La rotonda es un enigma, un paso obligado, un punto de encuentro para todo automovilista y el lugar propicio a malos entendidos. |
La DGT ha lanzado varias veces a las
redes y medios de comunicación mensajes ilustrativos e indicativos de cómo han
de gestionarse las entradas y salidas de las glorietas, tan abundantes en todo
tipo de vías. Pero las explicaciones también tienen puntos negros, y además, pueden
ser incompletas.
Uno de los primeros requisitos
obligatorios para hacer las cosas bien, aseguran los jefes de Tráfico, es
entrar y salir de las rotondas siempre por el carril derecho. Así, desde que se
ha insistido tanto en este ‘detalle’, se ha desatado una verdadera fiebre por
el carril derecho, de modo que hoy está más cotizado que el oro en barras, se
defiende la posición con uñas y dientes y nadie lo abandona pase lo que pase.
Lógicamente, dada su tremenda demanda, el carril derecho se colapsa con
facilidad, con lo que no es extraño ver cómo se abarrota de rotonda a rotonda
obligando a todos a poner punto muerto. Y mientras, en el carril izquierdo
apenas dos o tres inadaptados llegan a la siguiente rotonda en unos segundos
entre las miradas poco amistosas de los que se han enganchado al derecho. Lo
curioso es que, si uno se queda a observar, comprobará que la mayoría de los
incondicionales de esa parte de la calzada no abandonan la plazoleta ni a la
primera ni a la segunda salida…, pero como son muy previsores, prefieren estar
bien colocados con antelación, con muchísima antelación.
Otro factor de desconcierto que se
observa muy a menudo en las dichas ‘redondas’ es el que propicia el chófer o
choferesa que pone el intermitente a la derecha nada más acceder a la misma,
sin tener en cuenta si la abandonará a la primera, a la segunda, a la tercera
salida; de ese modo, el aviso lumínico no sirve nada más que para despistar al
resto de los usuarios de la calzada: uno que va a entrar en la rotonda ve la
intención de aquel y, suponiendo que el aviso es para salir inmediatamente,
intenta incorporarse… llevándose el gran
susto al comprobar que, en contra de lo que su intermitente indica, el equívoco
conductor sigue circulando por la rotonda y pasando salidas con su indicador
luminoso señalando a la derecha.
También es bastante habitual cruzarse
con el temerario que entra a toda mecha pero un segundo más tarde que otros más
lentos que acceden a la plazuela por otras vías, con lo que aquel se cree con preferencia
porque, equivocado por su exceso de velocidad, está convencidos de haber
accedido antes. En el otro extremo está el timorato que no se atreve a
sumergirse en el universo ‘rotondero’ si ve algún otro coche en lontananza, es
decir, cuando mira a su izquierda y atisba un auto a veinte metros de la
glorieta, espera…, con lo que puede tirarse allí un ratito para desesperación
de los que están detrás. Y en el mismo saco cabría el piloto indeciso y/o
despistado, que parece iniciar la maniobra de salida para, repentinamente,
cambiar de opinión, con lo que se ve obligado a realizar una maniobra brusca
que, cuando menos, sorprenderá a sus compañeros de conducción más inmediatos. Y
seguro que todo el que guía automóviles se ha encontrado (o incluso él mismo lo
ha sido) con el oportunista que aprovecha cualquier huequecillo para meterse;
no es que vaya rápido, no es que cree situaciones de peligro, sino que está
siempre muy atento y previsor, concentrado, calculando la velocidad de unos y
otros y, en fin, moviéndose con agilidad pero sin causar molestias…, salvo al
que le fastidia que alguien utilice óptimamente el espacio disponible.
Sí, las rotondas son mucho más
retorcidas de lo que parece. Y también son lugar de encuentro para las diversas
especies de aurigas contemporáneos que, tarde o temprano, terminan por verse
las caras allí. Lo malo es que no pocos llegan a ellas azuzando a sus caballos
como si su principal objetivo fuera mirar por encima del hombro a los demás y
como si quisiera repartir unos cuantos latigazos…
Todo esto y muchísimo más se puede
observar a diario en esos enigmáticos puntos de reunión que son las rotondas.
CARLOS DEL RIEGO
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