Seguro que José Antonio no se merece una calle, pero tampoco Carrillo, Largo Caballero o Indalecio Prieto (en la imagen) |
Al
comprobar el enérgico comunicado del susodicho defensor del pueblo lo primero
que se adivina es que no hay nada que le preocupe más, que no hay ciudadanos
apremiados por verdaderos problemas, que no recibe quejas de contribuyentes atropellados
por empresas e instituciones y que, en fin, cuando logre su objetivo todo el
mundo olvidará sus verdaderas preocupaciones. Dejando a un lado cuál debe ser
el cometido de este bien remunerado cargo, la obsesión por los nombres de las
calles parece algo así como un impulso infantiloide y, sobre todo, malicioso,
descompensado e injusto: no parece coherente retirar calles a personajes sin
las manos manchadas de sangre y que poco tuvieron que ver con el levantamiento
franquista, a la vez que se mantienen las de otros que mataron, robaron,
amenazaron o renegaron de la democracia. Hay casos verdaderamente sangrantes,
algo así como una especie de ‘reverso tenebroso’ de una más que sectaria
memoria que recuerda con alabanzas a personajes de pensamiento totalitario, que
ensalza a quienes aborrecieron la democracia, que distingue a profesionales del
odio e incluso a auténticos asesinos.
Incomprensiblemente,
Francisco Largo Caballero, ‘el Lenin español’, tiene calles a su nombre y
estatuas conmemorativas a pesar de su odio sectario, su continuo llamamiento a
la violencia y su desprecio de la democracia. Sus propias palabras: “En las
elecciones de abril del 31 los socialistas renunciaron a vengarse de sus
enemigos y respetaron sus vidas y haciendas; que no esperen esa generosidad en
nuestro próximo triunfo”; en enero de 1933: “si la legalidad no nos sirve,
daremos de lado a la democracia burguesa e iremos a la conquista del poder”; en
el verano de 1934: “no creemos en la democracia como valor absoluto, y tampoco
creemos en la libertad”; en enero del 36 dijo en Alicante: “si triunfan las
derechas tendremos una guerra civil, que no digan que decimos las cosas por
decirlas”.
También
hay calles y recuerdos que veneran a Indalecio Prieto. Y ello a pesar de que traicionó
a la República (para lo que incluso se alió con un monárquico) en 1934, robó el
tesoro que transportaba el barco ‘Vita’ y, probablemente, estuvo detrás del
asesinato de Calvo Sotelo (el diputado al que acusan de franquista a pesar de
haber muerto antes de la llegada del franquismo). Además, todos los testimonios
lo describen como un tipo zafio y grosero al que otros socialistas esquivaban
cuando contaba sus soeces chistes y de los que él sólo se reía, como cuando
echó por las narices la horchata que estaba bebiendo al no poder contener la
carcajada.
Nadie
capaz de reconocer la evidencia pondrá en duda la culpabilidad de Santiago
Carrillo en los fusilamientos masivos (incluyendo unos 250 menores) de
Paracuellos del Jarama en 1936. El caso es que si unos descontrolados sacan de
la cárcel a dos o tres presos y los fusilan, la cosa podría pasar desapercibida,
pero si las ‘sacas’ son día sí y día también y en cada una se da el paseo a
cincuenta, a cien, a doscientos…, resulta difícil creer que el máximo responsable
de orden público estuviera en el limbo y sin enterarse de algo que sabían miles
de personas. Pues Carrillo, que tiene muchos más muertos a sus espaldas que
Calvo Sotelo, es recordado y homenajeado.
Lucen
placas callejeras con su nombre y recibe de vez en cuando reconocimientos y
aniversarios Buenaventura Durruti; hombre de armas y siempre dispuesto a la
acción violenta, pistolero, atracador e involucrado en asesinatos y represiones,
no parece alguien a quien deba recordarse como un ejemplo a seguir. Dolores
Ibárruri, Pasionaria, también goza de muy buena prensa entre los defensores de
la ‘memoria histórica’ a pesar de su amenaza: “Este hombre ha hablado por
última vez”, dijo en el parlamento horas antes de que un compañero del Congreso
fuera secuestrado y asesinado, según testimonio procedente de Josep Tarradellas,
testigo presencial. Rafael Alberti siempre animó a la violencia; escribió
fanáticas loas a Stalin y formó parte de un ‘Comité de Depuración’ para
publicar en ‘El Mono Azul’ la lista de los que, según él, habían de ser ‘depurados’.
Todos ellos son distinguidos y honrados como grandes defensores de la
democracia y la libertad (¿).
Las
brigadas internacionales, organizadas por el Komintern (la Internacional
Comunista, dirigida por el Kremlin) y con elementos como ‘el carnicero de
Albacete’, André Marty, que fusiló tanto a enemigos como a brigadistas que no
combatían con el suficiente ardor (y eso que él casi nunca estuvo en primera
línea), ¿vinieron a España a luchar en defensa de la democracia y la libertad?,
¿como las que había en Rusia?; en realidad su intención era la misma que la de la
División Azul en el frente ruso (el capitán Palacios dijo que fueron la Urss a
devolverles la visita que los soviéticos hicieron a España en el 36). Hay quien
rinde pleitesía a unas y abomina de la otra, cuando ambas organizaciones
defendían regímenes totalitarios.
Es
curioso, la ‘damnatio memoriae’ (procedimiento de la antigua Roma que consistía
en borrar todo vestigio de los derrotados), la negación de los otros que llevó
a cabo el franquismo, está siendo imitada, repetida punto por punto por los que
pretenden eliminar todo rastro de los otros. Seguramente la mayoría de los que
se han caído de los callejeros no se merecieran tal honor, pero igual cosa se
puede decir de quienes los han sustituido. No se trata de equidistancia, sino
de dar a cada uno lo suyo, de no elogiar a alguien por algo que al rival se le
reprocha, pues los méritos y las culpas son individuales. Dicho sea de paso,
seguro que a nadie le parece mal dedicar calles y honores a tipos honestos,
coherentes y valientes como Cipriano Mera o Melchor Rodríguez, quien explicó
elocuentemente: “Por las ideas se muere, pero no se mata”.
CARLOS
DEL RIEGO
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