El magnate de la prensa e inventor del amarillismo Randolph Hearst provocó una guerra con sus mentiras |
Woodward y Bersntein obligaron a dimitir a un presidente de USA basándose en la verdad más escrupulosa. |
A Pedro J le gustaría alcanzar tanto poder como Bernstein pero usando los métodos de Hearst |
Otro caso similar es el de cuatro ‘periodistas’ de
Denver que también se inventaron una noticia; así, uno de los detonantes de la
denominada Guerra de los Bóxers en 1900, recordada por el asedio a las
delegaciones extranjeras en Pekín durante 55 días, fue que Stevens, Tournay, Lewis
y Wilshire, destacados en China por sus respectivos diarios, acordaron enviar
una crónica en la que aseguraban que se había preparado una comisión de
expertos estadounidenses para estudiar la demolición de la Gran Muralla con el
fin de abrir el país al mundo. No fue la causa principal, pero cuando la
patraña convertida en noticia se supo en la capital china la indignación
popular encendió la mecha.
Son dos momentos en
que los mensajeros se inventaron el mensaje, y son contrarios a otro en
el que el periodista dio evidencia de la fuerza del ‘cuarto poder’, pero esta
vez con la verdad y la honestidad como base. Se trata del caso Watergate; dos
periodistas del Washington Post (Berstein y Woodward) demostraron que el
partido de Nixon espió a sus rivales, viéndose obligado el presidente a
dimitir. A Pedro J le gustaría poseer tanto poder como Bernstein, ser recordado
como un periodista que fue capaz de derrocar un gobierno (¡qué humos, qué
vanidad!); la diferencia es que los americanos buscaron, indagaron y se
entrevistaron con más de cien testigos e implicados, mientras que PJR lo ha
fiado todo a un único personaje, el cual ha sido cogido en incontables mentiras
y medias verdades.
El caso Bárcenas ha sido tomado por Pedro J. Ramírez
(cuyas anteriores mentiras y manipulaciones le llevaron al ridículo de sostener
durante meses que los atentados del 11 M en Madrid fueron obra de islamistas en
comandita con etarras) como quien empuña un arma. El director de El Mundo (dicho
sea de paso, su libro ‘El último naufragio’ es verdaderamente recomendable)
está otorgando toda la credibilidad a un personaje más que sospechoso que ha
mentido reiterada y demostradamente, que ha cambiado varias veces su
declaración, que ha evadido dinero, que está utilizando el sistema de justicia
sacando hoy estos papeles y guardando estos otros para mañana o para cuando le
parezca, que está utilizando a la prensa en su propio beneficio (primero el
País y ahora El Mundo), que ha sido abandonado por sus propios abogados y los
ha sustituido por un ex juez condenado en firme por prevaricación, y que, en
fin, trata de distraer a todo el mundo acusando a diestro y siniestro (de
momento sin prueba sólida) y buscando enredar de tal modo la cosa que al final
no haya manera de desenredar el origen de sus millones suizos. Este es el
personaje a quien Pedro J entrega toda la confianza, tanta como para titular en
su periódico que “Bárcenas entregó tanto dinero al presidente” sin más prueba
que lo que dice un embustero evidente, cuando lo correcto hubiera sido titular
“Bárcenas dice que entregó dinero”.
Asombra que el tal Pedro J crea a pies juntillas a
un trolero (ha modificado su versión varias veces) y trincón (es palmario que
tiene casi 50 millones fraudulentos en bancos suizos) y difunda sus cuentos y
paparruchas como dogmas de fe… Sin embargo, si se considera que PJ es muchas
cosas pero no tonto, hay que concluir que en realidad él no se cree las fábulas
del contable, no se traga las ruedas de molino de quien ha sido cogido en múltiples
y evidentes engaños, sino que los utiliza para fabricar grandes titulares.
¡Pero si uno de los papeles de Bárcenas indica pagos en euros a varios altos
cargos un año antes de que naciera esta moneda!
El ciudadano Ramírez ha preferido ser como Hearst e
inventarse la noticia, en lugar de ser como Bernstein y Woodward y completar y
contrastar la información antes de pensar en titulares. Hay formas y formas de
tratar de vender más periódicos y suscripciones. La diferencia es la integridad
del informador.
Por cierto, con toda seguridad, los partidos (todos)
han de tener más cadáveres en el armario que el mismísimo Al Capone, sólo hay
que demostrarlo en el juzgado.
CARLOS DEL RIEGO
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