OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 3 de mayo de 2012

‘REALITY SHOWS’: CHIMPANCÉS EN LA TELE Los protagonistas de estos programas hacen en pantalla lo mismo que los primates en el zoo


La televisión contiene más y más basura

Hay personas a las que le resulta incomprensible que haya público para ciertos programas de televisión, del mismo modo que hay gente que no es capaz de entender cómo hay quien graba, trafica o compra pornografía infantil.  


Una buena explicación de qué son esos programas se escucha en la película ‘Annie Hall’ de Woody Allen: los protagonistas han viajado de Nueva York a Hollywood, donde uno dice “Qué limpio está todo”, y el actor y director contesta: “Normal, es que aquí no tiran la basura, sino que la convierten en programas de televisión”.

El cineasta tenía mucha razón, pero se quedó muy corto, puesto que esa práctica se ha impuesto en las televisiones de todo el mundo, que producen basura a ritmo industrial, hasta el punto de que existen en todas partes cadenas de televisión que (aparte de la insoportable presión de su propaganda comercial) apenas ofrecen otra cosa que porquería. Eso sí, muchas variedades de porquería: culebrones con puesta en escena, diálogos y situaciones que causan sonrojo; teleseries cuyos guionistas tiran de las dos únicas cosas que conocen para llamar la atención, violencia y/o sexo, demostrando así su mediocridad y ausencia del más leve indicio de talento; programas de los llamados ‘del corazón’, que no son sino un ataque frontal y decidido contra todo lo que tenga mínima relación con la inteligencia, con voces, insultos, lágrimas, amenazas..., todo ello debidamente encauzado por guionistas de la especie antes descrita; y por supuesto, los denominados ‘reality shows’. Todo esto lo alientan los directivos y gerentes de las cadenas de televisión, para quienes lo único que cuenta es el ‘share’, o sea, la cantidad estimada de espectadores (esa es otra, hay que tragarse los insultantes embustes de las empresas que hacen esos recuentos), que es el argumento con el que convencer a las empresas de marketing y manipulación de masas para que inserten más anuncios.
La cámara es el ojo que todo lo ve, el gran oráculo

La cima (hasta ahora) de la perversión a la que ha llegado la comunicación son los ‘reality shows’. En ellos, una serie de personas se encierran en un lugar apartado, en una casa, en una isla, o se instalan cualquier escenario, para hacer... lo que los chimpancés, babuinos y otros primates hacen en sus jaulas del zoo, o sea, nada (sí, hay algunos que son como concursos de canto y similares, pero en el fondo tienen idéntica  intención, objetivo, público). Nada de provecho o interés, puesto que hacen algo: comen, duermen, copulan, se enfrentan y se pelean. ¿Y qué hacen los simios cautivos?: comen, duermen, copulan, se enfrentan y se pelean, y cuando no hacen nada de eso, se quedan quietos sin hacer nada. El público va alguna vez al zoo a verlos, está un rato contemplando los movimientos y las costumbres de los monos y, pasados unos minutos, se va. De igual modo los espectadores de esos ‘realitys’ o programas de telerrealidad (¡qué palabro tan horroroso!), que conectan la tele para ver qué hacen esos chimpancés que hablan en su jaula, cómo comen o se gritan, cómo se cortejan, se lían y se aparean, cómo duermen y cómo pasan horas y horas sin hacer nada.

No deja de resultar extremadamente difícil tratar de entender qué es lo que los espectadores adictos a esas emisiones encuentran de interés en las mismas; los cautivos no hacen nada divertido ni edificante ni hacen nada extraordinario, llamativo, espectacular, nada por lo que uno pagaría por ver (¿quién pagaría por ver cómo aprenden los aprendices?). El único motivo por el que esos programas tienen aceptación ha de estar en ese fondo cotilla que todo el mundo tiene pero al que muchos apenas le dedican unos segundos, pues consideran que hay mejores cosas que hacer o ver. Pero otras muchas personas disfrutan con el chismorreo, con poder ver a otros sin que ellos me vean, con mirar a través del ojo de la cerradura y ver y enterarme de las miserias de los otros, tal vez pensando que “menos mal que no soy yo, que no me pasa a mí” y, por supuesto, con ese sentimiento de superioridad que se siente al tener información comprometedora acerca de los demás.

La televisión contiene más y más basura
Seguramente ese sea otro de los trucos que usan los especialistas en manipulación de masas: intentar provocar esa prepotencia en el espectador ofreciendo
la visión de unos pobres cautivos. Igual que en el zoo se mira al chimpancé desde una posición de dominio. Y claro, cuando el simio ya no vale, se sustituye, con catastróficas consecuencias para el individuo.

 Ya falta poco par que se retransmitan a todo el mundo ejecuciones de reos y barbaridades por el estilo. Es la nueva frontera de los ‘realitys’, la nueva frontera de una televisión cada vez más depravada, denigradora y alienante.
Carlosdelriego.

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