¿Qué derecho debe imponerse, el del que quiere escuchar o el del que impide escuchar |
Hace unos años se montó un gran revuelo a
escala internacional cuando un periódico danés publicó unas caricaturas
satíricas sobre Mahoma para ilustrar un reportaje sobre la libertad de
expresión; islamistas radicales profirieron amenazas de muerte contra dibujante,
diario y editor e incluso hubo algún ataque. Se produjo un gran debate en el
que hubo quien defendió la “libertad para blasfemar”, quien optó por exigir que
esa libertad terminara cuando empezara la del que se siente ofendido, y quien
opinó que sí, que hay que respetar la libertad de expresión, pero que hay un
límite entre ésta y el insulto, la difamación, el ultraje..., y que, en todo
caso, en ejercicio de la libertad no hay por qué molestar, mostrarse
maleducado, injuriar.
Sorprendentemente, directores de dos
diarios de tirada nacional que se creen de izquierdas se posicionaron a favor
de los radicales islámicos, asegurando que ellos jamás hubieran publicado esos
dibujos, lo que significa que los hubieran censurado. Pero más sorprendente aún
es comprobar cómo sí han publicado fotografías y dibujos mucho más ofensivos,
pero no contra el Islam, sino contra la religión católica.
Ataques de todo tipo contra ésta se
producen casi constantemente y desde diversos frentes: un fotógrafo realizó una
exposición con imágenes de una mujer que representaba a la Virgen María en actitudes
obscenas; unos jóvenes irrumpieron en una misa, se desnudaron y se pusieron a
bailar ante el altar; cantantes, cineastas y autores teatrales suelen recurrir
a ofensas visuales o verbales contra símbolos católicos. La lista sería
interminable, pero el denominador común de todo ello es la búsqueda de
notoriedad, no tanto la venganza (todos aseguran tener motivos), sino tratar de
llamar la atención con algo que, seguro, molestará a muchos y de este modo
aparecerá en los medios de comunicación. En realidad, utilizar recursos de este
tipo demuestra mediocridad, falta de talento e ingenio.
Y es que hay mucha gente que confunde
Iglesia con jerarquías eclesiásticas, olvidándose que la Iglesia la forman millones
de personas. Además, jamás se atreverían a ofender al Islam, como demuestra el
escrúpulo de aquellos periodistas que se creen de izquierdas; tal vez se
autocensuren por simple miedo a una respuesta violenta (algo comprensible), tal
vez porque no quieren molestar a una religión que sigue anclada en el pasado y
que considera a la mujer poco más que un animal, una religión que ejecuta a las
adúlteras y a los blasfemos, o tal vez porque saben que, a falta de otros, el
tema de la religión siempre funciona, y claro, como a estas alturas los
católicos no van a poner una bomba...
En este mismo ámbito se pueden situar los
silbidos y gritos contra la bandera, el himno y el Príncipe de España en la
recientemente disputada Copa del Rey de fútbol. Se aduce que aquello fue
libertad de expresión, cosa cierta, pero esa libertad se impuso a la libertad
de escuchar el himno de muchos otros; es lo mismo que si en el transcurso de
una conversación uno de los participantes se pone a silbar cada vez que otro va
a hablar, de este modo estará haciendo el mismo uso de su libertad de expresión
que aquellos que abuchearon el himno, resultando que no se escucharán sus
palabras del mismo modo que no se escucharon las notas del himno. Llegados a
este punto, ¿qué libertad debe imponerse, la del que quiere escuchar o la del
que impide escuchar?, ¿qué merece más respeto, el derecho a silbar o el derecho
a oír?
El vídeo protagonizado por Krahe demuestra, sobre todo, mediocridad |
No se trata de delito ni nada por el
estilo (sería tonto llegar a juicio por ello), se trata, por encima de todo, de
mala educación, de no saber estar, de creerse en posesión de la verdad absoluta
y por tanto legitimado para insultar (hecho asombrosamente abundante); claro
que llegado el caso inverso las cosas serían de otro modo.
Y también caben en el mismo espacio los
insultos y amenazas proferidos por los integrantes y simpatizantes de la banda
mafiosa y terrorista ETA que en su día recibían las víctimas y sus familiares;
no hay que olvidar que hasta hace unos años se increpaba e insultaba a la viuda
del asesinado o que, ya en el cementerio, se hacía mofa de los muertos con
munición etarra, o que los medios y políticos afines a los asesinos
menospreciaban y cosificaban abiertamente al destripado por una bomba. Todo
esto ¿es también libertad de expresión?
Sea como sea, Javier Krahe ha logrado más
publicidad y difusión en los últimos años con este asunto que con sus
canciones, algo no muy positivo para un artista. Y por cierto, si la sentencia
le hubiera sido contraria y hubiera cumplido su amenaza de exiliarse, habría
fastidiado a sus seguidores y complacido y alegrado a sus detractores,
consiguiendo así el efecto contrario al pretendido.
CARLOS DEL RIEGO
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