Este tribunal es un centro de poder, y como todos, está sujeto a muchas y diversas influencias |
Existen
ocasiones en que las decisiones de algunos jueces dejan boquiabierto al
personal, y generalmente esas desconcertantes sentencias proceden de los magistrados
que alcanzan la aristocracia de la judicatura, los que tras el correspondiente
‘cursus honorum’ hacen cima y se sientan en los tronos de los más altos
tribunales nacionales e internacionales. El Tribunal de Estrasburgo vuelve otra
vez a sentenciar en contra de la razón y de sus colegas españoles, al fallar
que poner cámaras en sitio público para pillar a empleados ladrones es atentar
contra su intimidad; pero no es lo peor y lo más dañino que se les ha ocurrido
sentenciar a estos sabelotos de la ley que, sin duda, se sienten poseídos por
la verdad absoluta.
Así,
hay que recordar que los tales, en su momento (2012), echaron abajo la llamada
Doctrina Parot, que permitía mantener en prisión a abyectos asesinos (sanguinarios
etarras) y a perversos violadores; gracias a incomprensibles distorsiones de la
lógica, a un supuesto buenismo (que no es lo mismo que bondad) y, sin duda, a
la ideología que ocupa el pensamiento de muchos de ellos, volvieron a la calle
antes de tiempo peligrosísimos criminales ansiosos de víctimas. Parece
pertinente recordar que en aquel momento el gobierno Zapatero estaba negociando
con los terroristas de Eta, que uno de los jueces que se sentaba en una
poltrona de ese tribunal era de la cuerda zapateril, y que gracias a la
derogación de la Ley Parot salieron de la cárcel algunos etarras…, súmense dos
y dos y se llegará a cuatro; peor aún, gracias a aquella infausta decisión se
vieron con las manos libres peligrosísimos delincuentes sexuales. No debe
olvidarse que, entre otras cosas, a los administradores de la legislación se
les paga para que protejan al ciudadano, pero al permitir la puesta en libertad
de asesinos y violadores (el del Ensanche) lo que favorecieron fue el delito,
puesto que después de haberse liberado a esos canallas, varios de ellos han
vuelto a las andadas, resultando que algunas mujeres sufrieron violaciones y
agresiones. Estas mujeres víctimas podrían escribir a cada uno de los
integrantes de ese tribunal europeo para darles las gracias y recordarles que
su decisión fue condición ‘sine qua non’ para que ellas se convirtieran en
víctimas. Parece oportuno preguntarse, ¿alguno de los que decidió tal disparate
tendrá remordimientos al comprobar que su visión de la ley favoreció la puesta
en libertad de criminales reincidentes que reincidieron? , ¿alguno habrá
perdido un segundo de su valioso tiempo en pensar en las mujeres violadas
gracias a su sentencia? En resumen, el objetivo de esos tribunales es velar por
los Derechos Humanos y las libertades fundamentales, pero con sus decisiones no
protegieron los derechos y libertades de los que sufrieron las agresiones de
los delincuentes, por cuyos derechos los jueces europeos llegaron al
esperpento.
Ahora,
como si quisieran con sus resoluciones recordar a todo el mundo lo importantes
que son y, a la vez, dejar bien claro que sus sentencias son sinónimo de bien
absoluto, han vuelto a fallar contra la razón. Se ha sabido que unos empleados
de un supermercado trincaban y ayudaban a otros a trincar, así que sus jefes
instalaron cámaras en las líneas de caja sin avisar. Los tribunales españoles
fallaron contra los amigos de distraer billetes, pero ahora llegaron los
‘supertacañones’ de la ley y condenan a indemnizar a los descuideros porque las
cámaras atentaron contra su intimidad y su dignidad… ¿A qué intimidad se
refieren?, ¡si están en un lugar público a la vista de cientos de personas!; ¿y
de qué dignidad hablan?, ¿tal vez quieran decir que el ladrón tiene derecho a comportarse
indignamente (meter mano en la caja) sin que nadie le vea?; añaden que tenían
que haber avisado de la videovigilancia, o sea que si en lugar de vídeo
hubieran puesto vigías ¿no hubiera habido problema?, y por otro lado, ¿deben
avisar los guardiaciviles de tráfico que están apostados tras la siguiente
curva? En fin, las explicaciones que aquel tribunal van contra la mínima
lógica, contra la razón, contra el más elemental sentido común. Podría llegar a
pensarse que ocupar sitio en un centro de poder como es un tribunal
internacional dispara la vanidad de la persona, aumenta la soberbia que más o
menos afecta a todo homo sapiens, y promueve una especie de engreimiento
colectivo que hace que sus integrantes se asocien al concepto de Justicia Universal y Omnímoda.
Si
las leyes no se rigen por patrones matemáticos, o sea, si se pueden
interpretar, ¿por qué la interpretación de los que se ponen de parte del
delincuente es más certera que la de otros jueces que interpretaron lo
contrario?; y si ellos se limitan a aplicar la normativa al pie de la letra sin
más, ¿para qué se les necesita, cuando un programa de ordenador haría lo mismo?
Los
jueces no son extraterrestres y, por tanto, están sujetos a las mismas
debilidades que cualquier otro terráqueo, es decir, no tienen la verdad
absoluta de su parte; y por la misma razón habrá buenos profesionales y otros
que se dejen influenciar por ideología, prejuicio, animadversión, buenismo e
incluso cobardía. Y es a causa de estos malos profesionales que se producen
sentencias-disparate como las aquí expuestas.
CARLOS
DEL RIEGO
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