miércoles, 30 de mayo de 2018

EL POR QUÉ DE LAS EXPLORACIONES ESPAÑOLAS DE HACE 500 AÑOS Se acercan años de conmemoración de las múltiples exploraciones y descubrimientos con los que se dibujó el mapa definitivo de la Tierra. Incomprensiblemente hay muchas criaturas que reniegan y maldicen aquellos viajes

En barcos como este, aquellos tipos duros llegaron a todos los confines del planeta superando infinitas penurias (réplica de la Nao Victoria, la primera que circunnavegó el mundo).


Hace alrededor de quinientos años se desató un impulso irrefrenable por explorar la Tierra, por descubrir territorios desconocidos, por averiguar la forma, la disposición y localización de todas las tierras y mares del planeta y, también, claro, por encontrar fama y fortuna. Inevitablemente, los encuentros entre los aventureros y los nativos produjeron muchas víctimas, la mayor parte de las cuales se debieron a las enfermedades, ya que un mundo estaba aislado del otro y el nuevo no había padecido las epidemias y dolencias para las que el viejo ya había desarrollado defensas; por otro lado parece tonto pensar que los dos mundos iban a permanecer aislados eternamente, o lo que es lo mismo, tarde o temprano iban a encontrarse, con lo que los contagios y la lucha eran absolutamente ineludibles; asimismo hay que recordar que todos los pueblos con los que pelearon los expedicionarios estaban en continuas y sangrientas guerras entre ellos antes de que ningún europeo pisase sus tierras.   

El caso es que hay personas que hoy, cinco siglos después (a toro bien pasado), cuestionan aquellos viajes a lo desconocido y preguntan por qué y para qué aquellos se aventuraron a comprobar cómo era el planeta. La mejor respuesta está en otras preguntas: ¿Por qué fueron a la luna?, ¿por qué se envían sondas y naves a otros planetas y se escudriña el universo buscando indicios de vida?, ¿por qué escalaron el Everest?, ¿por qué arriesgaron la vida para pisar el Polo Norte y el Polo Sur?, en fin, ¿por qué el Homo Sapiens salió de África? Hay una respuesta para todo: la curiosidad, el deseo de aprender, de averiguar, de ver qué hay más allá…, o sea, el deseo de descubrir y progresar. Sin embargo, hay mentes simples (y mediocres) que desearían que jamás se hubiesen emprendido aquellas auténticas odiseas, de lo que se deduce que si de ellos hubiese dependido, permanecería el convencimiento general de que el mar terminaba en un abismo. ¿Que hubo muertes?, indiscutible, pero antes o después los que vivían más allá del océano estaban obligados a entrar en contacto con las enfermedades y, por otro lado, las violencias que se produjeron allí nunca fueron distintas a las que se producían por aquí; y se puede añadir que las sociedades de los nativos de los nuevos mundos seguían (más o menos) en el Neolítico. 

Otra cuestión que suelen denunciar los partidarios de no moverse de casa es que no se puede hablar de ‘descubrimiento’, puesto que, explican, esas tierras ya eran conocidas por los indígenas que las habitaban. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla; refiriéndose a América, por ejemplo, la realidad es que los americanos de 1492 no habían perfilado las costas ni dibujado mapas que mostraran la forma y extensión del continente, no habían emprendido viajes de exploración y aprendizaje ni, claro, señalado dónde estaban los ríos, montes, bosques o desiertos. En definitiva y dicho fríamente, no sabían dónde estaban, no tenían ni la menor idea de cómo era el trozo de tierra que los albergaba. Baste decir que ni siquiera le habían puesto nombre al continente. Por tanto, sí es oportuno señalar la llegada de las tres carabelas como un auténtico descubrimiento, ya que, una vez explorado y cartografiado, los indígenas también descubrieron cómo era el lugar donde vivían, dónde estaba situado y qué había en el resto del planeta. Todos descubrieron con el ‘descubrimiento’.        

Por último, hay que ponerse en la piel de aquellos valerosos y bragados aventureros. Cuando se lanzaban al mar sabían que estaban absolutamente solos en la inmensidad, que nadie los socorrería en caso de necesidad y que eran los únicos navegando por esos mares (nulas posibilidades de encontrarse con otro barco). Lo que no sabían es con qué se iban a encontrar, si había monstruos marinos, si desaparecerían engullidos por las tormentas o si perecerían de hambre y sed en medio del océano. Y, una vez en tierra desconocida ¿cómo serían sus habitantes, sus animales, su vegetación? Todos los que se embarcaban en aquellos cascarones eran conscientes de que les esperaban penurias infinitas, pero debían ser unos tipos ‘muy echaos palante’, es decir, seguro que los tenían cuadraos. Muchas veces se vieron obligados a comerse el cuero de los correajes y beber agua contaminada con orines de rata, contrarían escorbuto y otras enfermedades e infecciones y, si eran capturados vivos, sabían que les esperaba el sacrificio.

Hay que ponerse en la piel de aquellos tipos y situarse en aquellos años, hay que tener en cuenta la ‘tecnología’ y el pensamiento de la época (carente de conceptos hoy aceptados), hay que imaginarse cómo sería la búsqueda de un paso del Atlántico al Pacífico por un mar tan ‘tranquilo’ como el de la región de Cabo de Hornos, hay que pensar cómo serían tres meses atravesando el Pacífico Sur sin tener claro a dónde iban o si algún día llegarían.

¡Qué gente, qué valientes, qué atrevidos! Tipos duros de verdad. Pero gracias a ellos la Humanidad supo definitivamente, exactamente, cómo es esta Tierra. 

CARLOS DEL RIEGO

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