Obra genial de Duchamp o gamberrada estilo caca, culo, pis |
En general, cuando se habla de arte
contemporáneo se piensa en esas disciplinas que sólo gustan a los grandes
entendidos, a los directores de los museos correspondientes, a quienes idean
tales ocurrencias, a los periodistas especializados..., pero no al gran público
digan lo que digan. Además, cuando se dice arte contemporáneo se suele excluir
a los pintores y escultores contemporáneos que representan aquello que el
público identifica y, por tanto, puede llegar a apreciar.
La gran cantante Teresa Berganza
explicaba en cierta ocasión que tras haber actuado en Bilbao, fue a visitar un
afamado museo. Al entrar obsequiaron a la artista y sus acompañantes con un
caramelo que ella desenvolvió y se metió en la boca; en esto (contaba la mezzosoprano)
llegó corriendo un chico joven que le dijo con cierto tono airado: “No señora,
el caramelo no es para comérselo, sino para arrojarlo a aquel montón de
caramelos, que de ese modo cambiará de forma, y en eso consiste la obra de
arte, en un cuerpo que varía constantemente y se interrelaciona con el
espectador”. Anonadada, Berganza se dio media vuelta y huyó de aquel museo, del
que se acordó días después mientras admiraba una iglesia románica.
Es un ejemplo elocuente del arte
contemporáneo, de la repulsa que puede provocar en quien tiene verdadero
sentido artístico. Seguro que el artista que había ideado y realizado la
instalación, los directivos del museo y los especialistas tendentes al
esnobismo podrían estar hablando dos horas de las propiedades artísticas de
aquel cuerpo cambiante, lanzando una verborrea pedante y vacía, prácticamente
incomprensible para los no iniciados en semejante jerga. Pero la mayoría de la
gente no vería más allá de un montón de caramelos aunque muchos dijeran lo
contrario para quedar bien. Y no es que esa mayoría sea analfabeta, pues seguro
que se emociona, disfruta, siente algo cuando contempla obras de Velázquez,
Goya o Picasso, que incomprensiblemente tienen el mismo estatus y consideración
que el autor del montón de caramelos que cambia de forma a medida que se
arrojan sobre él más caramelos; ciertamente hay veces que da la sensación de
que lo que pretenden esos artistas es tomar el pelo al público, reírse del
espectador, comprobar hasta qué punto éste está dispuesto a aceptar (y pagar,
pues esos museos son costeados con dinero público) que aquello es arte.
La cosa del arte contemporáneo comienza
con las vanguardias del siglo XX, pero no con el cubismo o surrealismo, sino
con la abstracción, que permite hacer lo que sea y llamarlo obra de arte. La
cantidad de artistas sólo comprensibles para las élites es casi infinita desde
entonces, aunque si hay que escoger a un representante de la mamarrachada
convertida en obra maestra bien podría ser Marcel Duchamp; éste se dedicó a
realizar gamberradas de adolescente y tonterías de niño, como clavar una percha
en el suelo o colocar una rueda de bici sobre un taburete y llamarla ‘Rueda de
bicicleta sobre un taburete’ (1913), aunque la cumbre de su genialidad llegó
cuando tomó ‘La Gioconda ’
(una imagen, sólo faltaba) de Leonardo, le pintó bigote y perilla y remató con
una iniciales que en francés suenan como ‘Ella tiene calor en el culo’ (lo
dicho, como el niño que se divierte y cree escandalizar diciendo caca, culo
pis).
En realidad, el tal Duchamp era un tipo
listo cuyos productos han sido elogiados por perfectos lechuguinos, igual que
los farsantes que engañaron al emperador a quien sus adláteres ponderaban su
nuevo vestido. Alguien tendría que decirles que el emperador está desnudo.
Las performances son muy apreciadas por el arte contemporáneo |
Dicen que lo importante es la idea, la
decisión voluntaria del artista, o sea, cualquier ocurrencia, cualquier cosa
que provoque cualquier idea chusca, cualquier vulgaridad. En realidad, la
intención es llamar la atención, hacer lo más feo, asqueroso o repulsivo,
presentar imágenes que pueden ser ofensivas, realizar propuestas
incomprensibles y dotarlas de una explicación abundante en términos pedantes, provocar
reacciones del espectador como lo pueden hacer los contorsionistas, los jueces
o los carniceros, en contraposición con las emociones que logran los verdaderos
artistas cuyas obras son admiradas por siempre. Y cuando se tiene la
oportunidad de decirles que no ves nada más allá de un cubo de piedra pequeño
sobre un cubo de piedra grande (por ejemplo, aunque seguro que ya existe tal
cosa), para defender su postura suelen recurrir al no lo entiendes, no estás
preparado, déjame que te explique, no tienes ni idea, no seas paleto...
Asimismo, en el mejor de los casos,
podría afirmarse que serán muy escasas las manifestaciones artísticas o
mínimamente relacionadas con el arte que sean tan intelectualmente elitistas
como el arte contemporáneo.
En fin, ¡cuántos artistas adscritos al
arte contemporáneo vivirían de su talento si no hubiera dinero público!
Carlosdelriego.
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