Delegación de Hacienda.
“Buenos días, venía a ver qué ha pasado con este recibo del IVA que me han cargado dos veces en mi cuenta del banco”, dijo el ciudadano a la funcionaria mostrándole los dos documentos.
Ella contestó con una sonrisa de
conmiseración: “Eso no puede ser”, y se puso a comprobar todos los números,
primero con ojos entornados y la sonrisa puesta, pero tras comparar todos los
dígitos, símbolos, cifras, períodos..., y tras unos segundos de silencio,
admitió: “Pues sí, parece que se ha duplicado el recibo..., mira que es
extraño”. Y elevando la voz, avisó a su compañero de al lado: “Oye Juan, ven a
ver estos dos recibos”. Juan se acercó, miró, remiró, se aseguró y declaró:
“Sí, es raro, pero alguna que otra vez puede pasar”.
A todo esto, la cola que había detrás del
probo ciudadano, lejos de impacientarse, miraba con gran curiosidad el
desarrollo del leve pero interesante incidente.
“Bueno”, dijo finalmente el demandante,
“y qué podemos hacer ahora para que yo recupere esta pequeña cantidad que me
han cobrado dos veces por el mismo concepto y período de tiempo”.
“Nada, nada”, dijeron los solícitos
funcionarios, “sin problemas, haga el favor de rellenar este impreso y déjenos
sus datos bancarios y en alrededor de un mes o mes y medio se lo
reembolsaremos”.
Satisfecho y creyéndose triunfador de la siempre
difícil contienda burocrática, el contribuyente abandonó el recinto convencido
de haber solucionado un problemilla, puesto que la cantidad cobrada
irregularmente apenas sobrepasaba las 3.500 pesetas.
Pasó un mes, un mes y medio e incluso
tres meses, así que, con alto grado de disgusto y enfado y haciendo enormes
esfuerzos para no levantar la voz (seguro que aquellos funcionarios no tenían
la más minima culpa), el hombre, con cierta sensación de pardillo, volvió a la
cola. La mujer de detrás de la ventanilla, al verlo de cerca, miraba por encima
de las gafas como queriendo reconocerlo. Al llegar su turno: “Buenos días,
estuve aquí hace tres meses para ver qué pasaba con esta factura del IVA que me
cobraron dos veces”. La señora, al ver los papeles, alzó las cejas con una
expresión entre el sonrojo y la sorpresa, lo que demostraba que sabía de qué iba
la cosa. “No me lo explico, lo entregamos al departamento correspondiente para
que se subsanara el error” susurró en tono de disculpa.
“¿Y qué podemos hacer?”, dijo el
ciudadano casi en tono desafiante. Ella explicó con modestia que rellenara el
susodicho impreso y volvería a pasarlo a la ventanilla donde se ocuparían del
asunto, esta vez personalmente, no dejándolo distraídamente en la bandejita.
Pero el reclamante insistió en que eso no era suficiente, “con esas ya me
engañaron hace tres meses, así que ahora exijo ver al delegado o a alguno de
sus superiores”. La pobre mujer (que empezaba incluso a sentirse un poco
culpable) tomó el teléfono, se dio media vuelta, habló unos segundos y se
volvió. “Por favor, siéntese ahí y espero un par de minutos, ahora baja el jefe
de sección”.
Efectivamente, menos de dos minutos
después se acerca dicho jefe: “Disculpe señor por todas las molestias. Déjeme
ver los dos recibos”. Los mira por arriba y por debajo, por detrás y por
delante, escruta cada letra, cada dígito, cada cifra, y repite la misma
monserga: “Mira que es extraño..., parece que se ha enviado dos veces el mismo
recibo..., no es habitual pero puede pasar”. Y concluye: “No hay problema, rellene
el impreso correspondiente, déjeme sus datos bancarios y calculo que dentro de
mes o mes y medio estará deshecho el error”. Resignado porque veía que la cosa
no iba por buen camino, el ciudadano dijo al marchar, “aquí está otra vez el
impreso, pero tenga usted en cuenta que esto ya me lo dijeron hace tres meses y
ya no me fío demasiado”.
