No es en las democracias occidentales donde las mujeres carecen de derechos, es decir, el feminismo más combativo debería volver sus ojos hacia los países donde ellas carecen de derechos y libertades |
Tremendo
y global escándalo se ha montado a raíz de las denuncias por acoso y abusos
sexuales contra un famoso productor de cine, las cuales han supuesto el
detonante para que todas las que fueron agredidas hayan hecho pública sus
propias experiencias. Lo malo es que se ha desatado una especie de caza de
brujas (como dijo otro famoso actor) que está permanentemente indagando y
buscando todo aquello que pueda tener un atisbo no sólo de acoso, también de
molestia. Las cosas hay que verlas en su justa dimensión, es decir, no tiene
nada que ver una violación con una errónea interpretación de las señales que
envía la chica y que llevan al chico a propasarse y, casi siempre, a recibir un
corte. Lo primero que hay que subrayar es que el acoso babeante con que se
conduce el rijoso, las palabras soeces que algunas tienen que escuchar, el
manoseo repugnante del jefe o el compañero, los asquerosos tocamientos por la
fuerza, los viscosos roces en el bus o, evidentemente, lo más repugnante e
imperdonable, la violación, deben ser castigados con dureza, y en el último
caso con extrema dureza (el violador no tendrá otra cosa en la cabeza en cuanto
ponga los pies en la calle, por tanto no debe quedar libre nunca).
El
problema es cuando la cosa se vuelve una auténtica caza, cuando se empieza a
escudriñar, a rebuscar por todas partes algo que pueda ser interpretado como
machismo o micromachismo. Así, las feministas extremas se han erigido en las
grandes inquisidoras que deciden cuándo hay agresión, abuso o exceso de
confianza, con lo que se puede llegar al esperpento, como por ejemplo la que
denunciaba que los anuncios de compresas eran machistas, ya que no aparecía en
ellos ni una gota de sangre…, lo curioso es que no se recuerdan anuncios con
sangre; o ese ‘estudio’ que llevará a cabo el ayuntamiento de Madrid para
investigar si las carreteras, las construcciones o las líneas de autobús
perjudican más a las mujeres que a los hombres. Sí, en los países occidentales,
donde existen las leyes de igualdad y donde las legislaciones protegen contra
cualquier tipo de violencia, las feministas más escandalosas llevan a cabo
espectaculares actos que, en no pocas ocasiones, buscan el efecto, la foto, la
pose, el gesto, mucho más que la eficacia; lo curioso es que, habiendo países
en todo el mundo donde los derechos de las mujeres no es que estén pisoteados,
sino que directamente no existen por ley (principalmente musulmanes pero no
sólo), las adalides del feminismo más combativo nunca aparecen. Y es que,
claro, es mucho más sencillo y seguro rebelarse contra un anuncio o entrar a
voces en una iglesia o insultar abiertamente, todo ello es más llevadero en un
país occidental que presentarse en Arabia Saudí exigiendo respeto por la mujer;
elevar la voz en estados de derecho está bien, pero resulta poco creíble el
compromiso de esas feministas ultras que ni siquiera se plantean actos contra
esos estados en los que la mujer no puede conducir, ni tener cuenta corriente,
ni salir de casa sola…, es decir, esa determinación, ese combativo compromiso hay
que demostrarlo donde más se necesita (“esos cojones, en Despeñaperros”, le
gritó un torero a una locomotora que le echó el vapor a presión al llegar a
Madrid tras renquear en ese paso de montaña).
Enrome
difusión ha tenido la carta firmada, entre otras muchas personas, por la actriz
francesa Catherine Deneuve, en la que se insiste en que la agresión y, por
supuesto, la violación deben ser perseguidas y castigadas, pero no debe
confundirse el acercamiento incluso inoportuno con lo que es un auténtico crimen.
Ni que decir tiene que a la Deneuve le han caído los insultos y amenazas más
violentos, sobre todo por parte de las que se han apropiado del ‘verdadero y
único feminismo”. Así, las que se atribuyen la posesión exclusiva de la verdad
contestaron a esos razonamientos con acusaciones como que “banalizan la
violencia sexual”, algo falso, pues aquellas lo condenan explícitamente;
también que “desprecian a las mujeres que han sufrido esa violencia”, falso,
pues afirman contundentemente su apoyo a las víctimas y desprecio por los
agresores; y siguen descalificaciones e insultos grotescos (como que los
firmantes defienden la pederastia y la violación). Es lo que ocurre cuando la
idea absoluta no permite escuchar razonamientos discrepantes. Es por lo que
denuncian ‘micromachismos’ aquí y no dicen ni hacen contra los ‘macromachismos’
sangrantes de otros lugares del mundo. La frase que resume la carta de Deneuve
y los otros es “la violación es un crimen, pero el intento de seducción,
incluso torpe y pesado, no”.
Igualmente
le han llovido todas las barbaridades imaginables a la escritora canadiense
Margaret Atwood, quien ha denunciado el linchamiento a través de las redes y,
en todo caso, fuera de la ley que se lleva a cabo contra ‘sospechosos’ y que parte
de la población da por bueno; ella se pregunta: “Si el sistema legal es circunvalado
porque es visto como ineficiente, ¿qué lo va a sustituir? ¿Quiénes serán los que
tengan el poder? No serán las ‘malas feministas’ como yo. No somos aceptables
ni para la derecha ni para la izquierda. En tiempos de extremos, los
extremistas ganan”.
Casi
la totalidad de agresores sexuales son hombres, pero eso no quiere decir que
todos los hombres sean agresores. Y aunque el seductor sea un ceporro, todo
hombre sabe cuándo ella no quiere seguir y, por tanto, cuándo es el momento de
retirarse; si no lo hace así estará delinquiendo. Por ello, el acosador, el
agresor, el que se aprovecha de su posición superior, el que mete mano disimuladamente,
el que no hace caso ante un evidente ‘no’, el que amenaza para lograr la
sumisión, el que usa la fuerza y, por supuesto, el violador, deben ser
castigados sin miramientos, e incluso difundidas sus fotos. Pero no debe
confundirse esto con un intento de acercamiento o de caricia en un contexto
apropiado que, por la razón que sea, ella rechaza. No es lo mismo.
CARLOS
DEL RIEGO
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