Malcom McLaren (entre Sid Vicious y un poli) ideó una original estafa con Sex Pistols como protagonista |
Como todas las actividades que
producen dinero, fama, poder, el rock y el pop también han atraído a una amplia
variedad de trileros, chorizos, embaucadores, engañabobos y timadores, que han
urdido tramas más o menos hábiles en las que han caído muchos incautos. Los
músicos estafan cuando no dan lo que prometen; por ejemplo cuando ofrecen el
típico concierto rápido y corto, ese en el que se nota que los del escenario
están deseando acabar y largarse; o cuando meten sonidos pregrabados sin
reconocerlo; o cuando alguno de los integrantes del grupo se presenta
‘indispuesto’, como cuando los fantásticos Dr. Feelgood salieron a tocar con un
Gypie Mayo incapaz de sujetar la púa o de sostenerse en pie, cosa que también
ocurrió con el batería de Damned en el histórico Rock-Ola de Madrid.
Capítulo aparte merece el asunto
de los plagios y apropiación de ideas ajenas, ya que son pocos los que se
libran de acusación tan vergonzante; The Beatles y Stones, The Doors, Michael
Jackson, Georges Harrison y otros grandes hubieron de sufrir sonrojantes
denuncias, llegando algunos de ellos a acordar el pago al denunciante para no
continuar con la causa; en este capítulo tienen papel protagonista Led
Zeppelin, señalados como grandes copistas de los bluesmen norteamericanos
(aunque no sólo), y Oasis, especialistas en tomar esto de aquí y aquello de
allá para dar forma a una canción ‘propia’ (maestros del corta y pega); Blur,
Coldplay, Nirvana y muchísimos otros han tenido que aguantar el dedo acusador.
Y emblemática es la leyenda que asegura que el Coronel Parker había comprado
por unos cuantos dólares varias decenas de canciones a músicos callejeros para
luego, hábilmente transformadas, convertirlas en superventas en la voz de
Elvis.
Entre ellos, entre los compañeros
de grupo abundan también las peleas, más por temas relacionados con el efectivo
que por asuntos musicales. Aquí la lista tiende al infinito, puesto que son muy
habituales declaraciones de este guitarrista o aquel batería del tipo de “esa
canción, esa idea es mía, el nombre del grupo lo tengo registrado yo, se
aprovecharon de mí y luego no compartieron conmigo los beneficios…”; por
ejemplo, Topper Headon, batería de The Clash, afirmó que sus compañeros le
habían robado gran parte de los temas de los discos ‘Sandinista’ y ‘Combat
rock’ y luego le pusieron de patitas en la calle (probablemente su adicción a
la heroína contribuyó al despido).
Pero los engaños más sonados
suelen ser aquellos que tienen al público como primo. Seguro que hay quien se
acuerda de aquel dúo llamado Milli Vanilli que a finales de los años ochenta
del siglo pasado alcanzaron un tremendo éxito, sobre todo en Estados Unidos, donde
fueron disco de platino y fueron galardonados con premios Grammy y similares;
sin embargo, los dos integrantes del grupo (Morvan y Pilatus) eran unos impostores,
pues ellos nunca cantaban sino que se limitaban a hacer play back; pero como no
podía ser de otro modo, un día el play back falló y, además, uno de los que
estaba en el secreto (precisamente uno de los verdaderos cantantes) empezó a ‘cantar’.
Finalmente, el productor que había ideado la engañifa confesó, con lo que se
descubrió todo el pastel. Pero antes, en el colmo del cinismo, el tal Pilatus
se había comparado con Dylan o McCarteney. La discográfica que había editado
sus discos hubo de hacer frente a un sinfín de demandas de quienes compraron
álbumes y entradas de sus conciertos. Todo el mundo cayó en la trampa, pero
quienes peor quedaron (además de los embusteros) fueron los críticos que
premiaron a estos cantamañanas.
Esa misma forma de trola es la que
usaron los productores de Boney M, otro grupo surgido en Alemania a mediados de
los setenta y cuyas voces siempre fueron dudosas; luego se supo que el cantante
masculino no cantó jamás, y que las voces de las chicas tampoco correspondían
con los rostros que aparecían en escena y en las portadas (al menos no todas).
¿Se ha dicho que el embaucador que urdió las dos mentiras, la de Milli y la de
Boney, es el mismo?, así es, se trata del alemán Frank Farian, que ganó un
montón de pasta con esos dos trabajitos.
Los propios músicos suelen ser los
que, de un modo u otro, terminan por ser timados, trasquilados, esquilmados por
las compañías discográficas, que les hacen firmar contratos con condiciones
leoninas; y aunque eso era mucho más abundante hace unos años siempre habrá
listillos e inocentes. El caso de Springsteen es el más conocido; firmó
contrato con el manager y productor Mike Appel, con quien grabó sus dos
primeros discos y parte del superéxito ‘Born to run’; como quiera que Appel tenía
firmado un papel con The Boss que le
proporcionaría desorbitados beneficios por cada uno de sus lanzamientos,
Sprignsteen decidió no publicar nuevo material hasta que ese contrato expirara,
dedicándose así, durante dos años, a dar salida a sus irrefrenables capacidades
artísticas en extensos y agotadores conciertos, pues cada uno de los que dio
entre 1975 y 1977 superaba las tres horas de duración. Finalmente Apple (que
jamás volvió a acercarse al éxito) accedió a romper ese contrato…, a cambio de
una cantidad.
John C. Fogerty, el genial líder y
compositor de Creedence Clearwater Revival, tuvo problemas con Saul Zaents,
dueño del sello discográfico Fantasy Records con el que publicaban los
Creedence; la cosa se explica con un verso del tema ‘Zanz Kant Danz’ del álbum
‘Centerfield’ (1985), en el que John habla de ‘un cerdo que no sabe bailar pero
sí robar’…
Y es que el dinero puede con
cualquier relación. De sobra es conocido el encontronazo entre Paul Weller, de
The Jam, con Steve Jones, de The Clash (también se peleó Weller con Sid
Vicious, al que estrelló una botella en la cara, pero parece que la cosa no iba
de pasta); en la gira White Riot Tour con The Clash y Buzzcocks entre otros,
The Jam se bajaron del cartel a falta de un montón de conciertos, alegando
Weller que los integrantes de The Clash les estaban robando en cada actuación.
De una original trampa trata la
película ‘La gran estafa del rock & roll’ (The great rock & roll
swindle’, Julian Temple, 1980); en ella se explica cómo el productor
MalcomMcLaren consiguió que su grupo Sex Pistols ingresara un montón de libras
sin apenas haber grabado nada. Su método era sencillo: firmó con una
discográfica y, en la primera entrevista en televisión, Johnny Rotten y
compañía soltaron todos los tacos que se les ocurrieron y lanzaron insultos a
diestro y siniestro, de forma que otros artistas de ese sello discográfico
(amén de otras voces de gran resonancia mediática) amenazaron con boikot si no
se expulsaba a los Pistols; la firma los despidió, pero tuvo que pagar fuerte
indemnización; el astuto y calculador McLaren repitió en otra compañía. Total,
muchos miles de libras sin haber cogido la guitarra. De paso nació el punk
inglés en los lejanísimos últimos años setenta del siglo XX.
Como puede verse, en el mundo del
pop y el rock se cuecen las mismas habas que en todas partes.
CARLOS DEL RIEGO
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