El desprecio y falta de respeto por uno mismo están detrás de esta obsesión autolesiva |
La última moda entre las mujeres más ‘chic’ de Estados
Unidos es amputarse el dedo meñique de cada pie con el fin de ponerse unos
zapatos con más tacón, más estilizados, más bonitos, más sexi. Ya se sabía que
había quien se quitaba una costilla para exhibir una cintura de avispa o quien
se sacaba muelas para acentuar el pómulo. Lógicamente, los especialistas avisan
de que al prescindir de un dedo se altera el equilibrio del pie, se modifica la
deambulación, se cambian los apoyos, se pierde estabilidad…, y eso sólo de modo
inmediato, pues seguro que a la larga aparecerán problemas de espalda, de cadera, de
rodilla…
Es un paso más en esta especie de carrera de autolesión que
comienza con un pequeño tatuaje y, en muchos casos, termina en piercings en la
lengua, bolas de metal bajo la piel de la frente y otras severas agresiones a
uno mismo, actitudes que muestran personas sin estímulos, individuos que han de
hacerse daño para llamar la atención, para intentar distinguirse, para sentirse
admirados o para tratar de exteriorizar carácter y parecer más duros o
distintos; sin embargo la impresión que de ellos se tiene es totalmente
contraria, pues lo que hacen para autoafirmarse ante los demás es algo al
alcance de cualquiera, algo que no exige ningún mérito o valor y, por tanto,
jamás causa fascinación o popularidad. Además, gran parte de quienes están casi
siempre pensando en la autodecoración (cayendo habitualmente en la horterada y
el mal gusto), lo hacen porque, en realidad, no tienen verdaderos problemas y,
por tanto, carecen de algo en qué pensar; y es que nadie con obligaciones y
dificultades que solucionar gastará tiempo, energía, ilusión, dinero en cosas
absolutamente superficiales, en realidad inútiles y, en muchas ocasiones,
claramente perjudiciales para la salud.
Lo de dejar cada pie con cuatro dedos (como los dibujos
animados) es la vanguardia de la preocupación por el aspecto, la imagen, lo que
se muestra de uno mismo; y eso que en principio y de forma moderada es
saludable, aconsejable, llega a convertirse en verdadera obsesión, ocupando
cada vez más tiempo en el pensamiento y en la práctica, hasta que un día es el
único motor, el único estímulo de la persona afectada. Y así, alcanzado ese
punto, el aquejado de este mal estará listo para someterse a cualquier operación
por disparatada que sea (abundan los cirujanos que aprovechan la obsesión), a
colocarse cualquier cuerpo extraño en cualquier parte del cuerpo, a agredirse
sin medir consecuencias, sin pensar que un día el daño realizado pasará
factura. No hay que olvidar que un objeto innecesario en partes con función
(labios, lengua, nariz…) nunca será inocuo, de forma que tarde o temprano
infectará la zona, permitirá que salga la saliva o la mucosidad, desgastará los
dientes…, sin mencionar el destrozo que puede ocasionar la pieza dura en caso
de golpe.
Si la moda antimeñique cunde y se convierte en símbolo de
algo, abrirá la puerta para otros cortes, para otras barbaridades. Por ejemplo
vaciarse un ojo para colocarse un parche, que hace muy duro; o recuperar tradiciones
tribales del tipo de las ‘mujeres jirafa’ o la de los africanos que se agrandan
exageradamente, desagradablemente, labios y orejas; o colocarse excrementos de
elefante en la testa a modo de sombrerito a la última.
Y lo increíble del asunto es que nadie que haya pasado por
el quirófano de modo innecesario mejora lo que tenía, y por eso se dan ‘picos
de pato’, cejas permanentemente elevadas, labios monstruosos, rostros
antinaturales e inexpresivos y, en casos extremos, aspecto general verdaderamente
repulsivo. E igualmente los colgantes o adornos en torno a la boca o nariz, que
semejan verrugas, granos, pústulas, espinillas, diviesos. ¿Cómo se puede pensar
que se está más guapo o guapa, atractivo o atractiva con excrecencias
artificiales en la cara? ¿Quién está dispuesto a perder funciones de su cuerpo
para lucir unos zapatos?
CARLOS DEl RIEGO
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