Contra el FMI, contra esta o aquella ley, contra el gobierno o contra los hinchas del equipo contrario,da igual el pretexto para quienes tienen necesidad de pelea y sed de violencia. |
Podría
decirse que este asunto de las ‘manifas’ con palos, gritos y carreras (no las
verdaderamente pacíficas) tiene su ideal en el llamado Mayo del 68 en París,
aunque es evidente que la cosa se ha diversificado mucho desde entonces. Cada
día comunican los medios abundantes actos de violencia callejera que no tiene
que ver con los delincuentes comunes (que también). Llama la atención que
quienes inician la batalla no tienen miedo (de respeto ni se habla) de enfrentarse
a la policía, al revés, hay ocasiones que da la impresión de que ese es el
principal fin. Claro que esto puede explicarse teniendo en cuenta que los
violentos se sienten protegidos por el sistema al que con tanto odio y
desprecio atacan…, al contrario que en lugares donde la injusticia y la
corrupción son norma, donde no se respetan ninguno de los derechos que por aquí
se dan por sentados, donde las mujeres son menospreciadas e incluso mutiladas
sistemáticamente, lugares donde no existen servicios públicos comparables a los
occidentales, donde el hambre y la enfermedad son lo habitual, donde impera la
ley del más fuerte, donde la esclavitud está regulada por ley, donde la
sociedad acepta la existencia de ‘castas inferiores’ … Si por la próspera vieja
Europa Occidental se gastan estas actitudes violentas, ¿qué debería ocurrir en
estos lugares?
Muy
habituales son ya las ‘hazañas’ y enfrentamientos a palos entre grupos de
hinchas de fútbol, fenómeno que antaño era una excepción. Hoy hay bandas de
este tipo en Inglaterra, Francia, Holanda, Rusia…, y claro, también en España,
donde los más ultras de uno u otro equipo se muestran como un ejército
aguerrido y vocinglero que agita sus banderas entre el humo de las bengalas y
los gestos y gritos amenazantes de la masa (exactamente igual que en el resto
de Europa).
Luego
están los que toman la ideología política como pretexto para la agresión, ya
sea ésta física o psicológica (amenazas, pintadas agresivas e insultantes, menosprecios
públicos), cosa que no es rara en ciertas partes de España. Aquí también entran
las tremendas algaradas que se producen en el transcurso de ‘manifestaciones
pacíficas’ que terminan con quema de coches, destrozo de mobiliario público,
rotura de escaparates…, que se han visto en los últimos meses en Francia,
Alemania, Holanda, Bélgica, Italia…; e igualmente los actos perpetrados por
grupos anarquistas o anti-sistema, que tienen el tumulto en la calle como único
recurso, como única herramienta para llamar la atención, como única actividad. Y
aunque las causas sean distintas, también podría incluirse a los fanáticos
religiosos que, nacidos y educados en Europa Occidental y sin grandes
necesidades, no dudan en lanzarse a la búsqueda de víctimas desprevenidas, que
son esos ‘odiosos europeos que nos han acogido’.
Además,
muchos de ellos se sienten tan orgullosos de sus ‘proezas’ que no tienen ningún
reparo en exhibir y difundir sus gestas por las redes sociales aun a sabiendas
de que eso servirá para incriminarlos. Y es que, como perfectos ejemplos del
fanatismo más descerebrado, todos ellos, los que atizan tanto por fútbol como
por política, están absolutamente convencidos de estar legitimados para llevar
a cabo sus acciones, puesto que creen que su forma de pensar les da
superioridad moral y, por tanto, derecho a expresarla con la violencia.
La
gran mayoría de los que protagonizan esta violencia son personas de clase
media, es decir, no necesariamente sin recursos (que seguro también la hay).
Cabe entonces preguntarse ¿por qué existe ese impulso de pegar a otros?, ¿por
qué esas ganas de dar rienda suelta a los instintos más bajos?, ¿por qué ese
irrefrenable deseo de abandonar la humanidad y pelearse como dos manadas de
hienas que matan por un territorio? ¿Sería disparatado pensar que, en el fondo
e inconscientemente, esas masas violentas desean la guerra?
Las
causas de estos sentimientos extremadamente iracundos que tienen jóvenes y no
tan jóvenes son, seguramente, muy diversas, aunque también es posible que todas
tengan raíces comunes: por un lado la gente que no ha tenido que combatir por
las libertades, los Derechos Humanos y la democracia se cansa de vivir en un
razonable bienestar, como si se sintieran frustrados por no haber tomado parte
en la conquista de derechos y libertades y, por tanto, les quema el deseo de
equipararse a los que sí tuvieron que combatir; y por otro lado está la causa
más simple: lo insoportable que les resulta el hecho de que haya quien se
atreva a tener otra opinión, otra preferencia u otro equipo de fútbol. De este
modo, a unos les impulsa la insatisfacción consigo mismos, que les lleva a
descargar, a desahogarse con los demás; a otros les mueve su pensamiento
totalitario, que les convence de que quienes opinen distinto son reos de paliza;
e incluso habrá quien experimente una especie de necesidad de enemigos a los
que enfrentarse, sin más explicación que el simple y primario impulso de la
lucha.
Ah!,
un denominador común de todos los grupos violentos es que cada uno está
convencido de representar la perfecta bondad, mientras que los otros son la
maldad total. Así de simple.
CARLOS
DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario