Mourinho |
La arrolladora personalidad del
entrenador portugués de fútbol ha traspasado los límites de las páginas
deportivas hasta el punto de ser un generador, exclusivamente, de sentimientos
extremos. ¿La causa?, sus continuos desmanes verbales..., aunque no sólo.
José Mouriño se ha mostrado, tras un par
de años de en España, como lo que es, un mentiroso, un soberbio, un cobarde, un
llorica, un mal compañero y un envidioso. Y no es que los demás seamos la
bondad y la virtud personificadas, pero Mouriño es algo diferente, ya que es
difícil encontrar a alguien que reúna en sí mismo todos esos atributos, a pesar
de que se puede afirmar que es una persona a quien la vida sonríe.
Es un mentiroso y un manipulador porque
cuando dice que es muy sincero, en realidad sólo cuenta la mitad de la verdad,
la que le conviene, olvidándose de la otra mitad, la que demuestra lo falso de
sus afirmaciones. Y quien dice sólo la mitad de la verdad está mintiendo: sólo
menciona a los árbitros cuando señalan erróneamente en su contra, pero jamás
dice nada cuando se equivocan a su favor.
Es un soberbio porque jamás admite la
mínima culpa; una derrota será causa de los fallos de todos los demás (árbitros
y jugadores), pero jamás a causa de sus decisiones. De este modo, en cierta
ocasión en que su equipo salió derrotado, al entrenador portugués se le
preguntó cómo se calificaría a sí mismo de 0 a 10, y él respondió que con un 11. Siempre
está destacando sus récords y recordando sus triunfos en otras ligas, se
enfrenta desafiante a periodistas y, cuando le parece, no habla con nadie
porque no le da la gana.
Una cobarde agresión |
Es un cobarde, puesto que se atrevió a
meter el dedo en un ojo a un entrenador rival acercándosele por la espalda, y
una vez realizada la hazaña, se vuelve como no queriendo enterarse de las
consecuencias de su agresión, como el miedoso que cierra los ojos. Y cuando
días después pide disculpas, sólo lo hace ante su afición, no ante el agredido.
Es un llorica porque, a pesar de tener a
su disposición a algunos de los mejores jugadores del mundo, siempre ha estado
llorando y quejándose de que necesita también a este y aquel; asimismo también
se ha quejado de los calendarios, de su superior inmediato en el club (hasta
que lo echaron), de que los equipos salían a jugar ante ellos más enardecidos
que contra su rival..., y por supuesto, de los árbitros, de los comités, de los
directivos...
Es un mal compañero, pues ha faltado al
respeto a varios entrenadores rivales; a uno lo menospreció diciendo que él, el
gran Mouriño, jamás entrenaría a un equipo tan humilde; a otro que, ante el
Barcelona, hacía las alineaciones pensando en perder (luego pide perdón de modo
teatral); a otro que los triunfos que ha logrado han sido todos gracias a los
árbitros.
Es un envidioso porque jamás deja pasar
ocasión de menospreciar el trabajo de quien le supera, de quien consigue más
títulos que él.
Es decir, Mouriño piensa que existe un
complot intergaláctico para que el equipo rival lo gane todo y el suyo sea
siempre perjudicado.
Si el entrenador portugués lo fuera del
Barcelona, los hinchas del Real Madrid que están “a muerte con Mouriño”, según
se escucha en el estadio Bernabéu y según dicen los periodistas que mejor
conocen el paño, censurarían todas sus acciones, declaraciones, alineaciones y,
en fin, todo lo que hiciera; ¡habría que escuchar qué se diría de él si
estuviera en otro equipo! Es un poco como el nacionalismo; ya dijo George Bernard
Shaw, que ha quedado como uno de los tipos más inteligentes del siglo XX, que
“el nacionalismo es un curioso sentimiento que indica que un lugar es el mejor
del mundo porque yo he nacido allí”; con el fútbol pasa igual: mi equipo
siempre tendrá razón porque yo lo he elegido. Y es que, en realidad, la única
forma de acercarse un poco a la objetividad es ponerse en el lugar del otro,
intentar pensar como él, sopesar sus circunstancias. Algo extremadamente
difícil.
Claro que si no existieran esos
sentimientos no existiría el fútbol..., ni ningún deporte. Tal vez personajes
como Mouriño sean necesarios. Al menos de vez en cuando.
carlosdelriego
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