La Farsa de Ávila según litografía anónima del siglo XIX. |
Varios pequeños municipios catalanes se han declarado
‘territorio catalán libre’ según acuerdo y resolución de sus ayuntamientos que,
en los últimos meses, han ido anunciando parecidos bandos independentistas. Tales
resoluciones, lógicamente, no tienen ninguna repercusión en la ciudadanía, nada
cambia una vez comunicado el ‘nuevo status’ político; es, en fin, como si un
tipo de Cabañaquinta (Asturias) se levanta un día y empieza a pregonar a voz en
grito que no es asturiano sino bosquimano del Kalahari…
Esta hilarante ausencia de sensatez recuerda algunos
episodios de parecida índole que abundan en la riquísima Historia de España,
inagotable en revueltas chuscas, motines de circo y rebeliones esperpénticas.
Por un lado tiene mucho que ver con aquella insurrección cantonalista durante
la Primera República Española, pero también guarda relación con el ridículo
pasaje de mediados del siglo XV que está en los libros con el nombre de Farsa
de Ávila.
Tras la revolución conocida como La Gloriosa (1868) y el
fiasco de Amadeo de Saboya se proclama en 1873 la República Española; en este
contexto federalista algunas regiones y poblaciones españolas se proclaman
cantones independientes, siendo el cantón murciano de Cartagena el más
conocido. El caso es que es que los delirantes e inconscientes bodoques de
turno (más vale no recordar sus nombres) se creyeron legitimados y aptos para
declarar la independencia del cantón, y así, tomaron las fortalezas de la
ciudad. Como no podía ser de otro modo, hicieron el ridículo más espantoso,
como demuestran dos hechos significativos; uno se produce en los primeros
momentos: como no tenían bandera a mano (se había acordado que la enseña del
Cantón Murciano de Cartagena fuera íntegramente roja), en la fortaleza de
Galeras se optó por izar una bandera del Imperio Turco (roja con media luna y
estrella blancas) creyendo que desde lejos nadie vería más que el rojo, sin
embargo, desde uno de los barcos se comunicó que “el castillo de Galeras ha
enarbolado bandera turca’…, piénsese en el pasmo del capitán, oficiales y
marineros al creer que habían sido invadidos por los turcos. La otra muestra del
ridículo de esta asonada de cuchufleta consiste en un texto divulgado por el ‘gobierno’
del cantón en el que se amenaza a una ‘potencia extranjera’ a que se pliegue a
sus exigencias o será atacada…, la potencia amenazada era Almería. Finalmente
las tropas gubernamentales asediaron y tomaron la ciudad, causando gran
cantidad de muertos entre la población civil, que invariablemente es la que
paga los delirios de grandeza de unos cuantos majaderos con mucha más vanidad
que cerebro.
A mediados del siglo XV el rey de Castilla era Enrique IV ‘El
Impotente’, que tenía en contra a gran parte de la nobleza y alto clero, los
cuales al no poder destronarlo decidieron montar una pantomima, la Farsa de
Ávila. En junio de 1465 nobles y obispos se reunieron cerca de la capital
castellana (con los lugareños observando la representación) y allí construyeron
un escenario en el que colocaron una estatua de madera que representaba al rey.
Después de una proclama acusatoria, encendida y reivindicativa, uno tras otro
los tres principales conjurados le fueron retirando al pelele la corona
(símbolo de la dignidad y legitimidad), la espada (que representa la justicia y
el poder) y el cetro (que equivale a la autoridad); finalmente echaron la
estatua al suelo acusando a Enrique IV de ser amigo de los moros, de ser manso
y de ser homosexual y, por tanto, no ser el padre de Juana (‘La Beltraneja’).
Luego nombraron rey a su hermanastro Alfonso de Castilla (‘El Inocente’), que
tenía 13 años, e incluso le montaron una corte, aunque no era más que un títere
en manos de los productores y escritores de la farsa; además, murió sólo tres
años después. Al final la cosa quedó en nada, e incluso algunos de los
‘farsantes’ se cambiaron de bando.
Pasajes chistosos, escenas desternillantes, chanzas y mofas
pueblan la historia de España (en realidad seguro que igual que en todas partes),
y en esa línea los regidores de aquellas poblaciones catalanas quieren que
tradición tan divertida no se pierda.
Qué tendrá el mando que convierte a
ciudadanos de a pie en engreídos enfermos de poder y con delirios de grandeza que
se creen capacitados, señalados y legitimados para poner en práctica cualquier
ocurrencia.
CARLOS DEL RIEGO
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