Kraftwerk y sus álter ego robóticos |
Uno de los géneros musicales que más éxito ha tenido en las
últimas décadas es el tecno y todos sus derivados (house, hard, electro,
ambient, minimal, progresive, drum & bass, trance…), que ha invadido casi
todos los reductos del rock y del pop. Desde que dio sus primeros pasos la
música electrónica no ha dejado de crecer, siempre animada por el deseo de la
exploración, de buscar nuevos modos y sonidos aprovechando el avance imparable
de la tecnología. Pero nada de eso hubiera sido posible sin la aparición del
grupo alemán (de Duseldorf) Kraftwek, el cual surge dentro de una corriente muy
específica y prácticamente exclusiva de Alemania.
Así, puede afirmarse que la prehistoria del tecno y la
música electrónica es más alemana que el hombre de Neandertal. Todo comienza a
finales de los sesenta del siglo pasado en varias ciudades germanas (Duseldorf,
Colonia, Berlín) donde surgen muchos grupos que se dedican a fabricar
experimentación, de modo que la prensa los mete en un cajón de sastre que da en
llamar, despectivamente, ‘kraut rock’, y en el que entran cantidad de nombres
que tuvieron su momento y que siguen siendo considerados los pioneros del
género; se trata de bandas como Can (experimentación, improvisación en
influencias sicodélicas o jazzísticas), Amon Düül II (escisión de los radicales
y violentos Amon Düül), Tangerine Dream (con sonido más lírico, más sofisticado
y etéreo, menos mecánico o industrial que los demás), Popol Vuh (que combina lo
étnico con lo electrónico), Klaus Schulze, Neu!... Pero será el grupo formado
por Ralf Hütter y Florian Schneider, Krafwerk, el que tomara el camino más
viable y, al final, el que ha perdurado y producido más.
En Kraftwerk están casi todos los recursos, todos los tics
de todos los subgéneros de lo que se puede aglutinar dentro del término ‘música
electrónica’: modificación de voz, secuencias obsesivas de percusión
electrónica, efectos sonoros, experimentación, sintetizadores…, incluso en sus
comienzos ya se ocuparon de diseñar aparatos o mejorar los existentes. Sólo hay
que escuchar ‘Autobahan’ o ‘Trans Europe Express’ para entender a la perfección
el proceso que lleva directamente a la música electrónica, y más concretamente
al tecno-pop, al pop electrónico. Y es precisamente con ‘The Man Machine’, publicado
hace 35 años, cuando cristaliza la idea, cuando el concepto tecno adquiere
sentido, personalidad, entidad propia, cuando echa a andar definitivamente un
género musical totalmente nuevo y, por tanto, con infinitas posibilidades.
Y es que este ‘El hombre máquina’, además de innovación y
vanguardia, además de experimentación y tecnología, presenta algunas estupendas
melodías que, si fueran sacadas de contexto, de ese envoltorio tecnológico,
serían perfectamente posibles con sólo voz y guitarra. El mejor ejemplo es la
siempre fresca ‘The model’, pieza dotada de una melodía tremendamente pegadiza,
con acompañamiento aparentemente simple y de una eficacia y precisión muy
germánicas y, en fin, un resultado claro, cristalino, perfectamente pulido y
perfectamente hipnótico; se trata de una canción modélica, un patrón infalible
para cualquiera que desee manipular aparatos electrónicos. También sigue esa
fórmula, consistente en una melodía fácil coronando un delicado y a la vez
sólido edificio tecnológico, el tema que abre el disco, el excelente ‘The
robots’, cuyas secuencias melódicas han sido pirateadas con descaro por grupos
de todo pelaje. ‘Spacelab’ es tecno cien por cien en sus bases, en sus
arreglos, en sus voces, en sus variaciones…, pero también permite espacio para
una armonía melódica que entra hasta dentro gracias a su claridad, a su
sencillez, a su ingenio, hasta el punto de que en sus seis minutos de duración
están apuntados no pocos recursos, estructuras y matices que son usados hoy día
por cualquiera que tire de tecnología.
La pieza que da título al disco y ‘Neon Lights’ caminan por
un sendero más experimental, pero sin ser nunca cargantes, sin perder nunca un
encanto especial. Son temas que muchos han tildado de excesivamente mecánicos,
tal vez fríos, incluso alguien ha señalado que les falta alma, pero nada de
eso, tienen alma, aunque sea de silicio y metal, un alma como la que
desarrollan los cerebros electrónicos de Asimov. Y por último, ‘Metropolis’,
otra maravilla de este disco seminal que muestra la plenitud de una idea
artística, la de la música electrónica en general, pues ecos de esta pieza se
pueden ver con nitidez en muchos grupos posteriores, desde New Order hasta
Chemical Brothers.
Así como el rock nace en Estados Unidos y el pop en Inglaterra,
el tecno tiene su cuna en Alemania, y Krafwerk siempre ha sido el más brillante
de aquella escuela.
Achtung, das ist Deutschland!
CARLOS DEL RIEGO
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