Cuando ataca la manada, siempre hay violencia. |
Uno
de los temas del momento en España (que incluso ha trascendido a otros países
desde los que también se emiten opiniones) es el de la postura de los jueces en
el asunto de la joven agredida por una manada, así como el afeamiento público
que el ministro ha hecho de la actuación de uno de ellos. Sin embargo, a pesar
de que las redes, los medios de comunicación y las tertulias de todo tipo no
dejan de debatir sobre jueces, sentencias y ministros, hay un par de aspectos
que parecen haber pasado desapercibidos, un par de detalles importantes que
apenas han merecido atención.
En
primer lugar, no deja de resultar sorprendente la reacción de toda la clase
judicial y fiscal, que ha elevado una sola voz contra el ministro que puso en
cuestión la capacidad de uno de los integrantes del tribunal que ha juzgado a
la jauría. Llama la atención el corporativismo primario y furibundo con el que
han reaccionado todos a una las diversas asociaciones de jueces y fiscales,
como un solo hombre, a la búlgara, con pensamiento único; sin discrepancias han
saltado indignados denunciando que un político haya puesto en tela de juicio la
actuación de uno de los suyos. Es una evidencia de gremialismo (“el que se mete
con uno de nosotros se mete con todos”, se dirán) e incluso de un cierto
complejo de superioridad (“el juez es un espíritu puro, ajeno a las
debilidades”, pensarán). Y eso que el puñetero en cuestión (los jueces visten o
vestían puñetas) se puso ‘chulito’ y arrogante frente a la víctima: “Usted no
sufrió mucho dolor, ¿verdad?”, insinuando que había opuesto escasa resistencia,
que sin palos no hay violencia ni coacción, y que, en realidad, él sólo veía
jolgorio… En primer lugar demuestra cierta cobardía al encararse con la chica
que sufrió la agresión (seguro que cuando se dirigió a los de la jauría lo hizo
con todas las cortesías), sobre todo teniendo en cuenta que, en caso de haber
sido él el rodeado por los cinco prosimios, indudablemente se lo hubiera hecho en
los pantalones. Es absolutamente indignante, irritante y como para perder
confianza en el sistema judicial el hecho de que el togado se dirija a la
víctima con tono chulesco, desdeñoso y arrogante, como dando a entender que
ella fue la culpable porque no se llevó una paliza, porque no se resistió como
una heroína.
Pero,
en segundo lugar, lo que deja perplejo es que, en muchas ocasiones, los
tribunales determinan que se trata de libertad de expresión los insultos y
descalificaciones que reciben a diario otros colectivos; es decir, cuando los
que encajan las faltas al respeto y a la integridad moral, cuando los que
soportan menosprecios, groserías y ofensas de todo tipo son políticos,
policías, banqueros, maestros y docentes en general, militares…, entonces todo
eso entra dentro de la libertad de expresión, sin embargo, cuando son ellos las
dianas de las críticas, de las descalificaciones veladas o de insinuaciones
ofensivas…, ¡ah!, entonces esas palabras ya no son libertad de expresión sino
agravio intolerable. Podría dar la sensación de que esos profesionales de la
ley (que no son todos) se sienten por encima de los demás: similares palabras
descalificatorias o el cuestionamiento de la integridad moral de otros
colectivos o personas entra dentro de la libertad de expresión, pero si las mismas
palabras van dirigidas a un juez es un atentado contra la separación de poderes
y la independencia judicial. No sería descabellado pensar que lo que demuestran
esas asociaciones es una cara dura como el cemento armado. Además, lo que dijo
el ministro es que tal personaje “tiene un problema singular”…, ¡que levante la
mano el que esté libre de todo problema, singular o plural! En resumen, según
se deduce de la reacción de la clase judicial y fiscal, las declaraciones que
cuestionan la integridad moral y la capacidad profesional de otros colectivos
están amparadas por la libertad de expresión, mientras que si la duda es arrojada
sobre dicha clase ya no cabe hablar de esa libertad. ¡Habría que escuchar lo
que asociaciones como ‘jueces por esto’ o ‘fiscales por aquello’ dirían si
fueran sus miembros quienes recibieran piropos como ‘corruptos’, ‘ladrones’, ‘vendidos’.
En fin, ¿puede insinuarse que esto es, sencillamente, doble vara de medir, ley
del embudo?
Hay
que tener una mentalidad ‘especial’ para pensar que una chica de 18 años se
entrega a cinco desconocidos y se va a un sucio portal a montárselo con los
cinco a la vez (además, parece que esta recua ya había ‘protagonizado’ algo
parecido anteriormente). Y por otro lado, hay que sentirse un puntito superior
para no soportar en propia carne lo que en la de otros se disculpa.
CARLOS
DEL RIEGO
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