La magia de la radio sigue intacta casi un siglo después |
Sin duda, la actual es la era de la
comunicación. Quien tiene algo que comunicar puede hacerlo por múltiples medios
con la seguridad de que su mensaje tendrá receptores. Pero entre todos los
medios de comunicación existentes, la radio sigue manteniendo no sólo su poder,
sino que no ha perdido nada de su encanto, de su magia, a pesar de ser uno de
los primeros vehículos de comunicación de masas.
La radio excita la imaginación mucho más
que sus compañeros de comunicación. Así, la prensa escrita ofrece fotos,
infografías e ilustraciones de todo tipo que restan capacidad de imaginación al
interesado, de igual modo que la televisión, que se basa totalmente en la
imagen, dejando prácticamente inútil la materia gris. E Internet menos aún.
Pero la radio estimula la fantasía y
provoca preguntas sobre quienes hablan, sobre quienes cantan, sobre quienes
callan, sobre quienes están ahí al lado esté el oyente donde esté. Es decir, la
radio es ajena a lo visual, por lo que quien esté a su alcance no tendrá más
remedio que utilizar su imaginación, de forma que nadie puede escapar a su
embrujo. Y es que no hay que olvidar que la insinuación es mucho más eficaz que
la exhibición; por ejemplo, resulta mucho más terrorífico el monstruo de cine
apenas insinuado, el bicho cuyas formas te cuesta reconocer, puesto que lo que
falta lo tienes que poner tú, y nadie mejor que tú sabe qué es lo que te causa
terror. La radio te obliga a pensar, te estimula a especular, a barajar
posibilidades, te empuja a poner en marcha tu cerebro de modo inconsciente. Por
eso resulta entrañable, divertida, excitante, aterradora, desconcertante,
sorprendente, inquietante, amable, sonriente..., porque todo lo construyes tú,
todo está en tu cabeza, sólo en tu cabeza, y es distinto a lo que ocurre en la
de al lado.
Básicamente nada cambia, alguien habla, alguien controla la emisión y alguien escucha. |
Sonido, palabra, silencio y música son
las bases de ese invento verdaderamente maravilloso que tiene muchos padres.
Hertz, Tessla, Marconi, Cervera..., cada uno fue aportando algo hasta conseguir
la magia. Pero no fue hasta 1920 que empezaron las emisiones de modo regular y
para todo el que tuviera un receptor (unos dicen que fue en Estados Unidos y
otros que en Argentina), y prácticamente desde el primer momento encontró total
aceptación y mostró infinidad de posibilidades. La llegada de la televisión y
luego Internet parecía que llevarían a la radio al declive, pero nada de eso,
nadie puede con el encanto que tiene ese aparato (que puede ser minúsculo) con
el que puedes ir a todas partes y hacer cualquier cosa sin estar nunca en
soledad. Por el contrario, sus competidores te absorben totalmente, te exigen
atención total, inmovilidad total, imposibilidad de cualquier actividad, pero
no así la radio, que se convierte en el medio más amistoso, en un compañero con
el que puedes ir a cualquier sitio, que da mucho y exige poco..., como un buen
amigo. Y es que la radio es un amigo, no como la televisión, que se ha
convertido en vehículo de manipulación mucho más que de comunicación, no como
la prensa escrita, que está en poder de poderosos con intereses amordazadores,
no como Internet, el paraíso de los anónimos, de los mentirosos. Cierto que en
todas partes hay gente valiosa y gente dudosa, pero la radio permite mucho
menos capacidad de maniobra al embustero, pues ha de engañar sólo con la
palabra, no valen gestos, expresiones corporales ni actuaciones teatrales.
La experiencia así lo dice: en la radio
sólo se queda gente con talento, mientras que en los otros medios abunda (en
algunos casos hasta la náusea) la mediocridad, la perversión de la moralidad y
la exaltación de la vagancia, cuando no de la pura delincuencia. Ahí no hay
magia, sino ordinariez y analfabetismo cutre y orgulloso de su ignorancia.
Hace más de un siglo que nació la radio y
algo menos que se socializó por todo el mundo. Pero aunque la tecnología trata
de superar su encantamiento, la radio resiste al tiempo y a los nuevos formatos
y competidores. No disminuye su poder. Por eso, mientras exista una emisora,
habrá encantamiento.
CARLOS DEL RIEGO
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