Toda central nuclear situada en este anillo, como la de Fukushima. tiene la catástrofe asegurada. |
Los restos de la central nuclear de Fukushima siguen
vertiendo contaminantes al mar, lo que significa que otros mares, otras costas,
otros países y otras personas se verán afectadas por la catástrofe. Es sólo una
muestra de los problemas que tienen alcance global y que, de uno u otro modo,
influyen a todo el planeta. Por eso se puede afirmar que hay cuestiones que han
de ser enfrentadas desde una perspectiva planetaria, y una de ellas es
precisamente la de la energía nuclear que, como casi todo, tiene sus puntos
favorables y sus efectos indeseables, es decir, es lógico tener en cuenta todos
los factores y variables antes de instalar las plantas nucleares.
Hay actualmente otros asuntos que deben verse desde
un punto de vista mundial. Son muchos: los millones de toneladas de chatarras
electrónicas, de ordenadores, teléfonos y demás cachivaches regidos por bits
que terminan en vertederos incontrolados en el oeste de África y otros lugares
del tercer mundo, contaminando tierra, agua y aire (los productores afirman que
casi todo se recicla, pero lo cierto es que casi todo se tira, lejos, eso sí);
los destrozos que causan las petroleras en todas partes en su afán por explotar
posibles yacimientos, ya sea en la amazonía ecuatoriana o en los polos; la tala
brutal y sistemática de masas boscosas, imprescindibles para limpiar la
atmósfera; los gigantescos cultivos en China regados con aguas envenenadas por
vertidos de fábricas, tratados con pesticidas y plaguicidas prohibidos en
occidente desde hace décadas y cuyos productos se exportan a todo el mundo sin
problemas. Todo ello, al igual que la actividad nuclear, termina por afectar a
todos, pues tarde o temprano el plástico que se arroja al mar Caribe aparece en
Irlanda, y los peces que se han comido ese plástico se cocinan en Japón; de
igual manera las fugas de residuos radiactivos de Fukushima, que llegan al mar
afectando a las aguas y a sus habitantes, algo que, antes o después, tendrá su efecto
en otras partes del planeta.
Como todo el que tiene un mínimo interés sabe, la
energía nuclear tiene dos puntos negros, los accidentes y los residuos. Los
primeros pueden minimizarse hasta lograr niveles razonables, de forma que una
de las medidas de seguridad que debería exigirse a todo gobierno que vaya a
instalar reactores nucleares es precisamente la elección del lugar correcto donde
colocarla. O sea, que no se puede (no se debe) construir una factoría dedicada
a romper átomos en pleno cinturón de fuego del Pacífico, que tiene asegurada
una frenética actividad sísmica y volcánica durante todo el año; como quiera
que todas las islas que componen Japón tienen lugar de privilegio en la parte
asiática del susodicho, hay que deducir que cualquier nuclear instalada en el
país del sol naciente (y en las otras zonas del mencionado cinturón) tiene un
seguro de catástrofe. El otro ‘contra’ de esta energía es el de los residuos,
almacenados en su mayoría (apenas se puede recuperar un diez por cien del
material) en lugares remotos (Siberia) y más o menos protegidos. Y cada año se
producen millones de toneladas de basura nuclear…
Pero ¿cómo y quién pondrá el cascabel al gato?,
¿cómo poner de acuerdo a los gobiernos en cuestiones que afectan a todo el
planeta?, ¿cómo conciliar intereses comerciales y políticos con el interés
general? La solución parece muy muy lejana.
CARLOS DEL RIEGO
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