miércoles, 11 de abril de 2018

EL EX PRESIDENT Y EL JUEZ ALEMÁN: LA FERIA DE LAS VANIDADES La política hace mucho que se ha convertido en un escenario en el que el foco es para el que más sobreactúa, caso de Puigdemont. Y algo parecido ocurre en muchos tribunales de justicia, como demuestra el espectáculo protagonizado por ese juez alemán






















Todo el mundo tiene su vanidad, especialmente quienes detentan poder, 
aunque muchas veces den risa

¡Qué razón tiene aquel ancestral dicho: “Vanidad de vanidades y  todo es vanidad”! La jungla de la política hace tiempo que es un teatro con un texto simplón en el que los actores gesticulan exageradamente y hablan con gran pomposidad y voz campanuda, buscando parecer solemnes, hinchándose de fatuidad y creyéndose el centro del universo. Y ciertamente a veces es así, sobre todo si el protagonista tiene talento. Lo malo es cuando quien ocupa el centro del escenario es un actor mediocre, que es exactamente lo que está ocurriendo con el ex president Puigdemont. ¿Alguien se ha fijado en la enorme sonrisa y cara de felicidad absoluta que tiene Carles en todo momento? Da la impresión de que no le importa lo más mínimo la posibilidad de extradición, detención o ingreso en la cárcel, ni lo tiene en cuenta, ya que lo que le anima realmente es precisamente ser el foco de atención, el hecho de que todo el mundo hable de él, estar en todos los periódicos y ser rodeado por cámaras, luces y público apenas pisar la calle. ¡Está encantado con la situación!, tanto que puede aventurarse que lo que más desea él no es la independencia, sino que el procés nunca termine, puesto que eso significaría que su situación se prolongaría meses o años, con lo que todo ese tiempo seguiría siendo el núcleo de la información. Si a ello se añade además que se trata de un tipo tan escaso de luces como de méritos objetivos, el hecho de que media Europa lo tenga como noticia de primera página le debe producir poco menos que el éxtasis. Por ello, ahora mismo Puigdemont está alimentado por una desbordante vanidad que lo llena plenamente, de manera que todo lo demás le resulta muy secundario, banal, ¡qué más le da lo que pase a su alrededor o a sus correligionarios!, él está en todos los informativos y eso le llena de felicidad, está viviendo en la plena satisfacción. ¿Qué puede haber mejor para el mediocre que estar en boca de todos?, de esa manera borrará toda duda acerca de sí mismo y, seguro, ya se creerá un auténtico genio… Pero no es un caso único, nada de eso: a otra escala, esa misma vanidad y soberbia se observa en tipos tan dudosos como Trump o Putin, ególatras de manual.

El otro caso de vanidad patológica es el que ha demostrado el juez alemán que ha tumbado una orden procedente del Tribunal Supremo español. En el ámbito futbolístico hay veces que se dice que al entrenador de un equipo le ha entrado “un ataque de entrenador”, que quiere decir que, en un momento determinado, tomó una decisión inopinada, disparatada, confiando en que, si le salía bien, todo el mundo alabaría su genialidad; lo malo es que lo más probable, casi al cien por cien, es que la jugada salga mal, rematadamente mal. Algo parecido ha debido sucederle al crecido magistrado alemán, quien seguramente ha sufrido un “ataque de juez”, se ha sentido estupendísimo y ha debido pensar que esta era su oportunidad de ser un gran protagonista, una ocasión para que se hable de él en todo el continente y para que todos estén pendientes de sus decisiones… De otro modo no tiene explicación que el puñetero (si es que los jueces de allí gastan puñetas como los de aquí) haya juzgado y sentenciado en apenas unas horas un sumario que a varios de sus colegas españoles les llevó meses confeccionar y que, segurísimo, no ha tenido tiempo material de leer; es decir, ‘der Richter’ (el juez en alemán) se ha extralimitado y ha juzgado cuando no tenía que juzgar, ya que sólo tenía que hacer cumplir la ‘euro-orden’ si el cargo presentado existe en sus códigos legales, como así es. Pero el ‘Untersuchungsrichter’ (juez de instrucción) creyó llegado su momento estelar, sus quince minutos (o quince días) de gloria, de modo que no pudo resistir la tentación y cayó en un “ataque de juez”; y no le importa que fuera de Alemania nadie sepa su nombre o reconozca su cara, le basta con saber que países enteros dependen de su decisión…, y eso debe excitar su vanidad hasta alcanzar el nirvana.

Es evidente que muchas veces (seguro que más de las que uno se imagina) desde los centros de poder se toman decisiones movidas más por vanidad que por verdaderos intereses.

CARLOS DEL RIEGO

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