OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 4 de julio de 2012

LA BELLEZA PERSONAL: DE LA VENUS DE WILLENDORF A LA TALLA 38 Desde la Venus de Willendorf hasta hoy los gustos y la estética han realizado un camino que ha pasado por todas las etapas para desembocar en una separación entre el gusto real y el que impone la moda



La Venus de Willendof indica lo que se
 buscaba de la mujer en el Paleolítico
 

En el Paleolítico superior, más concretamente en el periodo Gravetiense (de 30.000 a 20.000 años), es cuando alguien esculpió la llamada Venus de Willendorf (¿obra de un hombre o una mujer?), que indica qué es lo que se buscaba en la mujer: la fertilidad, y por eso aparecen exageradamente destacados los órganos sexuales y las caderas. No se puede afirmar que fuera el ideal de belleza femenina de la época (aunque tal vez sí), sino que lo principal era tener descendencia, y por eso se representa muy marcado en esta venus todo lo que tiene que ver con el parto y la cría; es decir, el hombre no buscaba una mujer guapa y bien proporcionada, eso no importaba, sino que pretendía lo mejor de cara a la procreación. Es la Venus de Willendorf uno de los primeros testimonios de la visión que se tenía de la mujer. La figura masculina casi siempre se representa cazando, peleando o en plena actividad física, por lo que apenas se presta atención a los detalles.

En las culturas neolíticas las preferencias siguieron los mismos cánones, e incluso en épocas históricas (a partir de 3.200 años antes de Cristo) también se prefiere que las mujeres exhiban abundantes carnes en pecho, caderas y vientre. Sin embargo, los gustos cambian radicalmente cuando el hombre se vuelve más sofisticado, cuando ya no tiene que pasar la mayor parte de su tiempo buscando comida, cuando dedica parte de su tiempo a actividades que no tienen una utilidad práctica (el arte, por ejemplo); y así aparecen representaciones de hombres y mujeres más atractivos (desde el punto de vista actual), más proporcionados, aunque seguro que entre las clases más bajas seguía prefiriéndose a la mujer bien entrada en carnes.
¿Hay algún hombre a quien esto
 le parezca atractivo?

Ya en la Grecia Clásica se asientan los cánones de belleza que permanecerán a través del tiempo: mujeres de proporciones perfectas, esbeltas y con rostros gráciles y bonitos, y hombres musculosos, generalmente barbados y con gesto serio. En Roma se copia el arte griego, pero también aparecen imágenes de jóvenes efebos de aspecto andrógino (hay que tener en cuenta que en Grecia y Roma no existía el concepto de opción sexual, nadie se sentía ni heterosexual y homosexual). Posteriormente se mantienen estos parámetros durante mucho tiempo. Ya en la Edad Media se idealizó a la mujer de piel muy blanca y de estructura longilínea, sin destacar atributos. En el Barroco se vuelve al gusto por la mujer llenita y de abundantes carnes (muchos artistas así la representan); el ideal del hombre sigue siendo fuerte y decidido. Durante el siglo XIX se mantiene esa moda, tal vez porque ante la escasez se busca desesperadamente la cantidad.
Pero con la llegada al arte de los estilos abstractos los gustos empiezan a cambiar. Y así, a finales del siglo pasado se imponen nuevos modos de belleza y cánones que ya no tienen precisamente la belleza como fin.

Esto es fealdad y mal gusto, y demuestra
 muy escasas luces
 Y de este modo se llega a la actualidad, donde se imponen los gustos personales, desgraciadamente dirigidos por unos medios cada vez más influyentes y rendidos al supuesto encanto de la moda. Por un lado están quienes deciden por dónde han de ir los gustos, una forma de manipulación y a veces incluso de esclavitud a la que se somete voluntariamente gran parte de la población (el diccionario los define como lechuguinos, petimetres); los sastres se llaman diseñadores, viven (como los políticos) cinco metros por encima del suelo y apuestan por un hombre musculoso pero no demasiado varonil sino andrógino, y vestido de un modo tan ridículo que esa ropa jamás sale de la pasarela (aquellos sastres llevan años intentando que el hombre se ponga falda); y en cuanto a la mujer, los modistos le exigen la delgadez extrema, enfermiza y desagradable, de hecho, muchas de las jóvenes que se suben al entarimado resultan cualquier cosa menos atractivas, pues dejando aparte esa mirada de navajero perdonavidas (que con ese cuerpo causa vergüenza ajena), parecen recién rescatadas del campo de concentración de Auschwitz, es decir, producen pena, no deseo. Y por otro lado están los gustos reales de la gente real, que están en las antípodas de los gustos de aquellos costureros a quienes sólo les gusta la mujer sin curvas que recuerde lo más posible a un efebo; así, al hombre de la calle le gusta la mujer con todas sus características bien definidas, y ésta prefiere el hombre varonil, vigoroso, de aspecto potente.

Y aparte están los piercings, tatuajes, bótox, cirugías y demás arreglos que buscan… ¿belleza? Es difícil encontrar bonitos los granos y verrugas artificiales que la gente se pone en la cara, o sea, los piercing. Es difícil encontrar belleza en la estética carcelaria y patibularia de los tatuajes por todo el cuerpo; y es que gran parte de quienes llevan piercings y tatuajes creen que son modos de expresar rebeldía, pero dada su proliferación indican todo lo contrario: adhesión a la masa. Asimismo los tratamientos con toxina, los estiramientos y demás operaciones de cirugía; realmente algo debe fallar cuando ellos y ellas se someten a una operación quirúrgica sin necesidad real…, y todo para colocarse una especie de pico de pato, para dejar en su cara una expresión antinatural que no hará sino degenerar, y para terminar, en fin, pareciéndose unas a otras y unos a otros.

No es sólo que hayan cambiado los cánones de belleza, sino que lo que ocurre hoy día es que se busca una belleza juvenil con métodos agresivos (y, como se ha demostrado, muchas veces muy peligrosos), se persigue parecer casi adolescente pasados los 50, los 60, los 70, y lo que se consigue es caer en el ridículo y, en no pocas ocasiones, en la deformidad. Ya no se busca la belleza, sino se busca, por un lado, la eterna juventud a base de cortes y rellenos. Y por otra parte, perforarse o dibujarse la piel (lejos de ambientes étnicos) es una forma de decir a los demás “aquí estoy, existo, miradme”. Sea como sea, hoy se llega a confundir belleza con mal gusto, con auténtica fealdad.        

CARLOS DEL RIEGO


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