El torero Ortega Cano tendrá una sentencia benévola, amable, mucho más amable que la pena a la que él sentenció a su víctima. |
Los asuntos judiciales siguen en primera página. Hay
actualmente tres que atraen la atención del ciudadano (sin contar los
relacionados con el trinque y la corrupción) y, por una u otra razón, no dejan
de causar inquietud en todo aquel que tiene interés y se procura información al
respecto. Inquietud que procede de la desconfianza que causan tanto los jueces
y sus arbitrarias y desoladoras decisiones como el propio sistema penal en sí.
El caso del torero Ortega Cano es actualmente (III-13) el más
seguido. Sin entrar a valorar testimonios,
pruebas y análisis, parece difícil que se libre de una condena
importante dado que todo lo acusa…, si el proceso fuera más o menos lógico. Sin
embargo, todo parece indicar que la cosa terminará con una componenda entre
abogados, fiscales y jueces; los primeros iniciarán el mercadeo, el tira y
afloja, el amaño, el regateo, la subasta, hasta ponerse de acuerdo; los
siguientes darán su beneplácito al trueque; y los terceros harán cualquier
pirueta para que el causante de un homicidio pague lo menos posible. ¿El
muerto?, al hoyo, y el conductor homicida, al bollo. Pagará una muerte con
dinero y, en el mejor de los casos, pasará unos días en el trullo y a la calle,
a olvidar el mal trago. Claro que mucho peor fue el caso del indigno
Farruquito, que conduciendo sin carnet y sin seguro a toda velocidad, atropelló
a un peatón saltándose un semáforo, se dio a la fuga sin detenerse a auxiliar a
su víctima y, por si fuera escasa la colección de bajezas mostradas por el
bailarín, niega que él condujera y le pasa el muerto a otro; no se puede
cometer mayor cantidad de vilezas y ruindades en una misma acción (sin el menor
atisbo de duda, este individuo ha demostrado de qué está hecho). Como quiera
que el encargado de administrar justicia encontró atenuante en el ‘arrepentimiento
espontáneo’ (medio año después, cuando ya no tenía escapatoria y tras haber
tratado de manipular las pruebas), el dudoso personaje apenas pasó unos meses
entre rejas, pues aunque fue condenado a tres años (¿cuántos le robó al verdadero
perdedor?), al poco ya disfrutaba de todos los beneficios, sólo iba a la cárcel
a dormir y pasó el último año en libertad condicional. Desgraciadamente Ortega
Cano ‘sufrirá’ un castigo semejante.
Otro caso terrorífico que se juzga estos días es el de los
ultras-nazis-skins que apalearon a un indigente que se refugiaba en un
fotomatón; los muy valientes (las hienas siempre atacan en grupo, jamás cuando
la ventaja no es abrumadora) le patearon la cabeza hasta que se cansaron,
mandándolo dos años al hospital y dejándolo con un 60% de minusvalía; y para
colmo, el abogado de los prehomínidos se marca una declaración que hubiera
firmado Hitler, dejando bien claro que, de haber estado allí, él también
hubiera aporreado al indefenso. Habrá tejemanejes entre los equipos de letrados
(al leguleyo ultra, como mucho, le darán una reprimenda) para que, al final, el
árbitro los condene a unos años, tal vez diez o doce, con lo que en tres o
cuatro estarán en la calle para buscar a otro indefenso al que machacar cuando
vayan en grupo. Lo que deberían hacer en el momento en que localicen a otro
desgraciado es avisar a su abogado, que gustará de participar en la ‘actividad’.
Un caso menos atendido por los medios viene del Tribunal de
Estrasburgo, que considera que va contra los Derechos Humanos aplicar la
doctrina Parrot, la cual señala que los beneficios penitenciarios se aplicarán
sobre el total sentenciado, y no sobre el máximo a pasar en prisión, que en
España es 30 años. Si prosperara esta barbaridad de los jueces de ese tribunal,
en unos meses habrá cientos de terroristas, violadores, pederastas y asesinos
en las calles, todos ellos con crímenes horribles por los que habrán pagado con
unos pocos años de cárcel. ¡Qué pueden tener en la cabeza esos jueces para utilizar
cualquier matiz o recoveco de la ley en beneficio de un violador pederasta que,
sin la menor duda, una vez en la calle empezará inmediatamente a buscar
víctima! ¡Cómo tendrán tanta empatía con el agresor y ni una sola palabra para
el agredido!
Y si en el caso hay política y políticos, el del hábito
negro se verá influenciado por prejuicios, preferencias, simpatías y
antipatías, ideologías, arbitrariedades…
¡Pero qué se puede esperar de un juez!, qué se puede esperar
de una persona que un día se mira al espejo y se dice a sí mismo: “tú vas a ser
quien decida el destino de las personas, tú tendrás el poder sobre las vidas de
los otros”. Son necesarios, sí, pero desde un punto de vista ético hay que
tener un ego del tamaño del Himalaya, una soberbia más profunda que la fosa de
las Marianas, una vanidad y engreimiento más extensos que el desierto de Sahara
para verse así. Valga de muestra de la valía moral de gran parte de este
colectivo (segurísimo que hay excepciones) el trato que habitualmente dan a sus
compañeros de facultad cuando ganan la oposición: les niegan hasta el saludo,
pues a partir de ese momento se consideran seres superiores.
CARLOS DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario