Ya en 1956 el gran Chuck Berry ambientó su 'Brown eyed handsome man' en una sala de juicios. |
Los
jueces, como los árbitros, casi nunca dejan contentos a todos los implicados,
al contrario, sus decisiones suelen provocan decepción e incluso enfado en
alguna de las partes, aunque también es habitual que desagraden a todos; y es
lógico, pues cada uno tiene su visión y su opinión del asunto en cuestión y,
además, el juez está sujeto a las mismas debilidades que los demás, es decir,
es susceptible de equivocarse. Sea como sea, excepto los abogados, nadie en
este mundo desea vérselas con ese tipo del traje negro y el martillito de
madera que manda y ordena en la sala. El rock & roll, muchos de cuyos
músicos han pasado por el trago de declarar, no ha dejado de expresar con
estupendas canciones las sensaciones y emociones que le transmiten los
tribunales.
Cualquier
incondicional de los Beatles reconocerá al segundo el tema ‘Maxwell´s silver
hammer’ del glorioso ‘Abbey road’ (1969). Su desenfadado y divertido ritmo
contrasta con la letra, la cual cuenta que el tal Maxwell se dedica a aplastar
la cabeza a la gente con su martillo de plata, y así liquida a su chica, a la
profe y, finalmente, ya en el juicio, se acerca por detrás al juez que va a
condenarlo y le atiza con el martillo plateado. ¡Qué poco respeto por la
judicatura! Se trata de una sorprendente divagación de Paul.
El
ska ligero de Specials siempre trasmitía buen rollo y ambiente alegre. En su
primer álbum, de 1979, incluyeron la canción ‘Stupid marriage’, la cual describe
un proceso judicial: “Se abre la sesión (…), ¡orden! Soy el juez Pendenciero (Roughneck ) y no voy a tolerar desmanes
en la sala”; después se leen los cargos y se hacen las alegaciones, el juez
explica cómo ve las cosas (“te emborrachaste y rompiste la ventana de tu ex”),
dicta seis meses de prisión y concluye: “antes de que te lleven a tu celda
¿tienes algo que decir?”; el acusado trata de explicarse echándole las culpas a
ella, pero todo termina cuando el señor juez ordena “llévenselo!”. Specials
eran grandes admiradores de todos los pioneros del ska y el reggae, y por eso la
pieza tiene relación con ‘Judge Dread’ (1967) de Prince Buster, en la que se
habla de un juez apodado ‘Hundred’ (‘dread’), o sea, cien, por la manía de
poner penas de cien, doscientos, trescientos años…
Al
final de la cara B del segundo disco del ‘The wall’ (1979) de Pink Floyd
aparece ‘El juicio’, ‘The trail’. Vuelve a mostrarse la figura del juez
indignado que increpa al acusado, cuyo delito es exhibir sus sentimientos: “La
evidencia ante el tribunal es incontrovertible. No hay necesidad de que el
jurado se retire. En todos mis años de juez nunca he escuchado antes de alguien
que merezca la pena máxima de la ley. La forma en que hizo sufrir a sus exquisitas
esposa y madre. Me dan ganas de cagar” (¡este Waters!). No puede decirse que
dicho tema, de ambiente surrealista, operístico, esté entre los mejores o más
recordados de la banda.
Con
una construcción más liviana de lo que acostumbra, Neil Young grabó en 1989
‘Crime in the city (Sixty to zero)’, un tema que anteriormente había presentado
en vivo varias veces con el título de ‘Sixty to zero’. El texto, largo y con
varias temáticas, incluye el de un juez que va a trabajar todos los días y se
pasa la vida en el juzgado para mantener la perspectiva; “él tiene mucho en su
mente y respeto su decisión”, puesto que “es bueno con el martillo aunque duro
con las multas”. Incluida en el fantástico ‘Freedom’, es una pieza estupenda
que, a pesar de sus nueve minutos, en ningún momento se vuelve pesada (los
arreglos de saxos, trompetas y trombones, exquisitos).
Chuck
Berry, en fecha tan temprana como 1956, presentó una visión irónica sobre la
sala de juicios en su ‘Brown eyed handsome man’, o sea, ‘Apuesto hombre de ojos
marrones’. Parece ser que a Chuck se le ocurrió la idea de la canción tras ver
cómo la policía se llevaba a rastras a un manifestante en cuya defensa salió
una mujer. Las primeras frases de la letra son descriptivas: “Arrestado con
cargos de desempleo, él estaba sentado en el estrado de los testigos” , pero
ocurre algo inusual: “La esposa del juez llamó al fiscal del distrito y le dijo
que liberase a ese apuesto hombre de ojos marrones”, es más, le amenazó
diciendo “si quieres conservar tu trabajo, es mejor que liberes a ese apuesto hombre
de ojos marrones”. Es decir, la esposa del juez se sintió con poder suficiente
como para presionar al fiscal…; inspirada en aquel hombre arrestado por el que
se interesó una mujer, muchos han querido ver en esta letra una fanfarronada de
Chuck, que siempre presumía de tener un atractivo irresistible para las mujeres
blancas…
Uno
de los grupos españoles más desconocidos e injustamente olvidados es Azahar.
Típico del rock setentero andaluz-progresivo-sicodélico, en 1977 editaron ‘¿Qué
malo hay, señor juez?’ dentro de su primer Lp ‘Elixir’ (¿venía con un frasquito
de perfume de azahar?). La canción es como una declaración de un testigo que compara
el delito real (el del vecino que mata a su esposa) con el que no es tanto
(“fumar humo de reír”); la letra es elocuente “tenía yo dos amigos que fumaban
humo de reír (…)¸ un día me los ligaron (…), al que resistió lo mataron y al
otro el juez lo condenó” , y por si fuera poco, “al vecino le tocó salir”; así,
suplica de modo ingenuo “¿pero qué malo hay en fumar, señor juez?, e incluso
vaticina que “tampoco está muy lejos el día en que vea usted su error”. El
sonido es etéreo, casi irreal, sin batería pero con mucho sintetizador, con la
guitarra a veces ausente y otras potente y protagonista, y una voz algo
aflamencada y con arabescos. Seguro que al juez de aquellos años setenta no le
gustaba ni la canción ni su contenido.
Evidentemente
el rock & roll también hace temblar la sala de juicios.
CARLOS
DEL RIEGO
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