OPINIÓN

HISTORIA

martes, 3 de julio de 2012

DANZA INVISIBLE, SINIESTRO TOTAL, ANÉCDOTAS DE LA NUEVA OLA (Segunda parte) La llegada de la nueva ola y la aparición de la movida madrileña supuso un tremendo impulso para toda la música pop española, lo que se tradujo en una gran proliferación de conciertos por pueblos y ciudades de todas partes


Javier Ojeda lleva 30 años al frente
 de Danza Invisible, y ha tocado en casi toda España.
 

Toda población española que se preciara incluía al menos uno o dos representantes de la nueva ola o la movida en el programa de sus fiestas patronales, parecía cosa obligatoria. Por eso, no pocos jóvenes de aquellas épocas pudieron disfrutar muchas veces de los nombres más relevantes de lo que se ha dado en llamar ‘la edad de oro del pop español’.

Uno de los grupos que más se prodigaba por esos escenarios fue el malagueño Danza Invisible. Al terminar el concierto, muchos fans de Javier Ojeda y compañía esperaron pacientemente a que salieran del camerino para vitorearles, agasajarles, hacerse fotos, pedir autógrafos…, con lo que los músicos se veían sonrientes y satisfechos, pero sin disimular su prisa por irse al hotel. Sin embargo, alguien dijo: “Oye Javier, lo siento pero el concierto de esta noche ha sido algo flojo, con un sonido muy domesticado y en general mucho menos cañero que cuando os vi hace un año”. El cantante se volvió instantáneamente y, sorprendido y con tono de disculpa, vino a decir: “Bueno, no todos los conciertos salen igual…, depende del sonido y de la sala…, a veces te sientes más en forma que otras…, nosotros siempre lo damos todos y tratamos de hacerlo lo mejor posible”. Pero el exigente seguidor no se dejó convencer por las palabras del artista, e incluso se atrevió a añadir: “Sois my buenos músicos, pero a veces se os ve bastante fríos, casi un poco apáticos, y eso se nota también en el último disco”. Javier Ojeda no estaba de acuerdo y lo manifestó con mucho énfasis: “Pues yo creo que el nuevo álbum es el mejor de nuestra carrera; tal vez a ti te gustara más el estilo con el que comenzamos, pero pienso que un artista no debe estancarse, sino evolucionar y buscar”. Su interlocutor no cedía: “Eso está muy bien, pero las canciones que hace ahora Danza Invisible parecen algo oportunistas y, sin duda, tienen mucha menos potencia que antes”. A estas alturas el cantante era el único integrante del grupo que aún no estaba dentro del coche, de modo que sus compañeros ya le gritaban: “¡Vámonos tío, acaba ya!”, pero Javier Ojeda, apartando un segundo la vista de su interlocutor, respondió: “Sí, sí, ya voy, un segundo”, y de nuevo volvió a la carga, “Yo respeto tus opiniones, pero estoy convencido de que el concierto de hoy ha sido bueno (a lo mejor no ha sido el mejor) y nuestro nuevo disco sigue manteniendo nuestra personalidad a pesar del cambio de estilo y sonido”. Pero el resto de la banda, muy impaciente: “¿Vienes o nos vamos y te esperamos en el hotel?”, y cantante a sus compañeros: “¡Que ya voy, coño, un momento!”, y de nuevo al espectador contestatario: “Tengo que marchar, pero no quiero que te quedes con esa idea de nosotros, así que en el próximo concierto que demos por aquí espero que, al terminar, vengas a verme y seguimos”, y por fin montó en el coche.

Miguel Costas (segndo por la izquierda)
 tiene que tener una cicatriz en una de sus orejas
 
Es curioso comprobar cómo los fans que muestran su pasión incondicional y que no dedican más que elogios a los artistas, son vistos por estos casi como un mal necesario, como integrantes de la masa de aduladores que, de modo infalible, son olvidados a los dos segundos. Sin embargo, cuando hay quien le discute al músico su calidad artística o pone en entredicho alguna de sus obras o actuaciones, no sólo se detiene a charlar, a discutir con ese espectador, sino que lo recordará y, seguro, hablará de él con sus compañeros. O sea, el halago se pierde entre miles de halagos, mientras que la crítica seria y argumentada siempre llama la atención del artista.

En uno de los primeros conciertos de Siniestro Total sin la voz de Germán Coppini, una joven desequilibrada lanzó una botella al escenario que impactó en la cabeza de Miguel Costas, que empezó a sangrar. El evento se detuvo en el acto, y entre el público se produjo división de opiniones: unos que tenían que continuar o exigían que se les devolviera el precio de la entrada, otros que eso era “un accidente laboral” y por tanto era oportuna la suspensión, y otros que se expulsara a la majara, se hiciera una pequeña cura al guitarrista y que continuara la actuación. Al final no continuó el concierto (duró unos 20 minutos), no se devolvió el dinero (salvo a un tipo muy grande que armaba mucho follón y profería amenas a tener en cuenta) y se aceptó lo de “accidente laboral”. La causante alegó que quería destruir su propia imagen en el espejo del fondo del escenario…, lo dicho, una desequilibrada. Costas acudió a la casa o cuarto de socorro (antes había en todas las ciudades), donde un veterano doctor le preguntó qué le había pasado, a lo que el músico respondió contando el incidente; el médico le dijo “Ah, eres músico, ¿y en qué orquesta tocas, o eres de algún cabaret?”, y Costas responde que no, que toca en un grupo de rock llamado Siniestro Total. El galeno se ríe y le pide que, en serio, le diga donde toca, pero el roquero gallego repite que en un grupo llamado así. El doctor se pone serio y apostilla “Pues entonces, ¿de qué te quejas cuando tienes un siniestro?”. Miguel Costas, casi susurrando, concluye la conversación humildemente: “De nada, de nada”.    

CARLOS DEL RIEGO

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