La corrección política conduce inevitablemente al absurdo y la estupidez. |
Aunque
parezca difícil de entender, la corrección política está imponiéndose en
sociedades avanzadas (sólo en éstas), lo que viene a significar que gran parte
de los individuos nacidos y crecidos en dichas comunidades se esfuerzan por
alcanzar la cima de la más infantil necedad. Así, para muchas criaturas el
mérito ha dejado de tener valor, y lo que de verdad se tiene en cuenta es
pertenecer al grupo o ideología mayoritarios y correctos. Esta bestia informe y
etérea, la corrección política, avanza y crece sobre todo en el terreno de las
palabras, de modo que exige no sólo poner en el punto de mira al que se sale de
la pureza del lenguaje, sino que encañona al que simplemente lo piensa (Orwell
escribió algo al respecto). Es la censura en su más estricto sentido; en épocas
pasadas los censores atendían principalmente a que no se viera demasiada
anatomía femenina en el cine, mientras que ahora los puritanos están pendientes
del uso del lenguaje, como si estuvieran convencidos de que los problemas se
resuelven usando el habla del modo que ellos (¡y ellas!) exigen. Es más, seguro
que hay gentes convencidas de que, con la narración y el discurso adecuados,
desaparecerán de la Historia las guerras, los crímenes, las injusticias… Se
trata además de un intento de uniformizar individuos e identidades, de imponer
el pensamiento único, ya que quien se atreve a discrepar es inmediatamente
deslegitimado, descalificado como persona y tildado, ¡cómo no!, de facha. Lo
mejor del caso es que esas criaturas son las que más gritan exigiendo libertad
de pensamiento y expresión, pero sólo para ellas y para quienes como ellas
piensan.
En
Estados Unidos se han producido casos de corrección política absolutamente
esperpénticos, estúpidos, espeluznantes. Y si allí la cosa se ha propagado como
una epidemia, es de suponer que pronto se habrá extendido por todo el mundo
hasta convertirse en pandemia. Algunos de esos sucesos ‘made in Usa’ pueden
dejar boquiabierto al más advertido…
Al
acercarse la fiesta de Halloween, las autoridades de una universidad hicieron
circular una carta en la que aconsejaban al alumnado que no se disfrazara de
minoría étnica o marginada, o sea, ni de afroamericano (se dice así, ¿no?) ni
de indígena, ni de gitano, ni de asiático, ni de gordo, ni de mujer, ni de
musulmán… Una profesora, sin embargo, contestó con otra misiva explicando que
es casi una obligación de los jóvenes trasgredir las normas, ser provocadores,
deslenguados e irreverentes… Le cayó lo que se dice la del pulpo, pero no de
las autoridades académicas, sino de los propios estudiantes, aborregados y
abducidos por una mezcla de estupidez pueril y corrección buenista. La pobre
fue forzada a dimitir.
En
la Facultad de Derecho de otra universidad los estudiantes protestaron porque,
en clase de Derecho Penal, se pronunciaban constantemente palabras como
violación o agresión sexual; la protesta obligó a la profesora a avisar cuándo
iba a proferir tan horribles palabras y tan innombrables expresiones con el fin
de que los cursis sentimentaloides pudieran taparse los oídos. Al parecer, los
futuros abogados consideraban como agresión sexual el simple hecho de hablar de
ello con las palabras justas, de manera que puede deducirse que los susodichos
estarán convencidos de que si no se pronuncian tan alienantes vocablos, los
repugnantes crímenes sexuales dejarán de producirse… Claro que llegado el
momento, habría que ver qué eufemismos utilizan ante el juez. Y en el mismo
plano está el docente que fue ‘denunciado’, menospreciado e insultado porque,
en clase de Historia, dijo varias veces ‘negro’.
A la
cúspide de la estulticia más pura se llegó en otro centro universitario donde iba
a tocar un grupo de música que combina los ritmos africanos con el funk, una
banda que definía su estilo como ‘afrofunk’. Sin embargo, cuando los estudiantes se enteraron
de que casi todos los integrantes de la banda eran blancos, exigieron a las
autoridades que se cancelara el contrato, puesto que ese grupo se estaba
apropiando de una identidad cultural que no le correspondía, y por si fuera
poco, la identidad usurpada correspondía a una cultura marginada… Es decir, por
la misma regla de tres, esos universitarios ¿se rebelarán contra la
‘insolencia’ de que un blanco cante blues o de que un negro haga ‘hillbily’? ¿Se
puede ser más cerrado, palurdo y retrógrado?
Incluso
se ha denunciado a la serie Los Simpsons porque presenta a Apu (indio de la
India) como un estereotipo y, por tanto, con tintes racistas. Pero nada se dice
de que el protagonista, Homer, es estadounidense, blanco y heterosexual, pero
sobre todo es glotón y borrachuzo, vago, machista y grosero, mentiroso,
caradura y egoísta, ignorante, violento, mal padre…, pero no se han levantado
voces indignadas contra tan evidentes muestras de discriminación contra los
blancos y heteros de aquel país. La propia serie ha propuesto el asunto de la
corrección política: en un episodio de las primeras temporadas, los buenistas
logran que se suprima la violencia en los dibujos animados y que se sustituya
por amistad, amabilidad y buenos sentimientos, con sosos, mediocres y anodinos
resultados.
Estos
ejemplos, que son apenas la cúspide del iceberg, parecen lejanos, pero tal y como
se extiende la corrección política y el buenismo, tal y como penetran los sentimientos
simplones, intantiloides y maniqueos, pronto se verán situaciones semejantes en
toda Europa…, si es que no se están viendo ya.
CARLOS
DEL RIEGO
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