La Venus de Willendof indica lo que se buscaba de la mujer en el Paleolítico |
En
el Paleolítico superior, más concretamente en el periodo Gravetiense (de 30.000
a 20.000 años), es cuando alguien esculpió la llamada Venus de Willendorf
(¿obra de un hombre o una mujer?), que indica qué es lo que se buscaba en la
mujer: la fertilidad, y por eso aparecen exageradamente destacados los órganos
sexuales y las caderas. No se puede afirmar que fuera el ideal de belleza
femenina de la época (aunque tal vez sí), sino que lo principal era tener
descendencia, y por eso se representa muy marcado en esta venus todo lo que
tiene que ver con el parto y la cría; es decir, el hombre no buscaba una mujer
guapa y bien proporcionada, eso no importaba, sino que pretendía lo mejor de
cara a la procreación. Es la Venus de Willendorf uno de los primeros
testimonios de la visión que se tenía de la mujer. La figura masculina casi
siempre se representa cazando, peleando o en plena actividad física, por lo que
apenas se presta atención a los detalles.
En
las culturas neolíticas las preferencias siguieron los mismos cánones, e
incluso en épocas históricas (a partir de 3.200 años antes de Cristo) también
se prefiere que las mujeres exhiban abundantes carnes en pecho, caderas y
vientre. Sin embargo, los gustos cambian radicalmente cuando el hombre se
vuelve más sofisticado, cuando ya no tiene que pasar la mayor parte de su
tiempo buscando comida, cuando dedica parte de su tiempo a actividades que no
tienen una utilidad práctica (el arte, por ejemplo); y así aparecen
representaciones de hombres y mujeres más atractivos (desde el punto de vista
actual), más proporcionados, aunque seguro que entre las clases más bajas
seguía prefiriéndose a la mujer bien entrada en carnes.
¿Hay algún hombre a quien esto le parezca atractivo? |
Ya
en la Grecia Clásica se asientan los cánones de belleza que permanecerán a
través del tiempo: mujeres de proporciones perfectas, esbeltas y con rostros
gráciles y bonitos, y hombres musculosos, generalmente barbados y con gesto
serio. En Roma se copia el arte griego, pero también aparecen imágenes de
jóvenes efebos de aspecto andrógino (hay que tener en cuenta que en Grecia y
Roma no existía el concepto de opción sexual, nadie se sentía ni heterosexual y
homosexual). Posteriormente se mantienen estos parámetros durante mucho tiempo.
Ya en la Edad Media se idealizó a la mujer de piel muy blanca y de estructura
longilínea, sin destacar atributos. En el Barroco se vuelve al gusto por la
mujer llenita y de abundantes carnes (muchos artistas así la representan); el
ideal del hombre sigue siendo fuerte y decidido. Durante el siglo XIX se
mantiene esa moda, tal vez porque ante la escasez se busca desesperadamente la
cantidad.
Pero
con la llegada al arte de los estilos abstractos los gustos empiezan a cambiar.
Y así, a finales del siglo pasado se imponen nuevos modos de belleza y cánones
que ya no tienen precisamente la belleza como fin.
Esto es fealdad y mal gusto, y demuestra muy escasas luces |
Y de este modo se llega a la actualidad, donde
se imponen los gustos personales, desgraciadamente dirigidos por unos medios
cada vez más influyentes y rendidos al supuesto encanto de la moda. Por un lado
están quienes deciden por dónde han de ir los gustos, una forma de manipulación
y a veces incluso de esclavitud a la que se somete voluntariamente gran parte
de la población (el diccionario los define como lechuguinos, petimetres); los
sastres se llaman diseñadores, viven (como los políticos) cinco metros por
encima del suelo y apuestan por un hombre musculoso pero no demasiado varonil
sino andrógino, y vestido de un modo tan ridículo que esa ropa jamás sale de la
pasarela (aquellos sastres llevan años intentando que el hombre se ponga
falda); y en cuanto a la mujer, los modistos le exigen la delgadez extrema, enfermiza
y desagradable, de hecho, muchas de las jóvenes que se suben al entarimado
resultan cualquier cosa menos atractivas, pues dejando aparte esa mirada de
navajero perdonavidas (que con ese cuerpo causa vergüenza ajena), parecen
recién rescatadas del campo de concentración de Auschwitz, es decir, producen
pena, no deseo. Y por otro lado están los gustos reales de la gente real, que
están en las antípodas de los gustos de aquellos costureros a quienes sólo les
gusta la mujer sin curvas que recuerde lo más posible a un efebo; así, al
hombre de la calle le gusta la mujer con todas sus características bien definidas,
y ésta prefiere el hombre varonil, vigoroso, de aspecto potente.
Y
aparte están los piercings, tatuajes, bótox, cirugías y demás arreglos que
buscan… ¿belleza? Es difícil encontrar bonitos los granos y verrugas
artificiales que la gente se pone en la cara, o sea, los piercing. Es difícil
encontrar belleza en la estética carcelaria y patibularia de los tatuajes por
todo el cuerpo; y es que gran parte de quienes llevan piercings y tatuajes
creen que son modos de expresar rebeldía, pero dada su proliferación indican
todo lo contrario: adhesión a la masa. Asimismo los tratamientos con toxina,
los estiramientos y demás operaciones de cirugía; realmente algo debe fallar
cuando ellos y ellas se someten a una operación quirúrgica sin necesidad real…,
y todo para colocarse una especie de pico de pato, para dejar en su cara una
expresión antinatural que no hará sino degenerar, y para terminar, en fin,
pareciéndose unas a otras y unos a otros.
No
es sólo que hayan cambiado los cánones de belleza, sino que lo que ocurre hoy
día es que se busca una belleza juvenil con métodos agresivos (y, como se ha
demostrado, muchas veces muy peligrosos), se persigue parecer casi adolescente
pasados los 50, los 60, los 70, y lo que se consigue es caer en el ridículo y,
en no pocas ocasiones, en la deformidad. Ya no se busca la belleza, sino se
busca, por un lado, la eterna juventud a base de cortes y rellenos. Y por otra
parte, perforarse o dibujarse la piel (lejos de ambientes étnicos) es una forma
de decir a los demás “aquí estoy, existo, miradme”. Sea como sea, hoy se llega
a confundir belleza con mal gusto, con auténtica fealdad.
CARLOS
DEL RIEGO
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