El objetivo final de Monsanto es el control mundial de la alimentación, no acabar con el hambre en el mundo. |
La empresa Monsanto, dedicada a la investigación y
producción de productos transgénicos y otras ramas de la biotecnología
(incluyendo agente naranja, dioxinas…), es ante todo una empresa, y por tanto
tiene como único objetivo el lucro, ganar dinero, y hará lo que sea para
obtener sus fines sin atender a otras consideraciones, de modo que parece
estúpido o hipócrita afirmar que Monsanto trabaja en beneficio de los
agricultores y de los consumidores. Y si la consecución de aquellos objetivos
económicos exige la desaparición de especies u otros daños colaterales, la
empresa no vacilará lo más mínimo.
Esta compañía lleva años comprando cientos de empresas que
le hacían competencia (productoras de semillas, firmas de biotecnología…) para
así imponer la adquisición de sus productos al hacerse con casi todo el
mercado, o sea, si no lo es ya, debe
estar muy cerca del monopolio. Por otro lado también han comprado enormes
extensiones cultivables en todo el mundo, y también la producción de todo
agricultor que trabaje sus productos; sus intenciones parecen evidentes. Con
tales instrumentos es fácil dictar las normas y someter a todos, desde los
políticos (la tarea más fácil) hasta los agricultores. Asimismo, dado su poder
económico (del que emanan todos los demás), puede llevar a cabo masivas
campañas publicitarias y de imagen, contratar expertos y científicos que
defiendan las bondades de los productos monsantinos, alquilar los servicios de
los más sibilinos bufetes de abogados para que peleen en los tribunales... Y
menos mal que les pararon los pies cuando pretendieron fabricar y vender
semillas ‘terminator’, estériles, que no se pueden sembrar y que obligan al
agricultor a comprar grano y semilla todos los años; sin embargo, existen dudas
más que razonables sobre lo que Monsanto esté haciendo al respecto en sus
laboratorios. Hay que tener en cuenta que esas semillas podrían terminar por
imponer ese gen de esterilidad a toda planta que caiga a su alcance, lo que
significaría un auténtico cataclismo.
Las semillas transgénicas, afirman los defensores de la
modificación genética, acabarán con el hambre en el mundo, pero lo que
realmente pretende Monsanto es controlar la producción de alimentos en todo el
mundo, que sólo se usen sus productos (sólo los más rentables, favoreciendo así
la extinción de otras variedades), con lo que se harían con un poder
inimaginable. Su proyecto es patentar para que un día no haya posibilidad de
sembrar si no son sus semillas. Ese día habrá alcanzado Monsanto su único
verdadero objetivo: más, ganar más, sin otra consideración y pasando por encima
de todo y de todos.
En Estados Unidos un pequeño agricultor compró y sembró
semillas de soja patentadas por Monsanto (tal vez lo siguiente sea patentar
cerdos) y guardó parte de la cosecha para volver a sembrar; lógicamente esta
empresa-frankenstein lo ha denunciado, puesto que cuando se compran sus
productos obligan a firmar un documento por el que el agricultor se compromete
a no usar cosecha para posterior siembra. Esto es como las condiciones leoninas
y las cláusulas abusivas que bancos, financieras y similares exigen al
consumidor-primo con el beneplácito del legislador-tancredo. Es como si uno
compra un Cd y le obligan a comprometerse por escrito a que no lo grabará para
escucharlo en el coche ni a sacarlo de su casa, que no se lo pondrá a quienes
no vivan en este domicilio, que en el coche debe escucharlo con las ventanillas
subidas y que, de ningún modo, se atreverá a tararear en público cualquiera de
sus canciones. Y es que una patente no está muy lejos del derecho de autor.
El agricultor en cuestión lo tiene fatal, puesto que los
potentes organismos estadounidenses, así como firmas de la talla de Microsoft o
Apple, apoyan a la gran compañía. De hecho, ésta ha ganado todos los juicios
iniciados por causas parecidas.
De todos modos, parece estúpido tratar de poner otra puerta
al campo, y del mismo modo que no hay forma de controlar las redes sociales, de
supervisar los intercambios de archivos entre ciudadanos o de impedir que un
usuario baje a su MP3 una canción si ésta está en la red, va a ser difícil que
quien tiene la semilla o el grano en el saco no la esparza por la tierra.
CARLOS DEL RIEGO
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