El doble campeón olímpico mexicano Humberto Mariles y su famoso caballo tuerto Arete |
Uno
de los grandes encantos de los Juegos Olímpicos es que son fuente inagotable de
todo tipo de historias que vienen a representar todos los avatares a los que se
ve sometida la persona. Son historia y son leyenda, pues quien ha pisado una
pista olímpica siempre será recordado, y tratan de amores y odios, de
desprecios y venganzas, de injusticias, hazañas, fracasos…, e incluso de
intriga y misterio, como es la historia-leyenda del triple medallista olímpico
mexicano Humberto Mariles Cortés.
Potente
deportista adornado con todas las virtudes para el triunfo en la cancha,
Mariles mostró decisión sin límites, confianza total en sí mismo, constancia
incansable y una ilusión infinita que le impulsaba en la competición.
Hijo
de militar y militar él mismo, creció en compañía de caballos y alcanzó una
gran destreza que lo llevó a la competición. La II Guerra Mundial frustró sus
ilusiones de acudir a los Juegos Olímpicos, pero cuando acabada la contienda se
anunció que volverían en 1948, Mariles se fijó su meta, y no paró hasta
encontrar el caballo idóneo, un alazán tuerto llamado Arete. Junto a otros
grandes jinetes mexicanos, Mariles (nacido en Chihuahua) prepara la cita
olímpica cuando le llama nada menos que el presidente de México, Miguel Alemán,
y le comunica que el equipo ecuestre no acudirá a los juegos porque no puede
ganar con un caballo tuerto. Ese fue el pretexto (verdaderamente infantil),
pero la realidad es que el caballista líder del equipo azteca tenía simpatías
por políticos rivales y claro... Pero dejando patente la confianza en su
caballo y su asombrosa audacia, decide junto a sus compañeros no hacer caso a
las autoridades (sus superiores en el ejército también le impusieron la
retirada) y no echar por tierra la ilusión y el trabajo de 12 años. Así,
emprenden viaje a Roma para tomar parte en una competición previa a los juegos,
pero el embajador mexicano en Italia los visita y vuelve a amenazar, de modo
que Mariles llega a la conclusión de que sólo hay dos opciones: el triunfo o la
deshonra y, tal vez, la cárcel. Afortunadamente ganan esos concursos previos a
los juegos, lo cual parece calmar a los políticos, pero el astuto caballero
militar sabe que las cañas se volverán lanzas si no hay medallas con cinco
aros.
Ya
en Londres 1948, el equipo se hace primero con el bronce en la modalidad de
Tres Días por Equipos, y una semana después con dos oros en saltos, uno
individual y otro por equipos, venciendo tras durísima lucha al equipo español;
y todo a lomos de un caballo tuerto. Lógicamente, victorias tan sonoras
borraron todo atisbo de persecuciones o sanciones, de modo que Mariles y su
equipo regresaron triunfalmente a México. Volvió a competir en los Juegos de
Helsinki 1952, ya como general, donde logró empatar por la primera plaza con
otros cinco jinetes, pero los jueces, inexplicablemente, lo colocaron sexto.
Mariles (tercero desde la derecha) con el resto del equipo co el que alcanzó el oro olímpico. |
Sus
problemas empezaron al terminar su periplo olímpico. Enfrentamientos con los
directivos deportivos y políticos y un triste tiroteo dieron inicio a su etapa
más intrigante y misteriosa. En 1967, justo nueve años después de su paso a la
gloria, el general tiene una discusión de tráfico con un camorrista que iba
bebido y tenía fama de borracho y pendenciero y que, además, pocos días antes
había tenido otro enfrentamiento con otro conductor. Pero en el fragor de la
bronca y tras gravísimos insultos, el militar sacó su arma y disparó al otro
conductor; llevado al hospital por el propio Mariles, aquel falleció una semana
después. Fue condenado e ingresó en prisión, aunque a los pocos años fue
amnistiado y, ya en la calle (1972), volvió a ser aclamado como héroe nacional.
Dos
días después del baño de multitudes, el gobierno mexicano le encomienda una
misión en París, en teoría para comprar caballos, aunque el auténtico motivo
del viaje sigue siendo un misterio cuatro décadas después (se asegura que no
desveló los detalles del viaje ni siquiera a sus familiares). Lo que sí está
probado es que acudió a un restaurante parisino con dos personas, que los tres
fueron detenidos y que los otros dos eran narcotraficantes. Días después,
cuando los gendarmes fueron a su celda para llevarlo ante el juez, lo hallaron
muerto, tal vez envenenado. Ahí termina lo que se sabe del asunto y ahí
comienza la especulación, las teorías, las hipótesis, las preguntas: ¿A qué lo
envió realmente el gobierno mexicano a París? ¿Qué hacía exactamente con
aquellos traficantes de drogas? ¿Por qué fueron a detenerlos a aquel restaurante?
¿Cuál fue la verdadera causa de su muerte? ¿Quién estaba detrás de todo y,
probablemente, ordenó su muerte? Son preguntas de respuesta imposible salvo que
algún día aparezca una prueba concluyente o un testimonio sólido e irrefutable.
Aun así, con todo ello se puede construir una trama novelesca: el gobierno
encarga a un personaje relevante la compra de armamento secreto, encargo al que
no puede negarse porque ha sido sacado de la cárcel antes de tiempo y se le
amenaza con volverlo a prisión si rehúsa realizar el trabajito; el personaje en
cuestión se reúne en una capital extranjera con los traficantes (de drogas, de
armas, de personas) y es detenido tras un misterioso chivatazo, tal vez
procedente de unos políticos a los que el ahora agente del gobierno se había enfrentado
en el pasado; es encarcelado y justo el día antes de ser interrogado por el
juez es envenenado por matones de aquel gobierno para que no desvele el
verdadero motivo de su viaje a París. Se trata, evidentemente, de pura
especulación sin la menor prueba o indicio, pero demuestra que la apasionante
trayectoria vital del general y campeón olímpico, su historia, terminó en
misterio, en leyenda.
Sí,
la vida de Humberto Mariles Cortés podría ser el argumento de una película de
misterio con todos los ingredientes: épica, intriga, heroísmo, popularidad, homicidio,
cárcel, caída a los infiernos, conversaciones secretas, chantaje, enigmático
viaje, muerte sin resolver…
Los
Juegos Olímpicos son fuente inagotable de increíbles y asombrosas historias y
aventuras. El inolvidable jinete mexicano siempre tendrá un sitio en la
Historia Olímpica.
CARLOS
DEL RIEGO
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