OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 21 de febrero de 2013

EL VERDADERO OBJETIVO DE LAS EMPRESAS QUE PATENTAN SERES VIVOS El asunto de los alimentos transgénicos parece importar poco al ciudadano entre tanta crisis (lógico), y es gracias a ese discreto segundo plano en que se han colocado las empresas del ramo (sobre todo Monsanto) que pueden llevar a cabo sus maniobras sin demasiados obstáculos. Y no repararán en medios para lograr sus fines

El objetivo final de Monsanto es el control mundial de la alimentación, no acabar con el hambre en el mundo.

La empresa Monsanto, dedicada a la investigación y producción de productos transgénicos y otras ramas de la biotecnología (incluyendo agente naranja, dioxinas…), es ante todo una empresa, y por tanto tiene como único objetivo el lucro, ganar dinero, y hará lo que sea para obtener sus fines sin atender a otras consideraciones, de modo que parece estúpido o hipócrita afirmar que Monsanto trabaja en beneficio de los agricultores y de los consumidores. Y si la consecución de aquellos objetivos económicos exige la desaparición de especies u otros daños colaterales, la empresa no vacilará lo más mínimo.

Esta compañía lleva años comprando cientos de empresas que le hacían competencia (productoras de semillas, firmas de biotecnología…) para así imponer la adquisición de sus productos al hacerse con casi todo el mercado, o sea, si no lo es ya,  debe estar muy cerca del monopolio. Por otro lado también han comprado enormes extensiones cultivables en todo el mundo, y también la producción de todo agricultor que trabaje sus productos; sus intenciones parecen evidentes. Con tales instrumentos es fácil dictar las normas y someter a todos, desde los políticos (la tarea más fácil) hasta los agricultores. Asimismo, dado su poder económico (del que emanan todos los demás), puede llevar a cabo masivas campañas publicitarias y de imagen, contratar expertos y científicos que defiendan las bondades de los productos monsantinos, alquilar los servicios de los más sibilinos bufetes de abogados para que peleen en los tribunales... Y menos mal que les pararon los pies cuando pretendieron fabricar y vender semillas ‘terminator’, estériles, que no se pueden sembrar y que obligan al agricultor a comprar grano y semilla todos los años; sin embargo, existen dudas más que razonables sobre lo que Monsanto esté haciendo al respecto en sus laboratorios. Hay que tener en cuenta que esas semillas podrían terminar por imponer ese gen de esterilidad a toda planta que caiga a su alcance, lo que significaría un auténtico cataclismo.   

Las semillas transgénicas, afirman los defensores de la modificación genética, acabarán con el hambre en el mundo, pero lo que realmente pretende Monsanto es controlar la producción de alimentos en todo el mundo, que sólo se usen sus productos (sólo los más rentables, favoreciendo así la extinción de otras variedades), con lo que se harían con un poder inimaginable. Su proyecto es patentar para que un día no haya posibilidad de sembrar si no son sus semillas. Ese día habrá alcanzado Monsanto su único verdadero objetivo: más, ganar más, sin otra consideración y pasando por encima de todo y de todos.

En Estados Unidos un pequeño agricultor compró y sembró semillas de soja patentadas por Monsanto (tal vez lo siguiente sea patentar cerdos) y guardó parte de la cosecha para volver a sembrar; lógicamente esta empresa-frankenstein lo ha denunciado, puesto que cuando se compran sus productos obligan a firmar un documento por el que el agricultor se compromete a no usar cosecha para posterior siembra. Esto es como las condiciones leoninas y las cláusulas abusivas que bancos, financieras y similares exigen al consumidor-primo con el beneplácito del legislador-tancredo. Es como si uno compra un Cd y le obligan a comprometerse por escrito a que no lo grabará para escucharlo en el coche ni a sacarlo de su casa, que no se lo pondrá a quienes no vivan en este domicilio, que en el coche debe escucharlo con las ventanillas subidas y que, de ningún modo, se atreverá a tararear en público cualquiera de sus canciones. Y es que una patente no está muy lejos del derecho de autor.

El agricultor en cuestión lo tiene fatal, puesto que los potentes organismos estadounidenses, así como firmas de la talla de Microsoft o Apple, apoyan a la gran compañía. De hecho, ésta ha ganado todos los juicios iniciados por causas parecidas.

De todos modos, parece estúpido tratar de poner otra puerta al campo, y del mismo modo que no hay forma de controlar las redes sociales, de supervisar los intercambios de archivos entre ciudadanos o de impedir que un usuario baje a su MP3 una canción si ésta está en la red, va a ser difícil que quien tiene la semilla o el grano en el saco no la esparza por la tierra. 

CARLOS DEL RIEGO




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