Jaques Louis David pintó y exaltó a los héroes republicanos y revolucionarios como Marat |
Esta especie no sólo no está en vías de extinción, sino que
se ha convertido en especie invasora y brutal consumidora de recursos. Se trata
de los chaqueteros y veletas, aquellos que se las arreglan para estar siempre
de parte del poder, hábiles habitantes de la selva política y perfectos
conocedores de su fauna, entienden muy bien el terreno, son omnívoros y
expertos oportunistas capaces de justificar e incluso dar valor a su cambio de
camisa. Pueden abrir o cerrar el puño con el brazo en alto sin el mínimo
esfuerzo y sin mostrar un atisbo de vergüenza, aunque siempre afearán el pasado
de los otros y serán invariablemente altisonantes y combativos con quienes
están donde ellos estuvieron. Y otra característica de estas plantas rodadoras
carentes de raíces es que suelen tener buena prensa, buena opinión entre gran
parte del público, de forma que se dice de ellos que son ‘animales políticos’ o
‘políticos de raza’ o simplemente que son buenos políticos; el problema es que
ser buen político no sólo no es un halago, sino que es un insulto en toda
regla, pues ser un buen político es como ser un buen asesino, un buen ladrón,
un buen facha, un buen mentiroso, o sea, ser buen político equivale a ser mala
persona que hace muy bien su tipo de maldad. No hay que olvidar que un político
tiene que saber mentir para no desvelar estrategias o propósitos, ha de ser
experto en el arte de la manipulación, usando eufemismo y palabras y términos
ambiguos, voluble y dispuesto a explicar por qué ayer defendió algo airadamente
y hoy su contrario con la misma vehemencia, con la cara dura necesaria para
convertir en virtud la estafa y la negligencia, dispuesto a casi cualquier cosa
en beneficio de su partido y su carrera política..., aunque hay muchas más
‘virtudes’ que adornan al buen político. En definitiva, un buen político es el
que ha convertido la política en su único norte. Y en este hábitat se mueven y
prosperan los chaqueteros
Y también pintó, con el mismo entusiasmo, la coronación de Napoleón. El caso era ser servil con quien tiene el mando |
Ejemplos de desleales (y tránsfugas) que cambian de traje
según de dónde sople el viento los hay en abundancia. Uno paradigmático es el
de Juan Luis Cebrián, académico (¡) y gran sacerdote del grupo editorial Prisa,
afín a un partido nominalmente de izquierda. Pero el tal (que se ha asignado
monstruosas indemnizaciones a la vez que ordenaba eres y despidos) fue
destacado periodista de la Prensa del Movimiento, como buen hijo de falangista,
en diarios como Pueblo y Arriba, y aun con Franco vivo, directivo de TVE
gracias a los servicios prestados; hoy es señalada figura de la izquierda
nominal y acomodada. Y no experimenta el mínimo rubor. También podría hablarse
de Martín Villa, que ocupó importantes cargos durante el Franquismo y luego en
Democracia con partidos conservadores, para estar hoy perfectamente integrado
en el mencionado grupo Prisa. El ínclito obispo Setién fue designado por Franco
por “haber demostrado gran adhesión a los Principios Fundamentales del
Movimiento”; ahora disculpa a los tarroristas. Y el tal Jorge Vestringe, que
fue neonazi (de la Cedade) en los años setenta del siglo pasado, luego estuvo
en Alianza Popular (antecedente del PP), más tarde en el Psoe y actualmente en
el Partido Comunista. ¡Qué capacidad de adaptación!, ¡qué ausencia de
principios!
La Historia está bien surtida de traidorzuelos. Uno español
y bastante reciente es Francisco Fernández Ordóñez, que entró en el bosque
político a mediados de los años setenta a través del Partido Social Demócrata,
pero como no se comió una rosca, mutó y se integró en la triunfante UCD
(ministro varias veces y jefe del Banco de España); cuando el barco empezó a
hacer aguas lo abandonó, pero sin renunciar ni al escaño y al sueldo a éste
asociado, subiéndose a la grupa del Psoe cuando entendió que era el caballo
ganador (volvió a ser ministro). Si no hubiera muerto en 1992 hubiera integrado
cualquier gabinete del PP.
Otro asombroso ejemplo de capacidad de transformación y
aclimatación es el del excelente pintor neoclásico francés Jaques Louis David.
Durante la monarquía borbónica de Luis XVI pintó a aristócratas defensores del
antiguo régimen, al llegar la Revolución Francesa fue un auténtico converso
(tenía que ser más radical y fanático que los viejos republicanos) que clamó
por la visita del rey a la guillotina (por lo que fue abandonado por su mujer),
y cuando Napoleón dio un puñetazo en la mesa y se hizo jefe absoluto en lugar
del jefe absoluto, volvió a dar otro bandazo en la dirección correcta. Así,
David fue pintor rococó monárquico, exaltado propagandista de la Revolución y
sus héroes, y cantor de las ínfulas de emperador de Napoleón. Monárquico,
furioso revolucionario y nuevamente lisonjero con la corona (en realidad todo
fue lo mismo: tiranía). Y jamás mostró necesidad de hablar de sus metamorfosis,
que siempre conducían a los pies del jerarca de turno.
Muchos dirán que esos cambios son simple y lógica evolución,
comprensibles modificaciones de parecer características del paso del tiempo, de
la madurez; sin embargo, lo que resulta interesante es comprobar cómo esos
bruscos cambios de timón ideológico son siempre en la dirección del poder,
nunca se ha producido una transformación en sentido contrario, jamás uno ha
dejado el pedestal del mando para irse hacia la oposición. Comprenden y aplican
hasta el final sentencias y refranes como ‘El que a buen árbol se arrima…’,
‘Ande yo caliente…’,
CARLOS DEl RIEGO
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