No es
que en lo que va de siglo no hayan surgido buenos grupos, buenos discos, buenas
canciones (que los hay, como también conciertos apasionantes), no es que en los
locales de ensayo y pequeños escenarios falte pasión e ilusión (al revés, ahí
hay mucho pulso de rock), no es eso, sino que lo que ocurre es que la evolución
del rock como estilo musical y como movimiento social parece haberse detenido.
Y tal vez sea esa una de las causas por las que el rock & roll ha perdido
poder de atracción. Esto se vuelve evidente si se repasan los pasos que ha dado
este negocio desde su aparición.
Así, revisando por encima y sin profundizar,
no es difícil recordar que en la segunda mitad de los cincuenta irrumpe el rock
& roll; en los sesenta se producen las primeras ramificaciones y brotan
subgéneros como el pop y el rock más grueso, el soul o la psicodelia hippy, e
incluso empieza la fusión con otras modalidades; en los setenta el heavy exige
su sitio a voces, y florecen el rock sinfónico, el progresivo, el glam…, el
tecno da sus primeros pasos y, finalmente, se produce el asalto punk y la alocada
‘nueva ola; en los ochenta explotan y se desarrollan todas las variedades
electrónicas, los nuevos románticos dan el toque elegante, el rock gótico
(entonces ‘afterpunk’ o rock siniestro) lo viste de luto solemne pero convive
con los subgéneros más intrascendentes (ska); en los noventa se sitúan
perfectamente tendencias como el ‘brit pop’ o el ‘grunge’ que, aunque no
dejaran tanto como lo anterior, tienen su personalidad y ayudaron a dar un paso
más. Todo esto sin entrar en detalles.
Pero
al terminar el siglo XX parece que esa evolución, ese progreso se detuvo, ya
que en las dos décadas que se llevan del XXI no es que no hayan aparecido
figuras (muy pocas destinadas a la posteridad), sino que no puede señalarse una
nueva tendencia, un nuevo subestilo, un sonido que se identifique inequívocamente
con estas dos décadas y cuyas canciones puedan servir para situarse en el
tiempo (hay películas que, en lugar de poner un rótulo con el año en que
transcurre la acción, se limitan a poner las canciones de la época para que el
espectador se sitúe). Quizá esto, junto a otros factores como la enorme
competencia en la industria del entretenimiento, sean las causas del la pérdida
de presencia mediática del rock.
Por
otro lado, es posible que estas carencias sirvan para explicar un interesante dato
publicado en los primeros días de 2018: las ventas de música bajan en Estados
Unidos, pero suben las de discos de vinilo, el formato preferido de los que
sienten el rock como música y como algo más; pero el dato va más allá, puesto
que el grupo que más elepés vendió en Usa a lo largo del año 2017 fue The
Beatles, que despacharon 72.000 ejemplares del ‘Segeant Pepper’ y 66.000 del
‘Abbey Road’. Además, entre los diez más vendedores están Pink Floyd, Prince,
Michael Jackson, Bob Marley… Esto indica que el amante del rock (y géneros
afines) de toda la vida, ese a quien los riffs le penetran hasta los tuétanos,
no encuentra nada mejor con qué calmar o excitar su espíritu que las bandas
encuadrables en momentos fáciles de identificar con alguno de los pasos
evolutivos que han enriquecido este movimiento artístico y social llamado rock
& roll.
Sea
como sea, es innegable que hace ya mucho que este estilo musical no proporciona
algo verdaderamente nuevo, no un grupo o un disco con una propuesta fresca e
innovadora, sino una tendencia, un movimiento que, al igual que en otro tiempo
hicieron hippies o punks (por ejemplo), fuera capaz de traspasar las fronteras
de lo estrictamente musical y filtrarse en la sociedad.
Sí, de
momento da la impresión de que la locomotora del rock se ha detenido, aunque
nunca se sabe si en cualquier momento puede volver a ponerse en marcha. Claro
que, por otra parte, ¿tendrían razón los que sostienen que el rock tocó techo
en los setenta de siglo pasado?
CARLOS
DEL RIEGO
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