Tal y como él preveía, pasaron otros tres
meses y su cuenta corriente no se incrementaba con esas 3.500 pelas (21 euros),
así que se echó el disgusto a la espalda, se propuso explicarse con calma y se
fue nuevamente a la delegación.
Por tercera vez: “Buenos días, yo venía
a....”, repitió el cada vez más enfadado contribuyente autoalimentando su
indignación. Al poco había tres o cuatro funcionarios examinando los dos
recibos, y un minuto después eran no menos de una docena; miraban,
cuchicheaban, volvían disimuladamente la vista a la cola, discutían entre
ellos, daban su opinión..., finalmente se vuelven todos y uno dice “no me
explico qué ha podido pasar, señor, le pido mil disculpas y le aseguro que esto
se va a solucionar rápidamente”, y empezó a soltar lo de “si rellena el impreso
y me deja sus datos bancarios....”. En ese momento, el demandante estalló: “Ni impreso
ni datos ni nada, exijo ver al delegado, al director, al jefe, a quien mande
aquí ahora mismo”. El público, enterado del asunto, lógicamente se puso de
parte del hombre y en contra de la burocracia, “tiene razón, esto es una
tomadura de pelo, se ríen de nosotros”, decían desde varias colas.
En medio del vocerío, pues los
trabajadores de la entidad también gritaban tratando de imponer el orden (el
encargado de seguridad no sabía a qué atender), apareció el señor delegado o lo
que fuera. “Por favor, un poco de calma, que así no se solucionan las cosas”,
dijo un atildado personaje de traje y corbata, y añadió “que venga a mi
despacho el contribuyente”.
Subieron los dos juntos en medio de un
silencio muy violento. Separados por una mesa, el delegado preguntó qué había
pasado. El ya desesperado reclamante repitió la historia, añadiendo las dos
visitas anteriores a la delegación de Hacienda mientras mostraba los dos recibitos
de marras. Con ojo experto los observó con detenimiento, metódicamente, primero
los encabezamientos, luego todos y cada uno de los signos impresos, los
contrastó, los repasó dos veces y, finalmente, repitió lo que sus subordinados:
“Qué extraño es esto, parece un recibo duplicado, pero no se preocupe, si rellena
el impreso y me deja sus...”. El enrojecido ciudadano se levantó y gritó “No me
tome el pelo, no me vuelva a engañar, no me diga que en mes o mes y medio lo
tendré en mi cuenta porque es lo que me han dicho las otras dos veces”.
Sabiéndose responsable del entuerto, el burócrata trató de buscar la calma y
habló como si nada ocurriera, como si todo fuera un problema de números que a
nadie afectaba: “Por favor, créame, se
lo voy a solucionar”.
Haciendo acopio de toda su reserva de
paciencia, el hombre dijo “mire, me voy a marchar antes de que cometa un
disparate, pero sepa usted que estoy convencido de que no va a solucionar nada,
por lo visto ese no es su trabajo”.
El tiempo pasó y la sufrida cuenta del
ciudadano nunca vio aquellos míseros dineros; claro que él se hizo pronto a la
idea y dejó de buscar ese ingreso.
Muchos años después conoció a un
inspector de hacienda y le comentó el caso. Éste le aseguró firmemente que
debería haber puesto una demanda y seguir todos los pasos legales hasta que un
juez le hubiese dado la razón. “¿Para qué todo ese tiempo, energías y dinero
perdidos por esa cantidad? No puedo dejar mis obligaciones o dedicar mi escaso
tiempo libre a meterme entre pleitos y abogados, sobre todo si al final lo
hubieran resuelto diciendo que en mes o mes y medio estaría el dinero en mi
cuenta”.
En fin, que el experto aconsejaba que,
tras haber perdido muchísimo tiempo con las visitas a la delegación, perdiera
muchísimo más iniciando una demanda que, seguro, sería larguísima y
costosísima, y que en el mejor de los casos terminaría con un ingreso de 3.500
pesetas y un gasto de cientos de euros. Y eso sin contar el mal humor y
resentimiento que con total certeza iban a surgir.
Por cierto ¿Qué habría pasado de haber
sido las cosas al revés?
Si Larra viviera diría: “Ya os lo
advertí”.
NOTA: No está basado en hechos reales,
ocurrió tal y como se cuenta.
carlosdelriego.
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