OPINIÓN

HISTORIA

sábado, 24 de agosto de 2013

FUKUSHIMA SIGUE CONTAMINANDO: UN PROBLEMA GLOBAL El de la instalación de centrales nucleares es una cuestión que afecta a todo el planeta y, por tanto, debería ser tratada como asunto de interés internacional

Toda central nuclear situada en este anillo, como la de Fukushima. tiene la catástrofe asegurada.
Los restos de la central nuclear de Fukushima siguen vertiendo contaminantes al mar, lo que significa que otros mares, otras costas, otros países y otras personas se verán afectadas por la catástrofe. Es sólo una muestra de los problemas que tienen alcance global y que, de uno u otro modo, influyen a todo el planeta. Por eso se puede afirmar que hay cuestiones que han de ser enfrentadas desde una perspectiva planetaria, y una de ellas es precisamente la de la energía nuclear que, como casi todo, tiene sus puntos favorables y sus efectos indeseables, es decir, es lógico tener en cuenta todos los factores y variables antes de instalar las plantas nucleares.

Hay actualmente otros asuntos que deben verse desde un punto de vista mundial. Son muchos: los millones de toneladas de chatarras electrónicas, de ordenadores, teléfonos y demás cachivaches regidos por bits que terminan en vertederos incontrolados en el oeste de África y otros lugares del tercer mundo, contaminando tierra, agua y aire (los productores afirman que casi todo se recicla, pero lo cierto es que casi todo se tira, lejos, eso sí); los destrozos que causan las petroleras en todas partes en su afán por explotar posibles yacimientos, ya sea en la amazonía ecuatoriana o en los polos; la tala brutal y sistemática de masas boscosas, imprescindibles para limpiar la atmósfera; los gigantescos cultivos en China regados con aguas envenenadas por vertidos de fábricas, tratados con pesticidas y plaguicidas prohibidos en occidente desde hace décadas y cuyos productos se exportan a todo el mundo sin problemas. Todo ello, al igual que la actividad nuclear, termina por afectar a todos, pues tarde o temprano el plástico que se arroja al mar Caribe aparece en Irlanda, y los peces que se han comido ese plástico se cocinan en Japón; de igual manera las fugas de residuos radiactivos de Fukushima, que llegan al mar afectando a las aguas y a sus habitantes, algo que, antes o después, tendrá su efecto en otras partes del planeta. 

Como todo el que tiene un mínimo interés sabe, la energía nuclear tiene dos puntos negros, los accidentes y los residuos. Los primeros pueden minimizarse hasta lograr niveles razonables, de forma que una de las medidas de seguridad que debería exigirse a todo gobierno que vaya a instalar reactores nucleares es precisamente la elección del lugar correcto donde colocarla. O sea, que no se puede (no se debe) construir una factoría dedicada a romper átomos en pleno cinturón de fuego del Pacífico, que tiene asegurada una frenética actividad sísmica y volcánica durante todo el año; como quiera que todas las islas que componen Japón tienen lugar de privilegio en la parte asiática del susodicho, hay que deducir que cualquier nuclear instalada en el país del sol naciente (y en las otras zonas del mencionado cinturón) tiene un seguro de catástrofe. El otro ‘contra’ de esta energía es el de los residuos, almacenados en su mayoría (apenas se puede recuperar un diez por cien del material) en lugares remotos (Siberia) y más o menos protegidos. Y cada año se producen millones de toneladas de basura nuclear…

Pero ¿cómo y quién pondrá el cascabel al gato?, ¿cómo poner de acuerdo a los gobiernos en cuestiones que afectan a todo el planeta?, ¿cómo conciliar intereses comerciales y políticos con el interés general? La solución parece muy muy lejana.

CARLOS DEL RIEGO

   

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