A saber dónde habrá estado metida esa lengua unos segundos antes. |
Eso de las mascotas es casi una religión. Quienes alguna vez
han tenido perro casi seguro lo tendrán siempre, y algo parecido ocurre con
otros animales, es decir, la persona que acoge en su casa una mascota no dejará
pasar mucho tiempo de traerse otra cuando la pierda. Los animales de compañía
suelen proporcionar ante todo eso, y a cambio el dueño le satisface todas sus
necesidades, aunque hay muchas veces que los humanos se pasan a la hora de
expresar su cariño con los animalitos, tanto que en no pocas ocasiones llegan
al ridículo.
Una de las imágenes más repulsivas que se pueden ver por ahí
es la de un dueño o dueña de perro besándolo en el morro, en la húmeda narina
(la parte distal, negra, de su nariz) e incluso dejando que la lengua del
animal le recorra los labios… o aun peor; es más, hay muchas personas que
entienden este gesto como el del infinito amor que se tiene por el chucho y
aplauden los mimos normalmente reservados a humanos. Sin embargo, visto
fríamente, es un acto cien por cien antihigiénico, cuando no asqueroso,
repugnante, ya que el perro va olisqueado todas las fuentes de olor de
procedencia animal, desde los traseros de sus congéneres hasta las heces u
orina de otros canes, si encuentra comida por el suelo (esté en el estado que
esté) sería raro que se resistiera a zampársela, meterá su potente nariz en
cualquier cosa putrefacta que quede a su alcance, se lamerá sus genitales y sus
pies, cogerá con su boca cualquier objeto que encuentre en la calle o en la
basura que hieda lo suficiente, beberá agua del inodoro, lamerá cualquier
‘salsa’ del suelo…, y así sucesivamente. De modo que cuando el o la amante
dueño-a bese en la nariz y a veces incluso (¡horror!) en el morro a su pastor
alemán, pequinés, caniche, terrier, cocker spaniel o mastín, debe saber que
está besando cacas y traseros de otros chuchos, así como los cataplines del
propio o los suelos de las calles con todas las porquerías que uno pueda
imaginarse, desde chicles procedentes de fauces indeterminadas hasta roídos restos
de pollo caídos del cubo; eso y mucho más es lo que besan los que se morrean
con la pobre bestezuela. E igualmente cuando el ingenuo y adorable animalito echa
su repugnante aliento y pasa su maloliente lengua por la cara del complacido
dueño, que es como si…, ¡qué asco! En otro sentido pero también cerca de lo
grotesco es la imagen de las primatólogas abrazadas a gorilas, chimpancés,
orangutanes u otros simios o, en fin, a cualquier fierecilla silvestre.
Afortunadamente no todos los que poseen perro se toman
tantas confianzas con él, aunque una casa, un coche, una habitación (y cama,
sofá, alfombra) con perro suele anunciar su presencia desde que se abre la
puerta, ya que huelen, roen, muerden, babean, siembran pelo…, inconvenientes
que, sin duda, son compensados largamente con la fidelidad incondicional de ese
lobo domesticado que tantas satisfacciones proporciona; por no hablar de lo de
recoger y manejar sus deposiciones, algo que muchos jamás harían por otro
hombre.
Lo de ponerles abrigos, gabardinas o gorras a los perros no
deja de ser un ridículo ingenuo e inocuo, igual que llevarlos periódicamente a
la pelu. También es curioso lo de los grandes canes en las ciudades; se sabe
que muchos de sus poseedores, preocupados por que el animal está gordísimo, lo
alimentan con un carísimo pienso dietético, mientras otros de la misma raza son
alimentados con el pienso más barato para que no engorden; la diferencia es que
aquellos viven de forma sedentaria mientras que estos están en el campo, su
hábitat natural. Lo llamativo es que unos y otros propietarios buscan el mismo
objetivo con medidas contrapuestas.
Las mascotas no dejan de ser animales por mucho que no pocos
de sus amos, y sobre todo amas, los humanicen y traten como si fueran personas.
En todo caso, todo es mejor que el comportamiento de esos auténticos desalmados
que maltratan a sus fieles compañeros, dejando bien claro qué ralea de
individuos son.
CARLOS DEL RIEGO
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