otro, de relaciones con estos y los otros, de prensa y propaganda ..., incluso
de la parte contratante de la primera parte) se dejará matar antes que
abandonar el partido o sindicato, pues lejos de su estructura sólo ganaría un
sueldo acorde con su valía. Y es que choca ver a los jerifaltes de partidos y
sindicatos repitiendo, imitando todos los rasgos del rico ostentoso.
Pero las cosas cambian, el público tiene
cada día más elementos de juicio, más herramientas para informarse, más medios
para conocer la realidad. El problema es que
los encargados de la propaganda también tienen más utensilios para
impartir su doctrina, por lo que el proceso de cambio masivo de mentalidad
puede ser lento, pero a la larga, las estructuras, formas de actuar y objetivos
de aquellos dinosaurios tienen que ir variando. Gran parte de los problemas se
solucionarían eliminando las subvenciones a unos y otros, de modo que tuvieran
que sobrevivir sólo con las aportaciones de sus militantes y simpatizantes;
pero esta solución es siempre despreciada por quienes viven muy bien en la
situación actual, pues sin dinero público (al que creen tener derecho) todo
tendría que reducirse: propaganda, empleados, expertos y asesores, cargos,
sueldos y dietas, viajes, reuniones, concentraciones y privilegios de todo tipo.
Que las cosas cambien o no, que todo siga
funcionando del mismo modo que hace décadas como si la sociedad fuera la misma,
depende de la capacidad de búsqueda de información independiente y veraz por
parte del ciudadano, de su habilidad para no dejarse convencer por los trucos
de los expertos en marketing y manipulación de masas. De todos modos siempre
habrá quien, como en el mito de la caverna de Platón, no quiera volverse para
comprobar que la realidad está a sus espaldas, no en la pared de la cueva en la
que sólo se reflejan las sombras de quienes pasan por delante de la entrada de
la caverna.
Además de partidos y sindicatos, también
precisan seria remodelación otras gigantescas estructuras, tan costosas como
ineficaces. Así el Senado, cuya absoluta inacción, cuya total inutilidad
debería llevarlo a la inmediata extinción; bueno sería saber qué hacen los
senadores que valga el sueldo que cobran. Del mismo modo las comunidades
autónomas, devoradoras de inmensas cantidades y con muchísimos puestos y
organismos inservibles y que, además, promueven la desigualdad entre regiones;
se las ha descrito como auténticos reinos de taifas con mucha precisión, pues
reproducen cada vez más los modelos del gobierno central. Y así podría seguirse
con una ristra interminable de entidades oficiales que cuestan muchísimo y no
dan nada (fácilmente prescindibles, por tanto), como la consejería de esto y de
aquello, el instituto de este y de aquella, la dirección general de lo de más
allá y de lo de más acá, el consejo de ciento y el de cuento, el gabinete del
bien y el del mal... y sigue y sigue, y cada uno de los integrantes de todos
estos conciliábulos parásitos gana por encima de cinco de los grandes al mes, a
lo que hay que añadir las consabidas dietas y gastos, que siempre son con cargo
a dinero público.
En el fondo, el problema es que el estado
y su funcionamiento se lleva más de la mitad de lo recaudado, con lo que queda
poco para el ciudadano de a pie, que paga múltiples impuestos y tiene que ver,
a diario y sin poder hacer nada, cómo se dilapida y despilfarra, cómo se
esfuman asombrosas cantidades.
La solución vuelve siempre a las mismas
directrices: quitar privilegios y tiempo de estancia a los cargos públicos y
reducir drásticamente su número, suprimir subvenciones a organizaciones tan particulares
como los partidos políticos y los sindicatos, retirar organismos... Pero ¿quién
que esté bien colocado en el partido o en el sindicato, en el gobierno central
o autonómico, en esta o aquella consejería va a levantar su voz para que se
supriman organismos y se eliminen privilegios?
CARLOS DEL RIEGO
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