La televisión contiene más y más basura |
Hay personas a las que le resulta
incomprensible que haya público para ciertos programas de televisión, del mismo
modo que hay gente que no es capaz de entender cómo hay quien graba, trafica o
compra pornografía infantil.
Una buena explicación de qué son esos
programas se escucha en la película ‘Annie Hall’ de Woody Allen: los
protagonistas han viajado de Nueva York a Hollywood, donde uno dice “Qué limpio
está todo”, y el actor y director contesta: “Normal, es que aquí no tiran la
basura, sino que la convierten en programas de televisión”.
El cineasta tenía mucha razón, pero se
quedó muy corto, puesto que esa práctica se ha impuesto en las televisiones de
todo el mundo, que producen basura a ritmo industrial, hasta el punto de que
existen en todas partes cadenas de televisión que (aparte de la insoportable
presión de su propaganda comercial) apenas ofrecen otra cosa que porquería. Eso
sí, muchas variedades de porquería: culebrones con puesta en escena, diálogos y
situaciones que causan sonrojo; teleseries cuyos guionistas tiran de las dos
únicas cosas que conocen para llamar la atención, violencia y/o sexo,
demostrando así su mediocridad y ausencia del más leve indicio de talento;
programas de los llamados ‘del corazón’, que no son sino un ataque frontal y
decidido contra todo lo que tenga mínima relación con la inteligencia, con
voces, insultos, lágrimas, amenazas..., todo ello debidamente encauzado por
guionistas de la especie antes descrita; y por supuesto, los denominados
‘reality shows’. Todo esto lo alientan los directivos y gerentes de las cadenas
de televisión, para quienes lo único que cuenta es el ‘share’, o sea, la cantidad
estimada de espectadores (esa es otra, hay que tragarse los insultantes
embustes de las empresas que hacen esos recuentos), que es el argumento con el
que convencer a las empresas de marketing y manipulación de masas para que
inserten más anuncios.
La cámara es el ojo que todo lo ve, el gran oráculo |
La cima (hasta ahora) de la perversión a
la que ha llegado la comunicación son los ‘reality shows’. En ellos, una serie
de personas se encierran en un lugar apartado, en una casa, en una isla, o se
instalan cualquier escenario, para hacer... lo que los chimpancés, babuinos y
otros primates hacen en sus jaulas del zoo, o sea, nada (sí, hay algunos que
son como concursos de canto y similares, pero en el fondo tienen idéntica intención, objetivo, público). Nada de provecho o interés, puesto que hacen
algo: comen, duermen, copulan, se enfrentan y se pelean. ¿Y qué hacen los
simios cautivos?: comen, duermen, copulan, se enfrentan y se pelean, y cuando
no hacen nada de eso, se quedan quietos sin hacer nada. El público va alguna
vez al zoo a verlos, está un rato contemplando los movimientos y las costumbres
de los monos y, pasados unos minutos, se va. De igual modo los espectadores de
esos ‘realitys’ o programas de telerrealidad (¡qué palabro tan horroroso!), que
conectan la tele para ver qué hacen esos chimpancés que hablan en su jaula,
cómo comen o se gritan, cómo se cortejan, se lían y se aparean, cómo duermen y
cómo pasan horas y horas sin hacer nada.
No deja de resultar extremadamente
difícil tratar de entender qué es lo que los espectadores adictos a esas emisiones
encuentran de interés en las mismas; los cautivos no hacen nada divertido ni
edificante ni hacen nada extraordinario, llamativo, espectacular, nada por lo
que uno pagaría por ver (¿quién pagaría por ver cómo aprenden los aprendices?).
El único motivo por el que esos programas tienen aceptación ha de estar en ese
fondo cotilla que todo el mundo tiene pero al que muchos apenas le dedican unos
segundos, pues consideran que hay mejores cosas que hacer o ver. Pero otras
muchas personas disfrutan con el chismorreo, con poder ver a otros sin que
ellos me vean, con mirar a través del ojo de la cerradura y ver y enterarme de
las miserias de los otros, tal vez pensando que “menos mal que no soy yo, que
no me pasa a mí” y, por supuesto, con ese sentimiento de superioridad que se
siente al tener información comprometedora acerca de los demás.
La televisión contiene más y más basura |
Seguramente ese sea otro de los trucos
que usan los especialistas en manipulación de masas: intentar provocar esa
prepotencia en el espectador ofreciendo
la visión de unos pobres cautivos. Igual que en el zoo se mira al chimpancé desde una posición de dominio. Y claro, cuando el simio ya no vale, se sustituye, con catastróficas consecuencias para el individuo.
la visión de unos pobres cautivos. Igual que en el zoo se mira al chimpancé desde una posición de dominio. Y claro, cuando el simio ya no vale, se sustituye, con catastróficas consecuencias para el individuo.
Carlosdelriego.
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